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Miguel Pérez
Miércoles, 16 de noviembre 2016, 19:39
Bruce Springsteen, Neil Young y Madonna ya no son suficientes para crear o parar una revolución. Muy al contrario, su capacidad de influencia sobre generaciones de individuos ubicados en la cultura y la contracultura hay que tener mucho y muy singular magnetismo para unir ambos polos empieza a palidecer ante otros referentes en plena pujanza. El más activo, al menos en casa, la cultura 'redneck' y sus derivados. O, más exactamente, unos músicos que cultivan el elogio a un sector determinante y determinado de la sociedad estadounidense que usan el country de base o el rap para hablar de camiones, chicas, bares de carretera, campos que se pierden en el horizonte y litros de cerveza. El culto al estereotipo profundo del país.
El auge de este colectivo podía preverse hace años. Pero su confirmación la expresa la victoria electoral de Donald Trump, que ha sido capaz de arrollar sin aparente esfuerzo a los colosos del rock americano que hicieron campaña a favor de la opción demócrata de Hillary Clinton. A todos ha quedado claro que a ese triunfo contribuyó decisivamente un perfil geopolítico definido. Y desde ese punto de vista parece inevitable vincular la pérdida de influencia de iconos hasta hace bien poco claves en el imaginario musical estadounidense con el dato de que el extravagante magnate logró la mayor cosecha de votos en un medio muy determinado: el sector rural tradicional, en comunidades cerradas, con el respaldo aplastante de los territorios del sur, un 58% del electorado blanco y un 43% de mayores de 45 años; es decir, el ecosistema natural de la clase humilde, patriótica, católica y conservadora que vive en el interior del país.
Hay otros datos que abonan la hipótesis: Trump sacó 31 puntos de ventaja a Clinton entre los blancos que carecen de estudios universitarios (o no los han terminado) y la inmensa mayoría de la comunidad evangélica se pronunció a favor del candidato de los grifos de oro. Es decir, la parroquia de seguidores que probablemente lloró desconsolada en el funeral del cantante country Randy Howard, antiguo compañero de andanzas de Waylong Jennings y autor del himno 'All American Redneck', muerto el año pasado en un enfrentamiento armado con un cazarrecompensas al que recibió a tiros cuando pretendía aprehenderle por unas órdenes de búsqueda pendientes. Hasta John Wayne parece un niño en este oeste.
La música siempre ha tenido una relación especial con las elecciones americanas. Estados Unidos es un país donde los rockeros se pronuncian con cierta facilidad sobre la política. Nada más enterarse de que Donald Trump iba a asistir a un concierto suyo en Iowa, los componentes de Def Leppard emitieron un comunicado en el que le calificaron directamente de «payaso». Roger Waters tampoco anduvo a la zaga. «Trump es un cerdo», colgó en las enormes pantallas de vídeo durante un concierto en California. Que nadie diga que la combinación del ya presidente electo y 'The Wall', el magnífico opus de Pink Floyd contra el totalitarismo, no deja un poso inquietante.
En contra de Trump:
Bruce Springsteen: «Juguemos un papel importante para que en el futuro podamos mirar hacia atrás y recordemos que en el 2016 estuvimos al lado de Hillary Clinton, es decir, que estuvimos en el lado bueno de la historia»
Stevie Wonder: «Por más cariño que me tengas, si tuvieses una emergencia y necesitaras ir al hospital inmediatamente, ¿quisieras que yo conduzca el coche? No. Porque no soy un conductor experimentado. Entonces creo que Hillary es una persona experimentada en el Gobierno y ha dedicado 30 años con un compromiso».
Madonna: «Estoy lista para luchar contra el sexismo, la discriminación por la edad, el racismo, la homofobia y cualquier otra forma de fanatismo y discriminación. ¡Vamos América! Tierra de los libres y los valientes».
Julio Iglesias: «He cantado muchas veces en sus casinos, pero no volveré a hacerlo. Me parece un gilipollas. Cree que puede arreglar el mundo olvidando lo que los inmigrantes han hecho por su país. ¡Es un payaso! Y perdón por los payasos».
La interrelación entre música y política en EE UU está además sistematizada. Jeff Ayeroff, ejecutivo de Virgin Records y figura importante en las carreras de multitud de bandas célebres, desde Dire Straits y The Police hasta The Cult, fundó en 1990 Rock The Vote, una asociación que busca canalizar las inquietudes políticas de los jóvenes y fomentar su participación en democracia. «Tómate un tiempo. Reflexiona. Y no dejes de votar», es uno de sus lemas, apoyado sobre el dato de que el 50% de los estadounidenses situados entre los 18 y 26 años tienen el poder de decidir un 20% del sentido del voto en unas elecciones presidenciales.
Rock The Vote es también el ejemplo de que el rock americano tiene una tendencia demócrata. Madonna valedora de Hillary Clinton en las últimas elecciones fue la primera embajadora de la organización, que en su momento se enfrentó a los conservadores al pedir una reforma del sistema sanitario a favor de la población con menos recursos. Otros músicos que han puesto su nombre al servicio de esta asociación son Michael Stipe, Christina Aguilera, Miley Cyrus, los Ramones o los miembros de Aerosmith, pese a que Joe Perry y Steven Tayler son republicanos. Eso, sí, ambos menos ardorosos que el explosivo Ted Nugent, Sammy Haggar, Kid Rock o Gene Simmons quién lo diría cuando extiende su larga lengua al frente de Kiss, que en la pasada campaña avalaron la candidatura de Donald Trump.
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Sin embargo, este tablero de juego que ha regido las relaciones entre rockeros y políticos ha sufrido un fuerte quebranto en los últimos comicios. El auge del electorado 'redneck' es también el triunfo de una subcultura que ha sido alimentada durante décadas en perfecta implosión por músicos country profundamente conservadores y otros que no lo son tanto, pero sí saben que éste es un sector que no debe descuidarse; máxime si se quiere vender discos y tocar en los garitos del sur y el corazón del oeste. Ejemplo: Nashville. El epicentro del country y de la música de raíces cien por cien norteamericana es también una capital ultraconservadora donde estudios de grabación y sellos discográficos que han hecho historia comparten espacio con la mayor editorial de biblias del mundo.
A favor de Trump:
Gene Simmons: «Él (Trump) se paga su propia campaña y dice cosas que decenas de millones de personas piensan pero no se atreven a decir en alto por la presión de la corrección política».
Ted Nugent: «Yo votaré a la candidatura republicana contra la candidatura demócrata comunista porque tengo un cerebro que me funciona bien, alma y corazón».
Azaelia Banks:«América es maligna igual que Donald Trump es maligno y para que América siga así le necesita. Solo porque Hillary Clinton y Bernie Sanders hayan dicho cosas buenas sobre las minorías no significa que las digan de verdad».
Kid Rock:«Siento que debemos dejar al hombre de negocios dirigir al país como un negocio».
El auge de un específico sonido 'redneck' tiene mucho que ver con la Historia, con los relatos de viejos vaqueros y la mitología de los obreros, agricultores y ganaderos que han forjado el país, así como con un estilo de vida que cuenta entre sus símbolos con viejas camionetas, vallados de madera y sombreros y botas de cowboy. También tiene mucho que ver con las noches de los sábados y los bares de carretera y de pequeñas localidades donde se toca música en directo. 'Redneck' nació como sinónimo de 'white trash', un despectivo apodo racial, pero el término se ha revalorizado y puede incluso llevarse con orgullo en la actualidad. En gran medida, debido a una crisis económica que ha golpeado con dureza y, al mismo tiempo, unido hasta generar un sentimiento de pertenencia grupal, a la clase trabajadora media-baja: la misma clase trabajadora que se ha rebelado y erigido sobre la sofisticación urbana con la victoria electoral de Donald Trump.
En lo musical, toca lo suyo. Igual que el campo se ha distanciado de la ciudad, sus trabajadores se han alejado de iconos como Neil Young un vaquero de los nuestros, pero demasiado progresista e individualista o Springsteen, a quien perciben cada vez menos como un obrero y más como un songwriter, un poeta de la música con mayor asimilación al estereotipo dylaniano que al simbolismo de Kid Rock. Qué decir de Madonna la reina del cool urbano, Jay Z o Kate Perry, cuyo vestido de barras y estrellas en su concierto de apoyo a Hillary Clinton debió hacer disparar todos los revólveres desde Arkansas a Ohio.
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La literatura griega nos enseña que la vida es una constante lucha mitológica entre colosos. Pues bien, igual que la democracia tiene a Jon Bon Jovi y al 'Boss', el conservadurismo country tiene a figuras legendarias como Pat Boone o Loreta Lynn, que a sus 83 años acaba de editar una deliciosa colección de canciones capaz de situar a cualquier neófito en el olimpo de la música vaquera. Pero, además, cuenta con una nueva infantería. Bueno, no tan nueva porque algunos de sus protagonistas ya van entrando en edad. Toda una hornada de cantantes como Black Shelton, Jason Aldean o los Confederate Railroad que exhiben la bandera confederada sin complejos allá donde van han dedicado éxitos a la exaltación de la vida 'redneck', ayudando muchas veces involuntariamente a energetizar a esa masa de defensores de los productos, la tierra y el modo de vida estadounidenses que no saben ver la literatura de las canciones sino una declaración de orgullo en sus letras. Algunos, en cualquier caso, son muy claros en este asunto. Colt Ford, cantante y rapero country, aparte de golfista, se ha hecho archipopular colando tan pronto un tema en la Billboard como componiendo el himno de la asociación profesional de jinetes de toros.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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