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Ayer, Rufus T. Firefly convirtieron el escenario del Santander Music en un imaginario cuadrilátero delimitado por cuerdas de neón. Tocaron en penumbra, muy juntos, casi mirándose. ¿Una forma de poner la atención solo sobre la música? ¿La recreación de la atmósfera de un ... ensayo? Una manera fantástica de presentarse en la campa en cualquier caso. Pero no solo fue el envoltorio, la banda de Aranjuez gustó gracias, entre otras cosas, a la pegada de Julia Martín-Maestro. «Ole esa batería», jaleaba el público, curioso y expectante ante una propuesta que, entre otros muchos calificativos responde a la definición de «diferente».
La banda interpretó temas de sus dos últimos discos - 'Magnolia' (2017) y 'Loto' (2018) que comparten línea conceptual-. Canciones como 'Halcón milenario', 'Final Fantasy', 'Demogorgon' (con esa intro tan 'Stranger Things')… No se esconden: Rufus T Firefly sorben de Tame Impala y de la psicodelia y del space rock y de la electrónica noventera y de… Y lo tejen todo. «Eres la guitarra que llora de Harrison/ la psicodelia de Pink Floyd / eres la pegada de John Bonham/ eres la voz de Thom Yorke», cantó Víctor Cabezuelo en 'Nebulosa de jade', revelando nuevas filias y referencias al público de una campa que parecía un jardín de Renoir, de tanta camisa floreada, o el salón de Alaska y Mario Vaquerizo, de tanto estampado animal.
A Rufus T Firefly le precedió sobre el escenario Luis Brea y El Miedo. Su letra de 'Nueva generación' fue muy premonitoria en la noche de ayer: «Hay un ruido de fondo/ es una nueva generación». Porque ayer fue una noche de contrastes y barruntos. El dúo Monterrosa, que encoló con la extraña noche, ya pinchaban al principio el mítico 'Believe' -con autotune a dolor- de Cher e invitaba a jalear temas de esos que el sector más indie se negaría a reconocer que canta en la intimidad. En este caso, la intimidad era la extensión campera y casi 5.000 compañeros de interpretación pre y post adolescente de los 90.
Contrastes. Kase.O se abrazaba con su fiel escudero R de Rumba y con el también zaragozano Momo antes de salir al escenario, unos quince minutos más tarde lo previsto -algo reseñable por la puntualidad exquisita de este Santander Music-. Aunque algunos habían tomado posiciones con tiempo, la gran mayoría buscó su lugar a la carrera después de bailar al ritmo de Las Grecas en el escenario Playa.
Para empezar, Kase O -Javier Ibarra Ramos- se marcó una intro hablada de más de tres minutos. «Hermanos y hermanas, traemos miles de ritmos. Os invito a ser agradecidos con la vida, a dar gracias por las pequeñas cosas. Vamos a emocionarnos, vamos a rimarnos. Os invito a 'El Círculo'».
Él era -y lo sabía- uno de los platos fuertes de la noche, un bonito de doce kilos en plena costera de agosto. A Santander trajo 'El círculo', su último disco, un trabajo que le mantiene en el podio del rap español. Combinó estos temas circulares con otros de Violadores del verso, su anterior grupo pero sin pasar por el experimental 'Jazz Magnestim'. El concierto -temas como 'Esto no para' o 'Mazas y catapultas'- puso a la campa en órbita. Entre una y otra canción, Kase O, capaz de silenciar al respetable solo con un micro -«que vale casi un kilo»-, alabó a Okuda San Miguel, Dj Uve o a Mitiko -productor y rapero local-, condenó las actitudes machistas y sexistas -«No es siempre no», y emplazó al respeto.
Habló largo y tendido con el público, les aconsejó sobre la vida, en una deriva casi profética que el de Zaragoza parece haber adaptado a su discurso. Ibarra fluye, añade incluso coreografías a medias con su segundo a bordo y hasta agradece a su crew en formato rima. Al público, entregado más que en cualquiera de los show previos, les recordó cómo han cambiado en los últimos años. ¿Cuánta gente de la que ayer estaba en la Campa habrá enfilado la adolescencia con 'Vicios y virtudes'? «Cuando empiezo a calentarlo, si tenéis un litro levantarlo, no estoy sereno no hay razones para estarlo no estoy sobrio no hay razones para estarlo, para estarlo o levantarlo». Y el brazo o el cachi o la voz se levantaban. 'Cantando' y 'Mitad y mitad' ayudaron a cerrar el círculo dibujado ayer por Kase.O antes de despedirse del todo con un clásico, 'Cantando'.
Y después llegó C.Tangana y a los 50 minutos se marchó. En el impass intermedio, Antón Álvarez -el artista anteriormente conocido como Crema- construyó el concierto con voz pregrabada, con baile, con un neón dibujando la palabra 'ídolo' bien visible en el escenario. Quizá nadie esperaba que ofreciera un acústico, pero la actuación generó desconcierto, cuando no críticas, entre quienes le veían en directo por primera vez (si bien es cierto que salir después de una figura como Kase.O tampoco ayudó por la demoledora comparación de estilo y estilos).
Lo del madrileño le resultaba incomprensible a algunos asistentes por no encajar con el discurso del festival o por un playback «vergonzoso». Otras críticas se referían a lo «innecesario» de acompañar la actuación con dos bailarinas de barra (que, cabe decir, sí que actuaron en directo). ¿Los artificios del espectáculos eran una forma de tapar sus carencias artísticas?, se preguntaba otra asistente.
'Bien duro', 'Inditex' 'Forfrí', 'Traicionero', 'Mala mujer'... fueron parte de los temas del repertorio de C.Tangana. Tras de sí dejó muchas preguntas: ¿Por qué cantó en playback?, ¿Por qué no le importó que se notara?, ¿Fue su actuación una parodia del mundo musical? ¿Podría calificarse como performance? ¿Su forma de desentenderse de la música es una provocación? ¿Por qué llevaba una chaqueta -de Loewe- con el calor que hacía anoche? ¿Por que su acompañante a las bases lucía publicidad de dos marcas en su camiseta? ¿Por qué se preocupó más de su actuación ante la cámara y el móvil que ante el público? El madrileño le dijo al público que pasaba de etiquetas -a saber, que él no es solo sinónimo de coches caros, de mover el culo, de fajos de billetes, dijo-, y se reivindicó como ídolo. Su pose lo es.
Cerraron la jornada los ritmos del Instituto Mexicano del Sonido, que llegaban al partido con el ambiente calentito. Vestidos con buzos naranjas al más puro estilo guantanamero, encadenaron temas de 'Disco popular' con esa maestría suya para poner los versos de Juan Rulfo ataviados de la electrónica más trallera. Pasadas las cuatro de la mañana, los últimos rezagados abandonaban la campa como se hace después de un buen menú: saciados y satisfechos.
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