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j. Mikel Fonseca
Miércoles, 18 de abril 2018
Kendrick Lamar tiene ese 'algo' que hace que su música guste tanto a melómanos como a radioyentes, sea alabada por la crítica especializada por unanimidad y reconocida con más títulos que ningún otro rapero. En el anexo de premios de su página de Wikipedia, ... uno puede cansarse de hacer scroll viendo todos los galardones que se ha llevado el rapero californiano: 12 Grammys -los mismos que Michael Jackson-, 13 premios MTV, 9 ASCAP… en total, suma 87 ganados de 206 nominaciones totales. Incluso tiene dos Honores Cívicos otorgados por el estado de California, y en 2013, el alcalde de Compton -donde nació Lamar- le entregó las llaves de la ciudad.
El último en añadir a su palmarés puede que sea el más ejemplar de un éxito que no parece conocer límites. Su álbum más reciente, 'DAMN', ha logrado un Pulitzer de la música. Sí, un Pulitzer. De la música. Además de reconocer la excelencia periodística -los autores que han destapado 'el caso Weinstein' han sido los ganadores este año-, estos premios también tienen un apartado dedicado a las otras artes. Un galardón que hasta ahora no había salido del ámbito de la música clásica, salvo alguna que otra excepción jazzística. Gracias a «una colección virtuosa de canciones unificada por su autenticidad vernacular y dinamismo rítmico, que ofrece conmovedoras viñetas en las que captura la complejidad de la vida afroamericana moderna» como señala la academia, la norma se ha roto.
Que un rapero como Kendrick Lamar gane un Pulitzer significa muchas cosas. La primera, que el galardón vetusto tiene las miras puestas en una sociedad que apenas recuerda como se pronuncia su nombre. La segunda, que el rap es el pop del siglo XXI; tiene ya tantos matices y subgéneros que engloba a una realidad musical enorme. 'DAMN' -que ya es platino, además del tercer álbum de rap en la historia en ganar un Grammy a Mejor Disco del año- es la síntesis de todas esas vertientes: por sus 14 temas discurren la old-school y la vanguardia trapera en una miríada de ritmos. Los une la calidad sublime con la que Lamar firma todas sus obras.
Hay un tercer factor: la importancia de la política en la obra del rapero de Compton. Las raíces del hip-hop están hundidas en la tierra mojada de la revolución. Leyendas como N.W.A. o Public Enemy han construido su legado rimando sobre la lucha contra las desigualdades, y más especialmente, por los derechos de los negros. A pesar de que el rap se ha despolitizado desde su estallido en la MTV y los canales mainstream, Lamar siempre ha exhibido con orgullo su compromiso con movimientos como el 'Black Lives Matters'. Sus discursos a la hora de recoger premios -y ha dado unos cuantos- suelen ser igual de contundentes que sus versos grabados, que ya han alcanzado el estatus de himnos. Huelga decir que Donald Trump y él no se tienen mucha simpatía mutua.
Esto no significa que la música de Lamar esté exenta de sensibilidad a otros niveles. En sus canciones, explora los desafíos humanos, el dolor personal o su relación con la religión. O que todo lo que haga tenga un cariz artístico. Ahí está la reciente BSO para el blockbuster de Disney, 'Black Panther'. También hay que fichar para poder cobrar.
Que Kendrick Lamar gane un Pulitzer significa que su arte importa. El premio, nacido en 1943, reconoce principalmente la música clásica y culta. No fue hasta 1965 que dedicó una «mención honorífica» a Duke Ellington -que por entonces ya llevaba más de medio siglo de carrera- y más tarde también lo recibirían Bob Dylan,Thelonious Monk, John Coltrane y Hank Williams. Nombres grabados a fuego en el panteón del cuarto arte, que ahora tiene un nuevo inquilino. Y ha venido para quedarse.
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