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Ana del Castillo
Sábado, 10 de septiembre 2016, 14:07
Están ahí cada verano, subidos al imponente escenario. Tan inalcanzables. Tan brillantes. Sin embargo, en el backstage los focos no iluminan tanto, no en una gran parte de las orquestas. Los músicos de este tipo de formaciones hacen un gran sacrificio físico y mental para ... poder dedicarse a lo que les gusta. Un esfuerzo que a veces compensa y otras no.
Cuando apenas han pasado unas semanas del accidente de tráfico de la banda nacional Supersubmarina, Carol Martín, docente de música en Cantabria, recuerda un hecho similar. "Al poco de abandonar la cuarta orquesta en la que estuve, mis compañeros tuvieron un accidente en la furgoneta en la que siempre viajábamos. El saxofonista, de 20 años, falleció en el acto. Otros dos músicos quedaron tocados de por vida. Lo que ocurrió fue que el conductor se quedó dormido al volante. Es que es agotador", explica.
Cinco de la tarde. Mario Sánchez, cantante de la orquesta Anaconda, se acaba de despertar y está desubicado. "No sé en qué hotel me encuentro, ni en qué ciudad", dice al otro lado del teléfono. Es la resaca musical de los bolos durante agosto y septiembre. Perdido, cansado y desorientado. Un combo habitual en verano. Duermen cuando el resto del planeta vive, viajan diariamente por carretera y sufren lesiones físicas derivadas del estrés y el agotamiento.
Canta Raphael que estar enamorado es confundir la noche con los días, pero no necesariamente necesitas sentir mariposas en el estómago para no saber en qué momento del calendario te encuentras. "Pierdes la noción del tiempo. Los meses fuertes no sabes ni qué día es. Tienes que apuntarlo porque es un descontrol. Se duermen muy pocas horas y pasas mucho tiempo fuera de casa. El otro día me perdí el cumpleaños de mi hija, y no estar con la familia pasa factura", cuenta Sánchez.
"Nosotros, además de conducir, teníamos que tocar. Las pocas horas para dormir es lo peor de todo. Cuando llegas a casa muchas veces son las once de la mañana y te tienes que marchar ese mismo día a las tres del mediodía. Después de tocar cuatro horas y media, hacerte 400 kilómetros hasta casa me parece muy muy peligroso", puntualiza el guitarrista y profesor cántabro Ángel Bedia.
Secuelas físicas
"Me salieron nódulos en la garganta por forzar tanto. Cuando entré en la orquesta con 19 años me quemé la voz en poco tiempo. Me asusté, así que me metí de teclista en otra formación", explica la profesora Carol Martín. Al igual que ella, Bedia sufrió las consecuencias de la sobrecarga de trabajo: "Tuve que retirarme a mitad de temporada, después de cuatro años en la misma orquesta, por una lesión derivada de meter muchas horas".
Hace 20 años, una orquesta se montaba con cuatro amigos, que compraban un equipo de sonido y vendían el 'set list' al pueblo que mejor pagara. Ahora las orquestas son un negocio mucho más lucrativo. "Se puede vivir de esto: si no tienes grandes pretensiones, un sueldo normalito te sacas. Y el cantante suele cobrar más que los músicos. Cada uno pone su caché. Y el jefe te coge o no", explica Sánchez. En Anaconda pisan el suelo del escenario cinco vocalistas, un bajista, un guitarra, el batería, el teclista y tres metales. Es una de las orquestas cántabras que más se mueve por la geografía nacional. No paran.
¿Está bien pagado? Para el guitarrista Ángel Bedia, no. "Hace no mucho tiempo un representante dijo que los músicos éramos el acompañamiento de los cantantes y nada más. Se nos menosprecia. Cobramos una nimiedad de lo que cobran los cantantes".
En lo bueno y en lo malo
Sarna con gusto no pica. Es sacrificado, sí, pero el aplauso de los asistentes compensa. La experiencia ganada, también. Todo eso, y la pequeña o gran familia que nace en torno a la orquesta. "Tocar con buenos profesionales me llena mucho y me ayudan a crecer", dice Sánchez. La parte buena es casi igual de agradecida que la mala. "Muchos músicos echan pestes porque quieren tocar blues... Yo he estado contento desde la bachata hasta el heavy metal. He disfrutado con cada acorde. Me he divertido mucho y he aprendido aún más", explica Bedia.
La profesora de piano cántabra Cristina Juárez coincide con el resto de músicos: "Lo más duro son los horarios en verano, pero en invierno tienes mucho tiempo para hacer otras cosas y compaginar la orquesta con otros trabajos", explica.
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