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óscar cubillo
Miércoles, 4 de mayo 2016, 14:01
Ese lunes 18 de agosto de 2014 la sensación de peligro y las protestas del pueblo a posteriori fueron tales que el Ayuntamiento varió las reglas de funcionamiento del popular espacio de conciertos festivo. A partir de entonces habría más vigilancia policial en los accesos ... y a nada que se atisbaran congestiones, se ordenaba a los espectadores dar una gran vuelta para entrar por otra vía.
Con la excusa del nuevo macroconcierto de Malú de este viernes en Miribilla, inserto en su gira nominada 'Caos' y título también de su undécimo álbum, recordamos las emociones cuasi apocalípticas vividas en esas fiestas en las que, aunque se rozó la catástrofe, no ocurrió ninguna desgracia de milagro. Allá vamos:
Que nadie piense que estas líneas son exageradas. El lunes, el programa oficial nocturno de Semana Grande planteaba tres propuestas musicales a las 23.30 horas: en La Pérgola los boleros del Trío Media Noche, en la Plaza Nueva el jazz convencional de la Pasadena Roof Orchestra británica, y en Abandoibarra, Malú (María Lucía Sánchez Benítez, Madrid, 1982), que nos llamaba la atención porque la vimos triunfar en 2011 en el mismo escenario de Abandoibarra, porque escribiendo sobre ella los lectores en el periódico se multiplicarían, porque sería una tarea fácil analizar su cancionero, porque nos quedamos sin catar a la cantante en su gira reciente cuando pasó por Bilbao llenando con antelación y de abono el pabellón de Miribilla, y por varias razones más.
O sea que nos dirigimos a Abandoibarra y, nada más llegar, rodeados de cientos de personas sacando fotos a Puppy y practicando el botellón, ya pensé: teníamos que haber ido a la Plaza Nueva. Eso estaba atestado de seres humanos de toda condición. Malú había reventado el recinto: era de imaginar. Si había reunido a 9.000 personas de pago meses antes en Miribilla Se veía a cientos de personas siguiendo el 'chou' desde el otro lado de la ría. Nos pusimos a descender las escaleras entre apreturas de hileras que huían y de ríos de gente que deseaba ver a la sobrina del difunto Paco de Lucía. Rebasábamos escalones mientras sonaba la segunda canción, 'Te conozco desde siempre', coreada por las chavalas que pugnaban por avanzar.
El soul desbordante de 'Deshazte de mí' martilleaba mientras empujábamos y, cuando sonaba a la izquierda (a la derecha los que escapaban) la canción 'Me quedó grande tu amor', deseó una fémina que desertaba: «Achicharraos ahí, pegaros entre todos». Y el amigo Pato, ingeniero de minas, analizó: «Esto es un agujero. Si hay una estampida». Salía una señora y decía: «Esto es inhumano». Y mientras nos adelantaba una guapa, le advertía miedosa a su novio: «Ahí abajo te comen». Pato seguía observando el panorama, ofendido: «Esto está mal montado. Debería haber un pasillo de emergencia para salir. Esto es una encerrona. Y estas escaleras forman un embudo». Ya, no acudimos a ver a Juan Magán en las fiestas de 2012 en el Museo Marítimo, ante oficialmente 6.000 personas, cuando se impidió entrar a más gente, pero seguro que había menos masa y menos peligro que ese lunes en Abandoibarra.
Sonaba la quinta canción, 'Voy a quemarlo todo', de soul pop poderoso, y aún no veíamos lo que sucedía en el tablado, del que solo colegíamos su iluminación. Eso era una hormigonera, perdón, un hormiguero con mucho frotamiento. Unos apretaban para salir, otros para entrar Una señora mayor expresó: «Como haya una avalancha». Te cruzabas con parejas muy mayores y te preguntabas qué hacían ahí, tan imprudentes. Al día siguiente, escribiendo estas líneas, nos lo explicamos: quizá habían llegado con antelación y había crecido la marea a su alrededor y les había atrapado. Una pareja de negros cubanos se escabullía con un niño entre ellos, y un hombre andino con un niño a hombros les seguía con cara de serena preocupación
En ese agujero se había concentrado todo tipo de público. En el concierto de Malú de 2011 estuve apretado y rodeado de mujeres. Este 2014 había un público más mixto y de más abanico de edad. Y muchos latinos. De fondo Malú cantaba en plan Alejandro Sanz (quizá era la de 'Diles') y seguía con el 'Que nadie' (calle tu verdad) de Manu Carrasco. Pato ya se había largado, harto y nervioso y asustado (el día después contaba que a su lado un niño español atemorizado le pidió a su padre: «papá, vámonos, que no merece la pena»). Cerca de la pared del Museo Guggenheim una voz gritaba: «¡Que hay un niño, que hay un niño!». Pensando en que si se producía la tan anticipada avalancha (recordaba que las hubo cuando las celebraciones de la Liga y Copa ganadas por el Athletic, hace 30 años o más) los situados ante la pared no lo iban a contar, avancé un par de filas humanas para que los que se quedaran atrás pudieran hacer de colchón en caso de desequilibrios. Ahí sentí el peligro de muerte, sin exagerar lo digo.
Otra voz avisó con alaridos: «¡La veo, Naiara! ¡Dame el vídeo!». Sí, a la estrella se la veía un poco, y también a algunos de los músicos. La teníamos a la vista con tan poco ángulo que, si retrocedía en el escenario, Malú desaparecía. Ahí estaba, con su modelito prieto, coriáceo y minifaldero, con la melena flotando como una walkiria gracias a los ventiladores. Y seguían los títulos: a pop-rock melódico sonó 'Cuántas veces', y entonces apareció una cuadrilla de latinos pidiendo paso: estaban facilitando la salida a una señora desmayada. Cuando sonó una pieza acústica, un tipo empezó a grabarla brazo en alto y el olor a sudor de su sobaco provocó que me moviera otro metro hacia dentro del Maelstrom. Lastimera le quedó a Malú 'Devuélveme la vida', rock vibrante superior a la mejor Luz Casal resultó 'Quién', y metálico a lo Within Temptation con punteos heavies otro de los temas cuyo título no pude averiguar.
Uno de los grandes momentos fue 'Ahora tú', con su parte medieval a lo Mägo de Oz o Ian Anderson. Parecía que ya estábamos más cómodos. Es que se había fugado mucha gente y en vez de encontrarnos pegados unos a otros en plan masaje cuerpo a cuerpo nos hallábamos igual que en el metro en hora punta tomando una curva. A mí una rubia anónima me cantaba al oído las canciones, lo cual me facilitó la tarea. Más títulos llovían y rock tipo Michael Nyman fue 'Sólo el amor nos salvará', cuando Malú cedió un poco de protagonismo a una corista que se colocó en medio del tablado.
Por el final hubo más hits y momentos álgidos, como el rock a lo Antonio Orozco 'A prueba de ti', más algunos otros picos del bis, con cimas tipo 'Blanco y negro' (una apoteosis con la gente cantando extasiada) y el cierre con otro rock mejor que Luz Casal, 'Como una flor', en cuya presentación soltó Malú: «Mil millones de gracias por la energía que nos habéis hecho sentir esta noche». Y tanto: nos habíamos jugado la vida. Habían sonado unos 21 temas en unos 118 minutos cuando se evacuó la explanada. Aun saliendo de los primeros y andando con agilidad, al llegar al metro de Moyua la cola para entrar era de película de catástrofes. Salté a un taxi y me preguntó el conductor si veo todos los conciertos enteros: «Hombre, claro, siempre. A mí me va el rollo. Si no, no iría».
Posdata: El amigo Pato, que escapó asustado al principio del concierto, contaba el día después, l martes: «Menudo agobio de gente y qué peligrosa aglomeración. Me salí de allí, di un rodeo y bajé por la torre Iberdrola para atacar por ese flanco. Había tanta gente o más que por las escaleras: familias, niños a montones subidos a los hombros de sus padres y subidos también por árboles, columpios y las mini atracciones del parque infantil. Había botellón y muchos chavales jugando a las cartas. Era imposible ver nada, ni siquiera las pantallas del escenario. Las fotos que salen de la pantalla las hice con la cámara brazo en alto. En definitiva, que allí había miles de personas y sólo unos pocos tuvieron la oportunidad de ver algo. El Ayuntamiento debería barajar otros escenarios porque podría ocurrir alguna tragedia. No había vías de escape, ni pasillo de emergencia, ni nada de nada».
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