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Carlos Benito
Miércoles, 18 de mayo 2016, 13:31
El megalómano congreso del Partido de los Trabajadores, el primero en 36 años, tuvo la semana pasada un cierre inesperadamente pop. Se trató, eso sí, de pop al estilo de Corea del Norte, por mucho que esos dos conceptos puedan parecer incompatibles a bote pronto: ... las encargadas de poner el broche final al evento, como estrellas del espectáculo 'Sigue siempre a nuestro Partido', fueron las chicas de la Moranbong Band, con sus cortos vestidos blancos y sus coquetos sombreritos a juego. Intepretaron temas como 'Solo te seguimos a ti y no a otros' o 'Partido madre', mientras las pantallas del fondo, a diferencia de las sinsorgadas habituales en los conciertos capitalistas, mostraban estampas de obreros felices y soldados orgullosos, además de los inevitables caretos de los tres integrantes de la dinastía Kim.
La Moranbong Band, el grupo de música moderna más popular del país, es un capricho personal del propio Kim Jong-un, que en 2012 decidió que ya había llegado la hora de revolucionar un poco el pop norcoreano. Hasta entonces dominaban el cotarro los conjuntos creados por su padre, de seriedad más sinfónica, pero el nuevo líder supremo decidió apostar por una estética y un estilo marcadamente contemporáneos: su referencia esencial fueron los grupos de chicas de la poderosa industria surcoreana, una máquina imparable de fabricar estrellas y hits. Según se cuenta, aunque todas las noticias procedentes de Corea del Norte hay que acogerlas con cierta reserva, fue el propio Kim Jong-un quien se ocupó de elegir a las componentes de la nueva banda, todas ellas militares e intérpretes más que competentes. También, en un eco de los criterios comerciales surcoreanos, las componentes de la Moranbong Band (cuyo número suele rondar la veintena) son mujeres atractivas, cuyos peinados cortos se han convertido en tendencia entre la juventud más lanzada de Pyongyang.
Los más felices del mundo
Como era de esperar, la apariencia del nuevo grupo impactó a una sociedad tan poco acostumbrada a un liberador toque de frivolidad. Ya decía la agencia de noticias oficial que la fundación del grupo formaba parte de «un plan grandioso para traer un giro dramático al campo de la literatura y las artes». La televisión (oficial, para qué insistir en el adjetivo) emite sus actuaciones y el periódico (sí, sí, oficial) ha publicado en primera plana la partitura de algunas de sus canciones. El repertorio de la Moranbong es asombrosamente heterogéneo: abundan, cómo no, los himnos en elogio del régimen y su líder (Pyongyang es lo mejor, Ondeante bandera roja, Somos los más felices del mundo, Vuela alto, bandera del Partido...) y las estampas de tipismo local (Tejedora de seda de Nyongbyong, El sonido de los cascos de un caballo en el monte Paektu...), pero también interpretan el tema de Rocky, la Marcha turca de Mozart, My Way, canciones de Disney, el Londonderry Air irlandés, Guantanamera, El fantasma de la ópera o, en fin, los Aires gitanos de nuestro Sarasate. Sus conciertos difuminan sin mayores apuros las fronteras entre la música clásica, los cantos militares, el folclore y el pop.
La Moranbong Band también se ha hecho con un entusiasta grupo de fans occidentales, sibaritas de lo curioso que siguen con entusiasmo sus actuaciones a través de los vídeos colgados en YouTube. El grupo iba a tener su debut internacional en diciembre del año pasado, con una visita a China, pero el concierto se frustró en el último momento, cuando las componentes de la banda ya estaban en Pekín ataviadas con sus reglamentarios uniformes militares. Pese al mutismo de ambos gobiernos, parece que la culpa fue de la censura china, que veía con desagrado algunas letras abiertamente antiamericanas y, sobre todo, rechazaba parte de las proyecciones que iban a acompañar la actuación, en las que se veían las pruebas de misiles de largo alcance llevadas a cabo por el régimen de Kim Jong-un. Lo cierto es que no deja de ser curioso salir por una vez de Corea del Norte y que te censuren.
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