![Historias del Primavera Sound](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/pre2017/multimedia/RC/201606/15/on-extra/media/cortadas/radiohead-eric-pamies-keOB-U20757468599t0F-575x323@RC.jpg)
![Historias del Primavera Sound](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/pre2017/multimedia/RC/201606/15/on-extra/media/cortadas/radiohead-eric-pamies-keOB-U20757468599t0F-575x323@RC.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
David López
Miércoles, 15 de junio 2016, 14:05
Cuesta creerlo, porque inconscientemente negamos el paso del tiempo, pero ya han transcurrido siete años desde aquel concierto de My Bloody Valentine, el mismo que todavía hoy abandera mi particular top de la música en directo. Siete años en los que puntualmente he asistido a mi cita con el Primavera Sound, ese acontecimiento anual que, en cierto modo, representa una forma de vida, una elección personal que ejerce una poderosa influencia sobre otros ámbitos de nuestra existencia. Porque muchos planificamos nuestro calendario de ocio, nuestras vacaciones, en torno a las fechas del festival. Porque depositamos en él nuestros anhelos. Porque asumimos como propia la filosofía que rige los criterios de selección de sus organizadores, una religión profana para los que buscan consuelo al margen de las promesas de la mecánica cotidiana y sus servidumbres. Porque, en definitiva, es nuestro opio. He sido testigo de su crecimiento exponencial, de su evolución en términos cuantitativos y cualitativos, pero también de la liturgia que se repite temporada tras temporada cuando uno se dispone a recorrer los 180.000 metros cuadrados con los que cuenta el Parc del Fórum de Barcelona. ¿Ha sido la de 2016 una de sus mejores ediciones? La respuesta es un rotundo sí.
La desconcertante ceremonia que US Girls ofició al atardecer durante la última jornada resultó sintomática en ese sentido, precisamente por desafiar cualquier tipo de expectativa o idea preconcebida: bases programadas para un local de karaoke donde al caer la noche se refugian espectros y almas en pena; grabaciones de campo atmosféricas y efectos de sonido de serie B registrados en cassettes de segunda mano; bailes de salón que invitaban a pensar en una coreografía diseñada en exclusiva para un largometraje de David Lynch; un cowboy con guitarra emparentado con el extraño universo fílmico de Calvin Lee Reeder. Lo que propone Megham Remy remite al pop de duermevela, es la presencia de un pasado que nos hechiza y que perdura en el futuro como un fantasma.
Imaginen a Angelo Badalamenti desempeñando labores de producción para Ronnie Spector o para esas otras solistas que coparon las listas de éxitos durante la década de los sesenta. Imaginen una película de John Cassavetes repleta de grandes personajes femeninos, torturados y en conflicto con las convenciones sociales de su época, con una banda sonora que alterna el soul psicodélico de Gloria Ann Taylor y la ansiedad de la música disco firmada por Giorgio Moroder. Una atormentada autobiografía con pretensiones de universalidad que rehusa las etiquetas, que fascina e hipnotiza incorporando a su discurso elementos del dub, el country o el R&B en su modalidad menos complaciente y retorcida. En efecto, Remy protagonizó un show memorable, exquisito, también porque no titubeó a la hora de criticar con elegancia e ironía a las grandes corporaciones que patrocinan el evento o de censurar la actitud pasiva de un público que no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Enorme.
Sin duda, la provocación que alimenta el intelecto es motor de creatividad y libertad. Jenny Hval se decantó por un planteamiento escénico absolutamente radical, quizás el más transgresor del festival. A medio camino entre el 'spoken word' y la performance museística, la noruega abordó las cuestiones de género y las políticas que reprimen la identidad sexual con un insólito espectáculo que incluía transformismo, ademanes dramáticos y violencia contenida. Las canciones de 'Apocalypse, girl', tan vaporosas como disonantes, prácticamente un sinuoso recorrido por la feminidad en su experiencia más primitiva, brindaban el contrapunto ideal a la pieza de cámara que Hval interpretaba sobre las tablas.
Indiferencia es un término que tampoco encaja con la propuesta del colectivo PXXR GVNG. D. Gómez, Yung Beef y Khaled, los jóvenes de El Raval que han puesto el trap nacional en la órbita planetaria, jugaron la carta del factor sorpresa en compañía de un grupo de salsa digno de Tito Puente, uniformados como si regresasen del rodaje de un thriller ambientado en los bajos fondos de Miami. ¿'Tu coño es mi droga' al calor de los ritmos cubanos? Estupefacción en los rostros. La audiencia foránea, ojiplática. Minutos antes hubo quien comprobó la parrilla para cerciorarse de que no se había equivocado de escenario. «Esto es historia viva de la música española», comentaba un anónimo en Twitter. Y no le faltaba razón. Nada en común, por supuesto, con el despliegue visual y lumínico del que harían gala horas más tarde Sigur Rós en la primera parada de su tour mundial, oportunidad que aprovecharon para estrenar un nuevo tema ('Óveður') y rearmar en formato trío (guitarra, bajo y batería) algunas de sus composiciones más celebradas, como 'Glósóli' o 'Starálfur', lejos de la majestuosidad, el relieve y la capacidad evocadora de sus versiones de estudio.
Ellas son únicas
Me llena de satisfacción escribir esto: las triunfadoras indiscutibles de esta edición han sido ellas. Julien Baker, venciendo la timidez inicial y rompiendo corazones con sus letras y melodías empapadas de melancolía y angustia adolescente. El arsenal de hits de Shura, preparada para comerse el mundo con clásicos instantáneos que apuntan al pop electrónico de los ochenta, sin miedo a citar tanto a Fleetwood Mac como a Whitney Houston. La intensidad de Savages, con Jenny Beth como aguerrida y desafiante frontwoman surfeando sobre las cabezas de los asistentes, demostrando en todo momento que ya pueden enfrentarse a una concurrencia masiva sin que su post-punk pierda un ápice de ferocidad y acritud. O Empress Of. Lorely Rodriguez, la hondureña de adopción neoyorkina que se esconde tras ese nombre, es actualmente sinónimo del R&B de vanguardia, de un pop urbano y futurista entendido como alarde de sofisticación. Los temas de 'Me', su debut, son un regalo en las distancias cortas, un dechado de talento y sensualidad que debe mucho a una voz arrebatadora. Como un acto reflejo, evocó el concierto que años atrás consagró a FKA twigs en el mismo emplazamiento. Buenas vibraciones: he aquí una gran estrella del mañana.
Otra que enamora a las primeras de cambio es Julia Holter. Arropada por violín, contrabajo y batería (más tarde se sumó a la troupe el saxofonista de Chairlift), no actuó en el Auditori, su espacio natural, tal y como ocurrió en el Primavera Sound 2014, pero incluso al aire libre continuó surcando con inusitada soltura los brumosos mares del free jazz, el pop barroco y el folk intimista fundido a negro. Ahora sus directos se han beneficiado del espíritu lúdico de su cuarto LP, pero son los cortes de antaño, como la intrincada 'Horns surrounding me', los que verdaderamente nos exhortan a extraviarnos en esas fantasías de textura cinematográfica, pasajes que embrujan como un enigma cuya respuesta se nos antoja indescifrable.
Entonces una PJ Harvey pletórica, inmensa, irrumpió en escena y desfiló solemnemente simulando una marcha castrense entre tambores de guerra e instrumentos de viento. Si el erotismo es como una danza ritual en la que una parte de la pareja siempre se encarga de manejar a la otra, la británica gobernó los hilos de un juego de seducción en verdad apasionante. Secundada por profesionales tan solventes como John Parish o el ex Bad Seed Mick Harvey, repasó casi en su integridad su reciente 'The hope six demolition project' (sólo 'Near the memorials to Vietnam and Lincoln' quedó fuera del repertorio). Atizó las conciencias de aquellos que simplemente demandaban un poco de desenfreno del sábado noche con sus crudos relatos de limpieza étnica y miseria en el corazón del imperio. No se olvidó del álbum que le reportó el Mercury Prize, tampoco de sus inicios, tiñendo de oscuridad himnos mayores como 'Down by the water' y 'To bring you my love'. El barniz eléctrico que proporcionó a 'When under ether' (un tema en el que originalmente la cadencia la marcaba un delicado piano) fue la cima de un concierto que recordaremos para los restos.
Pactaría con el mismísimo diablo con tal de ver y escuchar a Polly Jean en una sala de tamaño medio, el lugar en el que se desenvuelven con mayor pericia Beach House, que encararon el reto de hacernos soñar con los ojos abiertos en un contexto incómodo. Y aún en esas condiciones los de Baltimore lo lograron, posiblemente porque el carisma de Victoria Legrand se asemeja a una fuerza de la naturaleza que escapa a toda lógica, porque subliman como nadie la noción de paraíso artificial, sin adolecer de esa obsolescencia planificada que aqueja a otros compañeros de viaje.
Cal y arena
El resto de cabezas de cartel también cumplió sobradamente con su cometido. LCD Soundsystem, con la máquina de baile bien engrasada y en plena forma tras su inesperada separación y posterior resurrección, sin novedades en el frente, sin los oportunos 'covers' de David Bowie y Prince a los que recurrieron en Coachella. Radiohead no gozaron de un sonido potente, suficientemente nítido como para apreciar los matices, pero hallaron el camino invocando un diálogo entre lo viejo y lo nuevo de una discografía mayestática. Una anécdota preciosa: miles de personas continuaron coreando al unísono la coda de 'Karma police' cuando los de Thom Yorke ya se preparaban para acometer el siguiente número. La banda de Oxford permaneció inmóvil, incapaz de reaccionar ante esa muestra de ciega devoción. Acaso por ello se saltaron el protocolo y premiaron a sus fans con 'Creep' como bis final.
Ahora bien, una de cal y otra de arena. Me pregunto qué esperaba el respetable del regreso de The Avalanches quince años después para justificar la decepción que supuso. 'Since I left you' siempre será por méritos propios un disco de culto, pero imaginar que su traslación al directo podría equipararse al espectáculo circense que plantea el clip de 'Frontrier psychiatrist' pecaba de ingenuo. No, ningún incondicional tenía en mente un DJ set. La magia de los australianos reside en los trucos de la sampledelia, en su sentido del humor y en el amor que derrochan por la arqueología musical y el formato físico (idolatraron un vinilo de Nina Simone como si se tratase de un becerro de oro para regocijo de los presentes). Tras la mesa, Robbie Chater y Tony Di Blasi (ni rastro de James Dela Cruz) mezclaron, no siempre con tino, soul, funk y afrobeat. Bombazos latinos hermanados con Joe Cocker, Gang of Four o The Slits. Un puzzle, en apariencia sin pies ni cabeza, en el que procuraron encajar dos nuevos cortes, 'Frankie Sinatra' y 'Subways', pertenecientes al álbum que verá la luz el próximo 8 de julio. Una fiesta mediterránea sin restricciones de edad, aunque alguien debió retirar del control una botella de champán que mereció todas sus atenciones.
Se impone hacer mención de las emociones a las que aludía al comienzo de esta crónica. Para los que crecimos con Lush, emblema del shoegaze y una de las formaciones más queridas del sello 4AD, fue una auténtica gozada reencontrarse con Miki Berenyi, Emma Anderson y Phil King (Justin Welch de Elastica suplió al fallecido Chris Acland en la batería) tras veinte años de silencio. Era una ocasión especial y optaron por prescindir, a excepción de 'Ladykillers', de los singles más populares de 'Lovelife', su mayor logro comercial, para rescatar, por ejemplo, su primer EP. Consumar la llamada de la nostalgia conllevó, eso sí, una carrera épica a través del recinto para conseguir una de las 460 entradas que otorgaban acceso al Hidden Stage, el escenario a puerta cerrada en el que actuaron. Hablamos de emociones y retumba en el horizonte el nombre de John Carpenter, ese realizador que ha amamantado a varias generaciones de cinéfagos y cuya mera presencia en el cartel nos incitaba a salivar. Dispuso de una hora para rememorar chascarrillos de Kurt Russell y examinar sus dos trabajos de estudio y sus scores más conocidos ('Halloween', 'Están vivos', 'La niebla' o 'La cosa', este último, en realidad, obra de Ennio Morricone) con el soporte de una banda robusta en la que las guitarras monopolizaban todo el espectro sonoro. «Las películas de terror vivirán siempre», proclamó. Pues a sus pies, maestro.
Y todavía hay más, mucho más que se queda en el tintero: la espiral de ruido, drones y percusiones tribales de los japoneses Boredoms; el desparpajo de un Vince Staples que echó mano de su colaboración con Flume y de todos los clichés del hip hop; la electrónica sombría de Alessandro Cortini (que funcionaría a las mil maravillas tanto en el cine de Nicolas Winding Refn como en un film de ciencia ficción de Shane Carruth) inaugurando el Auditori; Car Seat Headrest, con dejes a lo Pavement y sepultando su versión de 'Paranoid android' bajo capas de distorsión; la solidez de unos Animal Collective maduros que, incluso sin Deakin, engrandecieron el infravalorado 'Painting with' y disfrutaron de lo lindo desmontando a su antojo 'Daily Routine y Loch Raven', sus únicas concesiones al pasado... Inabarcable, sí, para un Primavera Sound de récord en el que sólo me abstuve de pisar la playa del Beach Club. Tal vez en 2017.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.