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Un puñado de temas le valieron a Gata Cattana para convertirse en la última promesa del rap femenino español. Ana Isabel García, que así se llamaba en realidad la rapera y poetisa cordobesa, combatía el hermético y masculinizado mundo del rap parafraseando sobre feminismo, ... lucha de clases y la idiosincrasia del pueblo andaluz. Una reinvindicativa receta que completaba con la influencia del mundo flamenco y los sonidos de vanguardia y que le valió despuntar como el relevo de La Mala Rodríguez. Su álbum debut prometía. Sin embargo, a la noticia de su primer trabajo largo se le adelantó la de su repentina muerte, el pasado 2 de marzo víctima de una insuficiencia cardiaca. Tenía solo 25 años.
'Banzai', que así se titulaba su obra, salió a la venta el pasado 7 de octubre. El disco póstumo, fruto del empeño de su familia y sus compañeros de viaje musical, que se negaron a guardar en el cajón las voces ya grabadas de Ana. Tras los arreglos nació 'Banzai', un disco que recoge el espíritu combativo de la Gata, que una vez más clava sus zarpas en el corazón de la misoginia y las desigualdades sociales y realza el valor de la vida y el legado.
Gata Cattana mantiene en 'Banzai' su posición de icono feminista, erigida al ritmo de temas como 'Lisístrata', uno de los más aclamados, o 'Los siete contra Tebas' («Mi libertad no cabe ni en jaulas de plata blanca, / No reconozco autoridad más allá de mi cuerpo»). Versos que no solo denuncian el machismo imperante hoy día, sino que echan la vista atrás y buscan su origen en la religión o en la cultura exclusiva a los hombres, critican un sistema corrupto, arremeten contra filósofos trasnochados y políticos, y reivindican el pasado del pueblo andaluz. Letras cuidadas y con sabiduría adquirida a través de los libros de Historia que devoraba y de la licenciatura en Ciencias Políticas que obtuvo en la Universidad de Córdoba.
'Lisístrata', del disco 'anclas' (2015)
De su rap destacan su aire experimental y su ansia por alejarse de los cánones del género, masculinizados y herméticos. El suyo es una extraña mezcla resultado de un cúmulo de influencias, musicales y no, que ella enumeraba desde Aretha Franklin hasta Rosa Luxemburgo, pasando por Pink Floyd, la familia Morente, Clara Campoamor, Princess Nokia o Keny Arkana.
«Rapeadora de noche, poetisa de día y politóloga a ratos», según se definía en su perfil en Twitter, Ana no pretendía presumir de talento o chulería. «Quería enseñarles algo a los chavales», afirma Carlos Esteso, su DJ y amigo. Un alma justiciera que derramó sobre papel y guardó en el poemario 'La escala de Mohs'. Ese corazón late ahora para otro: «Se fue igual de generosa que vivió -afirma su madre, Ana Llorente, que los órganos de la artista fueron donados-. La persona que recibió su corazón se llevó el mejor».
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