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Pilar González Ruiz
Santander
Lunes, 4 de diciembre 2017, 07:41
Una luna limpia y turgente iluminaba este sábado la piel metálica del Palacio de Deportes. Aún así, se quedó corta; el brillo, esa noche, estaba en las entrañas de ‘La Ballena’.
La palabra expectativas, escrita con bombillas blancas, coronaba el escenario como bienvenida. Diez minutos sobre la hora prevista, los Santos Inocentes aparecieron en el escenario. A continuación, llegó él. Enrique Bunbury, alejado de las llamas y los sombreros de antaño, con un tres piezas blanco y un caballeroso saludo a los casi tres mil asistentes.
Sin dilación, entraron los primeros acordes metálicos de ‘La Ceremonia de la confusión’, con ese saxo que está destinado a dar nueva vida a cada composición del zaragozano. Un acierto llegado en el momento preciso al que ha sabido sacar partido. El balazo de ‘La actitud correcta’ siguió la estela antes de ‘Cuna de Caín’, con su aire de encantamiento de serpientes. El público ya estaba hechizado en el cierre de este primer combo salido de ‘Expectativas’, que a pesar de llevar apenas dos meses de recorrido, ya ha calado entre los fieles. No es un disco de letras fáciles; tiene mucho que contar en sus versos un Bunbury ya maduro que no esquiva los charcos; los elige.
A partir de ahí, el aragonés errante saltó por todo su repertorio, sin pudor ni precaución por épocas pasadas. Y a cada tema, una sorpresa; tras una breve colección de notas iniciales, el público reconocía lo que estaba sonando, igual, pero distinto. Su «vano correr tras lo imposible», de ‘El Anzuelo’, se ha suavizado; ya no raspa en la garganta y ha girado hacia aires más tropicales con un final de sorprendente percusión. ‘Mar adentro’, que cumple ya unos generosos 30 años, ha sido tamizada para sonar actual. Había, entre el público, quien recordaba la presentación de aquel disco en directo, ‘El mar no cesa’, a finales de los 80, en Torrelavega, con Héroes del Silencio y Loquillo. Quizá Bunbury y el Loco sean dos ejemplos claros de ese saber estar, pontificando sobre rock and roll a base de experiencia.
Había también quien, conocedor del asunto, afirmaba que nada ha sonado tan bien en el Palacio como la sucesión de temas que llenaron esas dos horas. El zaragozano ya sabía dónde jugaba; aquí presentó hace seis años ‘Licenciado Cantinas’ y durante dos días, ha domado el interior del espacio para que resultase tal y como debía hacerlo: como un cañonazo sonoro sin un punteo fuera de lugar. Huelga mencionar el espectáculo de luces que vestía cada canción, en otra demostración de que nada queda al azar cuando este capitán maneja el barco en el que están enroladas más de 60 personas entre técnicos y equipo.
El cantante maño recordó su «deuda» con Santander. Este concierto llegaba con un año y medio de retraso respecto a la fecha original, cuando una faringitis le obligó a suspender su paso por el Santander Music. Comenzar en esta plaza cantábrica el periplo de ‘Expectativas’ es para él, dijo «un honor». Y de forma constante repitió el nombre de la ciudad, sin contrato publicitario de por medio. Este Enrique sí tuvo presente dónde estaba ahorrando sonrojos más mainstream.
El presunto final se cerró con ‘Maldito duende’, porque nunca hace daño un clásico que atraviesa la columna como un escalofrío. Pero aquello no había terminado. La banda volvió a una escena reconvertida en cantina. Enrique, esta vez sí, con sombrero y pañuelo rojo al cuello. Donde había teclado, acordeón y donde había guitarra, banjo. Así sonaron ‘El extranjero’, ‘Infinito’, ‘Que tengas suertecita’, una jazzística ‘Sí’ y la explosiva ‘Lady Blue’, quizá uno de los poco temas que se ha mantenido como siempre. Entre reiterativos agradecimientos y unos nervios que, si estaban, no se hicieron notar, Bunbury cerró el set con ‘La constante’.
Dominador absoluto del espacio en el que se mueve, Bunbury mantiene la gestualidad que le caracteriza. Un brazo extendido que se abre hacia nuevos horizontes, siempre curioso. Una mano que señala a lo alto, donde queda el límite de la experimentación. Y esos dejes de cabaretero fronterizo que tiñen su show de la profesionalidad confusa en un panorama empobrecido en lo que a espectáculo se refiere, donde el concepto se ha perdido en pos de la uniformidad. No son los comedidos, los grises, los anodinos, quienes dejan huella en la historia del arte. Son aquellos que marcan una impronta propia. Quienes tienen ese «no sé qué» sobre el que ironiza el cantante en ‘La actitud correcta’. Y él lo tiene. Lo usa. Porque sabe y porque puede. Vaya que sí.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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