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Eider Burgos
Miércoles, 24 de febrero 2016, 18:50
No esperaba ser famosa, tampoco lo deseaba. Sí soñaba con vivir en los escenarios, pero en los de las pequeñas salas de jazz. «Nunca pensé en ser cantante. Tampoco creo que vaya a ser muy conocida, no sabría qué hacer. Acabaría volviéndome loca». Detrás del maquillaje, de los tatuajes pin-up y de su turbulenta relación con las drogas y el alcohol, Amy Winehouse (Londres, 1983) era una chica «encantadora y muy dulce». «No iba de sobrada. Era única, auténtica y atrevida», describe el rapero Mos Def. «Solo buscaba que la quisieran», afirma Nick Shymansky, amigo de la adolescencia y su primer mánager. Los suyos son dos de tantos testimonios que componen el documental nominado al Oscar 'Amy: la chica detrás del nombre'. Un retrato tierno de la diva de Camden antes de la autodestrucción fruto del desamor y de la incapacidad de lidiar con un éxito que le quedó grande. «Era una auténtica cantante de jazz, y a un cantante de jazz no le gusta tener 50.000 personas delante», reflexiona Tony Bennett, ídolo de la fallecida.
El realizador Asif Kapadia ('Senna') opta a una estatuilla este domingo por este biopic, realizado exclusivamente con vídeos caseros y fotografías facilitados por los que la rodearon. Un primerísimo primer plano en la vida tras los focos de quien a los 14 años dejó boquiabiertos a sus amigos entonando un 'Cumpleaños feliz' a lo Ella Fitzgerald. De ahí a la artista que falleció a los 27 años víctima de la bebida y la bulimia hubo todo un viaje marcado por los baches del éxito, las adicciones, la depresión y la búsqueda desesperada del amor. Un retrato que, por cierto, no ha gustado nada ni a su padre, Mitchel Winehouse, ni al que fuera su marido, Blake Fielder. Uno y otro figuran como los grandes villanos de la historia: el primero, por priorizar la rentabilidad financiera de su hija antes que su salud; el segundo, pintado como un oportunista, por ser quien le introdujo en el mundo de las drogas duras que la llevaron a lo más hondo del agujero.
Dos amores tóxicos y sin medida que no hicieron ningún bien a una chica a la que a los 14 años le recetaron antidepresivos -«no sabía lo que era la depresión, solo que a veces me sentía rara»- y que desde los 15 fue bulímica. «Nos dijo que había empezado la 'dieta perfecta': comer y vomitar. Pensamos que sería solo una etapa», cuenta su madre Janis, en una muestra de pasividad que se repetiría incluso en los momentos más oscuros de la carrera de su hija.
Tal fue el caso en 2007. Amy mantenía con Fielder una relación insana, plagada de idas y venidas, infidelidades y malos hábitos. Él la abandonó en 2005 por su ex; volvió con ella, casualmente, al mismo tiempo que 'Back to Black' daba el pelotazo en todo el globo a principios de 2007. En mayo de aquel año celebraron una boda secreta en Miami, la celebración a bordo de un barco fumando marihuana. «Me enamoré de alguien por quien estaba dispuesta a morir. Eso es como una droga, ¿no?». La primera de muchas. «Quiero sentir lo que él siente, estar a su mismo nivel», le contó ella a un amigo por aquel entonces. A la vuelta de América, Blake le mostró las drogas duras y en agosto Amy sufrió una sobredosis de heroína, crack, cocaína, ketamina y alcohol de la que salió por poco. «Me dijo que el amor la estaba matando. Tenía que seguir el ritmo de consumo de Blake para mantenerlo a su lado», confiesa su manager, Raye Cosbert.
Es aquí donde el padre de la artista, Mitch, muestra su peor cara. Mientras los amigos de la cantante insistieron en ingresarla en un centro de rehabilitación, su padre negó la mayor. Tenían varios bolos cerrados y la discográfica exigía nuevo material; hacía dos años de la publicación del primer álbum de Winehouse, 'Frank', por lo que tocaba renovarse o morir. «¿Qué hago, si es su trabajo?», inquirió entonces. «La responsabilidad de curarse es solo de Amy». «Perdimos una gran oportunidad», se lamenta Nick Shymansky, primer manager y uno de los mejores amigos de la londinense. «Quizá entonces, cuando aún no la perseguían los paparazzi, podíamos haber destruido 'Back to Black' y que la tratasen profesionales; antes de que el mundo acabase adorándola».
Precisamente de aquel día nació 'Rehab', el bombazo que lanzó a Amy al estrellato y que la acercó un poquito más al abismo. Del día en que Blake la abandonó, y en solo dos horas, salió 'Back to Black', el tema homónimo al segundo disco de la cantante y que reventó la listas de todo el mundo. Porque Amy nunca inventó historias: «No escribo canciones porque quiera que mi voz se escuche. Escribo canciones porque estoy mal de la cabeza y es mi manera de sacar algo bueno de algo malo», contó ella misma en una de sus primeras apariciones en televisión. Además de terapéutica, Amy «tenía una relación visceral con la música», asegura Sam Beste, el pianista que le acompañó desde sus inicios. «Como si la quisiese tanto como a una persona y pudiese morir por ella».
«Harta y agotada»
Todos coinciden en describir a Amy como un ser vulnerable. Una niña dulce a la que pasó factura que su padre abandonara a su madre cuando ella tenía solo 9 años. Fue por una infidelidad, algo que ella creía haber heredado y con lo que en parte justificó su comportamiento descarriado («Él fue una vez un hombre de familia / (...) Emulo todo lo que mi madre odió / No puedo hacer más que demostrar mi destino freudiano», recitaba en 'What Is About Men'). Problemas de la niñez a los que se sumó una fama repentina que le quedó grande y con la que no supo ni quiso lidiar. A pesar de las ventas, del Mercury Prize, de los cinco Grammys en una sola noche; a pesar de los macroconciertos y de la horda de paparazzi que se agolpaban en su casa de Camden, «no se lo tenía nada creído». «Parecía que le daba vergüenza que le fuera tan bien», relata Mos Def. «Estaba preocupada por cómo le iba a ir. Me dijo: '¿Qué se supone que debo hacer en mi posición'?». «Estaba harta y agotada por la situación. Empezó a desmoronarse y el tratamiento de los medios solo la empujó un poco más hacia el abismo», critica Beste, su pianista. «De repente molaba hacer chistes sobre una bulímica y su adicción a las drogas».
No ayudó el encarcelamiento de su marido, sin el que no podía vivir, ni que su padre aprovechase esos momentos bajos para grabar el reality 'Amy, mi hija'. Fue durante la estancia de la artista en Santa Lucía, en el Caribe, el paraíso al que se retiró en 2009 y donde consiguió dejar la heroína y el crack. Allí fue a verla Mitch, cámaras mediante, lo que no gustó a la joven, que llegó a reprocharle que solo buscase «fama o dinero». A pesar de todo, «ella siempre besaba el suelo que él pisaba», comenta un técnico del programa. Su esposo, mientras, hacía lo propio en Londres para el documental 'Amy: The Untold History' tras ver unas imágenes de ella con otro hombre: «Me dije: '¡A la mierda! Soy un tío guapo que se ha desenganchado de la heroína. ¿Qué coño hago perdiendo el tiempo con ella?'», proclamó en televisión tras pedir el divorcio por adulterío.
El descanso en Santa Lucía supuso un empujón para Amy. Su mente era una fábrica de ideas, redujo el consumo de alcohol y realizó un dúo junto a Tony Bennett para 'Body & Soul'. Aprovechando el tirón, su mánager cerró dos conciertos: el del Bilbao BBK Live de 2011, al que nunca llegaría; y el desastroso directo del 18 de mayo en Belgrado, al que se subió completamente ebria, negándose a entonar una sola nota. «Le dijo a todo el mundo que no quería hacerlo. Así que empezó a beber. Menuda solución», se resigna Andrew Morris, su guardaespaldas y confesor los últimos años de su vida. Su «familia».
Cancelada el resto de la gira, volvió a Londres. Habló con sus amigos, con la esperanza de empezar de nuevo, en busca de la calma tras el maremoto que había supuesto la fama. El 24 de julio Nick Shymanski contraería matrimonio y ella se reencontraría con todos aquellos que la apoyaron desde el principio. Pero Amy nunca llegó a la ceremonia de su amigo. Un día antes, el 23 de julio de 2011, Morris la encontró muerta en la cama. El nivel de alcohol en su sangre era cuatro veces superior a lo permitido al volante. En su cuarto, varias botellas de vodka. La noche anterior su médico le advirtió de que la bulimia y la adicción a la bebida le habían pasado factura y que su corazón no aguantaría otra borrachera. «No quiero morir», le dijo Amy. Tenía solo 27 años.
Amy solo buscaba que la quisieran. El problema era que, para empezar, no se quería a ella misma. Tony Bennet reflexiona ahora sobre su figura: «Si estuviera aquí le diría: 'Despacio, eres demasiado importante. La vida te enseña a sobrellevarlo, si vives para contarlo'». Ella prefería los consejos de su esposo, al que quiso sin medidas: «Blake me enseñó que si no vas a por todas no sabes que podría haber pasado. La vida es corta». Demasiado, Amy.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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