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Ramoncín, en los 70.
Ramoncín, antes y después de la izquierda abertzale

Ramoncín, antes y después de la izquierda abertzale

En 1978 tocó en Bilbao y le tiraron tomates, huevos, manzanas... «Tíos, ¿por qué me hacéis esto?» y en 1985 se arrimó a la 'Martxa eta Borroka' de Herri Batasuna

iñaki esteban

Miércoles, 4 de mayo 2016, 14:01

14 de abril de 1978. Ramoncín y su banda WC? no llegan a los dos minutos de concierto en el pabellón de deportes de La Casilla en Bilbao. Lo interrumpen cuando Ramón Márquez berreaba su canción estrella, 'El rey del pollo frito'. Entonces no había cacheos en las puertas y una parte del público fue con la munición que se llevaba para atacar al entonces punki-glam madrileño: tomates, huevos, manzanas, naranjas y similares. Estaba cantado. Le había pasado en otros sitios. Atentar contra el cantante se había convertido en otra arraigada tradición española. Fue cosa de unos cuantos. A muchos adolescentes -tampoco existía entonces edad legal para entrar a los conciertos- nos fastidió muchísimo que una peña de cretinos la emprendiera con él. La entrada nos había costado 200 pesetas. Un dineral. Antes de marcharse del escenario para evitar males mayores, Ramoncín soltó con voz cansina: «Tíos, ¿por qué me hacéis esto?».

Vuelven las luces del pabellón y a esperar, a lo que entonces también estaba muy acostumbrado el público de los conciertos. A la media hora sale un tipo de la organización y dice que Ramoncín había recibido una pedrada en el riñón (sic) y que tenía una brecha en la cara. Antes de entrar en el recinto se había dado su también tradicional paseíllo por los alrededores: con el culo al aire y saliente por una de las ventanillas traseras de un coche, creo recordar que un 124 o similar.

Pese a todo, la cita fue interesante porque afloraron buena parte de los punkis que había en Bilbao, sobre todo en los barrios: chicos y chicas con chupas llenas de alfileres, correas de perro con púas en la garganta y cadenas que les caían por el pantalón. Nadie sabía que eran tantos. Estábamos en 1978. Los cantautores llenaban teatros. Y el Casco Viejo vivía sus años hippies con aquel pequeño Woodstock diario dentro y fuera de La Lonja, donde hoy está Lamiak, un garito inolvidable lleno de música de Jimi Hendrix y Janis Joplin regentado por un tipo de Rekalde, Jose, al que un par de años después de que lo dejara me lo encontré vendiendo pulseras en el Paseo Marítimo de Alicante.

Aún está de moda mantear a Ramoncín por los motivos que sean: si le cazan porque le cazan, y si el juez le deja libre porque le deja libre. Es nuestro peculiar y atávico sentido de la justicia. Vale que fuera un prepotente incluso en aquella época en que entró en WC? de vocalista, además de un sedicioso que dejó tirado al resto del grupo tan pronto como firmó con una discográfica. Pero ¿y en lo musical? ¿Estaba tan mal aquel disco con el que vino a Bilbao, en el figuraban 'Marica de terciopelo' y 'Cómete una paraguaya', para 1978? No lo parece.

En un artículo publicado el verano pasado, Loquillo recordaba una actuación de Ramoncín en un programa de la televisión que llevaban Mercedes Milá e Isabel Tenaille. Merece la pena que la cita sea larga: «Fue una auténtica patada en el culo para todos los adolescentes de mi generación. Fue justamente después cuando decidí subirme a un escenario por primera vez... ¡Si él puede, yo también! Después vino 'El rey del pollo frito' y ni el público ni la prensa entendieron nada. Una prensa en pañales que confundió a un heredero de The Velvet Underground y de la poesía de Lou Reed con el punk, lo que él aprovechó sin dudarlo un segundo». Magistral, Loquillo, magistral: como casi siempre.

Al año siguiente sacó 'Barriobajero' y luego 'Arañando la ciudad', en 1981, ya lejos del punk y dentro del rock urbano, y más tarde con un aire al Boss. Situar a Ramoncín era cada vez más difícil y un rockero sin un sitio preciso, si no es un genio y este no es el caso, corre el peligro de que le coma la indiferencia. ¿Hasta dónde podía estirar el 'Sal de naja' y el 'Putney Bridge'? Grupos como Leño se habían disuelto ya. Del rock entre barriobajero y progre no quedaba nada. 'Ramoncinco' contenía su hit 'Al límite' pero poco más. Y eso era bien poco.

El chuleta vallecano tenía currículum político. Había estado tres meses en la cárcel por pertenecer a un sindicato minoritario durante la dictadura. Aliado del PSOE, frecuente invitado a la 'bodegiya' en Moncloa de Felipe González a principios de los ochenta, optó por radicalizarse. En 1984 fue a Nicaragua. A su vuelta, se retractó de haber calificado al país de dictadura y besó, al menos simbólicamente, la bandera sandinista. «Me considero un guerrero místico, pero podría haber pasado a ser un guerrero activo», declaró, mientras aireaba su «compromiso personal» con ese país, al que dedicó el último tema de su álbum 'Ramoncinco'. Cuatro años antes The Clash había publicado su histórico y exitoso triple disco 'Sandinista'. Quizá era una manera de subirse a una ola alternativa a la Movida, que por otra parte parte ya empezaba a dar signos de agotamiento y descalabro.

5 de octubre de 1985. El guerrillero místico se acercó a Euskadi y se arrimó a la 'Martxa eta Borroka' de Herri Batasuna, que había visto en el rock un filón nada despreciable. Abducido por la Euskadi «alegre y combativa», volvió a tocar en octubre en el pabellón de La Casilla con A.H.V. de teloneros, grupo auspiciado por El Curi, un vallisoletano que había empezado de cantautor y que se había venido a Portugalete para buscar nuevos horizontes.

No hubo huevos ni tomates. Las crónicas periodísticas de la época recuerdan que hubo un millar de personas y que los organizadores estaban muy contentos. 'Diario 16' reproducía estas declaraciones de Ramoncín: «Yo veo la situación de este país (Euskadi) como una película de vaqueros, en la que tengo muy claro que los indios son los buenos, y los malos, el Séptimo de Caballería. A mí me gusta ponerme del lado de los indios». Ramoncín, el peliculero, muy siniestro y sin una pizca de gracia.

Después le perdí la vista. Y años más tarde le escuché de tertuliano en un programa de una televisión de la Conferencia Episcopal junto a César Vidal.

Tenía talento para ganarse enemigos. Por eso se quedó sin gente que le siguiera en lo musical. Daba yuyu. Ahora, cuando ha dejado de salir en los medios, uno se siente tentado de poner sus primeros discos en el Spotify. No es una mala experiencia. A veces resulta incluso buena. Pero conviene no abusar.

Todo ha cambiado. Tras su tormentoso paso por la SGAE, el pasado febrero salió absuelto de la acusación de haberse quedado con más de 50.000 euros de la Sociedad de Autores. Una gran victoria después de tanto manteo. Ramoncín, el que nos dijo en Bilbao en 1978 aquel «tíos por qué me hacéis esto», salió del juzgado con un «jodeos, miserables».

Su ego sigue intacto. El 22 de mayo dará un concierto en una sala de Villaba, cerca de Pamplona. A los 18 euros la entrada anticipada. Nada menos. Suerte Ramón.

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