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Miguel Pérez
Miércoles, 18 de mayo 2016, 17:24
Están Mick Jagger, Bruce Springsteen, Axl Rose, Madonna y Robert Plant en un barco a punto de naufragar y sólo existen dos chalecos salvavidas. ¿A quién no dudarías en entregarle uno de ellos? Exacto. Existen muy pocas figuras en el rock contemporáneo que conciten la unanimidad del 'Boss'. Muy pocas. De hecho, hay que escarbar en la escena y nada resulta igual que el mito. Quizá Bob Dylan, pilar indispensable de la historia, aunque en su demérito figuren la imprevisibilidad de su humor y un perfil de abuelo cascarrabias que va inquietantemente en aumento. Puede que Eric Clapton. Sí. Clapton es Clapton y ya pertenece a otra esfera alejada de lo físico. Ni su voz ni sus manos son biológicas. Son construcciones de un plano espiritual. Pero incluso así, la percepción es diferente. 'Slowhand' es el padre y se le escucha con devoción. Bruce es el trueno.
¿Y Los Stones? No. Demasiada turbiedad en su historial que les aleja de la imagen del yerno perfecto y, a la par, demasiados episodios de glamour encuadrados en el 'mainstream' más 'cool' a medida que pesan los años. Aunque cabe destacar que también Springsteen coleguea con Obama, Spielberg y hasta Danny DeVito se acercó a España para verle en la gira de 'The Wrecking Ball'. Y a él nadie le critica por pisar polvo de estrellas. Al revés, lo suyo es auténtico. El representante de la clase trabajadora que se mueve en el parnaso sin perder la capa de sudor y esfuerzo sobre su piel. Aleluya.
La comparativa con Mick Jagger y sus muchachos permite hacer además otras reflexiones: ¿Por qué cada vez que salen de gira a los Rolling Stones se les acusa de afán de hacer caja mientras al 'Boss', a sus 66 años, le seguimos viendo fresco, como el eterno cantante de las carreteras polvorientas, y le reclamamos una vez más para el año que viene y sino ya nos veremos en Benidorm? A salvo de injustas diferencias como estas los Stones, pese a quien pese, no giran por pura cuestión recaudatoria y siguen exhalando autenticidad aún les tuvieras que dar un bastón para caminar sobre el escenario, es muy posible que sólo haya otro narrador de la vieja América que comparta el halo springsteeniano: Neil Young, genuino potro salvaje representante del esfuerzo americano, de la vida rural y de las fábricas, de las injusticias y de las clases medias que beben cerveza al anochecer mientras construyen en silencio un país mejor y más grande. Amén.
Un elemento une a todos los citados. La inmensidad de su música. Honesta. La Historia que unos construyeron con balas y otros redactando constituciones, ellos la han cincelado con la voz y la guitarra. Lo que ocurre es que, a veces, el mito aplasta el pentagrama. La grandeza de un arpegio. Una nota. La descomunal fuente de sentimientos de un estribillo o la colosal tormenta de un puente. A Bruce se le escucha con los ojos. Y es entonces cuando descubres que le acompaña constantemente un chorro de luz caído desde el cielo que remarca su silueta, destaca sus poses graníticamente rockeras, sublima la iconicidad del género y, finalmente, nos indica que el 'Boss' es la historia de nuestra vida. O de la que hubiéramos querido vivir.
'The River'
En realidad, todos hemos sido alguna vez protagonistas de 'The River', hemos padecido y gozado del hachazo hirientemente nostálgico de 'Nebraska' o sentido el impulso energético de haber nacido para correr; que la carrera fuera épica o condujera a algún lugar ya es lo de menos. Lo importante es correr. Un reproche que suele hacérsele al 'Boss' es que muchas de sus canciones parecen repetirse en su cadencia. En Estados Unidos, 'The River' es sacramental y, por tanto, el cantante de New Jersey lo ha interpretado en su abrumadora totalidad durante el tramo doméstico de su actual gira. En Barcelona, en cambio, prefirió obviar parte del repertorio del gran auto lírico de 1980 y pasear de la mano del huracán. En San Sebastián, volvió a recuperar los capítulos guardados en la maleta. El 'Boss' es cambiante. El 'Boss' es viento.
'Nebraska'
Por tanto, nada se repite en su universo. Hay que escuchar cada canción para descubrir los matices, los contrastes que convierten a Springsteen en un cronista. Como la literatura de John Dos Passos, siempre es posible encontrar en su discografía un techo bajo el que refugiarse, llorar y sobrevivir a la lluvia. El 'Boss' es el icono americano del siglo XXI, el hijo cultural de Kerouac y de las 'Las uvas de la ira' de Steinbeck que es capaz de presentarse en el estudio con un simple título, 'Badlands', y a partir de ahí componer una liturgia. Si caes, ahí estará Springsteen para tenderte la mano y contar tu gesta. En definitiva, él forma parte de nuestras raíces individuales, de nuestras miserias y de nuestras formas de recomponernos, de nuestros anhelos. Salvo, claro está, en situaciones de adicción extrema al dance poligonero, el MDMA y los debates sobre 'Gran Hermano', que entonces ya todo es perdición y destellos en el cerebro.
'Badlands'
Y para completar el perfil, el hombre que dispara desde las columnas de sonido es un individuo elegante incluso con la camiseta sin mangas sudada. Ahí lo tienes, baílalo. El obrero perfecto de Hugo Boss. Prueba a tocar durante tres horas seguidas y si no pareces una torrija borracha o el protagonista de un capítulo de 'The Walking Dead' grabado en un estanque fétido y con sanguijuelas bebiéndote las entrañas, es que eres el 'Boss'. Ni el ricillo a lo Piquer (que no Piqué) se le emborrona. Springsteen tiene la aureola de haber sido bueno incluso antes de su nacimiento. ¿Alguien ha visto alguna foto suya con un mal gesto? ¿Un gesto realmente malo? ¿Existe una sola persona en esta tierra que tenga algo nefasto que contar sobre él? Por Dios, si ni siquiera hay una mala anécdota de que le haya quitado las chuches a un niño o espantado a un perro de su jardín.
'Born to run'
En cambio, sí abundan las historias que le muestran humilde y auténtico. Como aquella ocasión en que se pasó horas escuchando embelesado la guitarra flamenca de Vicente Amigo, deslumbrado, empapado de duende y bulería, en silencio, hasta que al final, cuando ya se iban, el virtuoso de Guadalcanal preguntó a sus colegas: «¿Y éste quién era, que su cara me suena?». O esas otras ocasiones -frecuentes por cierto- en que viaja discretamente con su familia a donde Arzak o la terraza del Zuberoa, sin un solo gesto que denota que una estrella se ha sentado a la mesa después de dejar su avión privado aparcado en el aeropuerto. Si hasta cualquiera tira hoy en día las llaves del 'Mercedes' sobre la mesa para denotar poderío. Ahí radica otro elemento clave de su éxito. El 'Boss' es como de casa. Incluso los solteros le quieren de yerno. Y a los vascos... A los vascos ya los tiene comprados. Euskadi, gastronomía y rock and roll. Como para no llenar Anoeta y hacerle artista residente del estadio.
'Wrecking Ball'
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