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David Remartínez
Viernes, 7 de abril 2017, 17:35
Ahora que el humor negro acaba en la cárcel, que los imputados han de denominarse investigados, y ahora que estamos acostumbrados a expresiones tan optimistamente funerarias sobre nuestra realidad como «nichos de empleo», Los Punsetes publican 'Viva' para salvarnos a todos de ... lo políticamente correcto. Un concepto, por cierto, cuando menos paradójico en un país donde la política no hace sino apilar corruptos a los que nadie en sus respectivos partidos conocía de antemano. «Viva el presidente y viva el Gobierno. / Gracias a vosotros van a ser eternos».
Los Punsetes, entre guitarras como zarpazos y melodías pop, hacen las bromas que precisamente algunos se empeñan en vetar. Véanse los siguientes ejemplos (con el aviso previo de Control Parental y Letras Explícitas):
«Me gusta que me pegues, / me siento importante, / encuentro tus hostias / fascinantes».
«Dos policías cerca de tu casa / dos policías en un coche que pasa. / Dos policías en el patio interior, / dos más hurgando en tu buzón. / Un par de policías nos separan, / ya nos han arruinado el fin de semana».
«Que le den por culo a tus amigos, / pasa de ellos y ven conmigo. / Tu trabajo me toca las pelotas, / conmigo ya tienes de sobra».
¿Se ha reído usted con sus antiguos éxitos? Pues solo la canción que da título a su nuevo disco contiene suficientes ripios para escandalizar a 500 excursiones del Imserso, o sea a la mitad de Benidorm. Es el punk de los nuevos tiempos, Dios salve a la Infanta, pero qué público más tonto tengo. «Viva la violencia, / viva la ira. / Viva tu mirada llena de mentiras».
'Viva' es el fantabuloso quinto disco de Los Punsetes, banda madrileña que canta sin tapujos, sin esconderse ni tampoco hincharse por su descaro. No se ocultan detrás de una cresta, un maquillaje, una pose ni detrás de nada que aparentemente justifique las barbaridades que con tanta naturalidad entonan. «Viva el terrorismo, viva la guerra. / Viva tener todo y echarlo por tierra».
Ariadna, voz del grupo, interpreta imperturbable: mirando al infinito y sin moverse una miaja durante los conciertos, quieta y estirada como un maniquí. Su determinación en escena y ante el micrófono no requieren volumen para la provocación. Ariadna no necesita gritar porque, además, cualquier letra de Los Punsetes adosa normalmente un verso que supera la broma el dardo al estómago de la buena educación y conecta como una flecha en el corazón de quien la escucha. «Viva la oficina y viva el trabajo, / solo con pensarlo me vengo abajo».
Para disfrutar a Los Punsetes hay que tener humor y también amor, y en esa confluencia de lo rematadamente macarra y el guiño romántico, del cuero con cadenas bajo el que se encrespa la piel, reside parte de la fascinación que provocan. «Viva la tristeza, viva el dolor. / Viva lo que siento cuando estamos los dos».
Somos todos
Hay una tercera virtud en el cancionero de Los Punsetes: tanto su lenguaje como sus historias reflejan un ánimo social. El público ve su mundo y se ve hablando de él.
Con las peculiares metáforas de Manu, su guitarrista (conocido como Anntona en solitario), Los Punsetes han cantado a la violencia machista, la corrupción política, el tráfico de órganos (de iglesia), los «maricas» o las redes sociales: «España necesita conocer tu opinión de mierda. / La gente necesita que le des tu opinión de mierda. / Un montón de temas sueltos e inconexos, / aguardan el veredicto del experto». Cada verso de Los Punsetes tendría vida propia como un tuit. Un sonoro tuit.
De hecho, si en lugar de una banda fueran una cuenta de Twitter seguro que ya se habrían comido una docena de querellas judiciales, y soliviantado a tres o cuatro tertulias de radio y televisión. Pero los guardianes de la compostura no suelen consumir mucha cultura, pues no la entienden, y quizá por eso Los Punsetes se han librado hasta ahora de un gran titular, de uno de esos escándalos anecdóticos y estruendosos que cada día entretienen a las masas virtuales de este mundo eléctrico.
«Como nadie me hace nada, / no sé de quién vengarme. / ¿Cómo saco de mi cuerpo / el odio y la frustración, / la certeza de que no hay / la manera de escaparse / de esta mierda de persona / que me dicen que soy yo?».
¿Dónde hay más odio, en el que canta cabreado o en el que encarcela a quien canta su cabreo? Preguntémosle a Pablo Iglesias, preguntémosle a Carlos Herrera. Preguntemos en un bar y nos responderá a buen seguro alguien hasta las narices de todo y de todos, cualquier ciudadano indignado. España, la España que nos llena la boca, está harta, ya lo sabemos.
Buena prueba de ello es que estamos perdiendo una de nuestras salvaguardas tradicionales durante los tiempos de cólera: la chirigota, la coña, la capacidad de reírnos de nosotros mismos y de nuestra presunta fatalidad para poder sobrellevarla. Ahora, muchos se asustan más por un tuit que por una pancarta, y no digamos ya por la desfachatez de un político que se nos ríe en la cara, a cámara. Alguien con buen gusto metería hoy a Gila en la trena simplemente por hablar con el enemigo. A Eugenio le boicotearían por el acento catalán en muchas fiestas patronales, y a Ramón Gómez de la Serna le obligarían a escribir solo refranes discretos, bajo severa amenaza de la RAE.
«¡Viva, viva, viva / lo poco que nos queda. / Sálvese quien pueda / y a la mierda con esta mierda / y a la mierda con esta mierda!», braman Los Punsetes en su estribillo. Usted verá lo que entiende: si un «¡A la mierda!», como el que esputó Fernando Fernán Gómez desgoznado de ira, o un «¡A la mierda!» como el que bramó en su día desde aquel estrado José Antonio Labordeta. U otro cagamento, si usted así lo prefiere. Porque el humor reside principalmente en quien lo escucha, y no tanto en quien lo canta. Al revés o no de lo que sucede con el amor: «Viva la injusticia que arrasa este mundo. / Viva lo que siento cuando estamos juntos ».
Viva.
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