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El rock and roll de la cueva

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Javier Rosendo

El rock and roll de la cueva

Loquillo repasa 40 años de carrera en un concierto acústico en El Soplao

Sábado, 8 de septiembre 2018

«Esto es la hostia. Vais a ver algo único». Así empezó Loquillo su concierto de este viernes en El Soplao. Para quien se enfrente a la visión de la cueva por primera vez, es una expresión acertada. Pero eso era lo único sorprendente, porque las 300 personas que llenaban ayer los pasillos de piedra convertidos en palcos, eran fans entregados a la causa rockera y a su pastor trajeado en particular. Las brillantes esféricas no reinaron esta noche; se sumaron al espectáculo.

Pasadas las 20.30 horas y entre risas, la banda se subía al tren minero que les llevaría al escenario ubicado en la galería de La Gorda. Paseíllo de rigor y una distribución un tanto medieval, que convertía al Loco en el amo del castillo con un foso separándole de sus fieles. Una iconografía que no desdeñaría el catalán, que derrocha actitud de la misma manera ante 120.000 espectadores en Montjuic que en una reconvertida cueva Del Valle del Nansa. Pero el show de esta noche, no se había visto antes.

En acústico, más sosegado, menos ladrador y más mordedor, Loquillo confirma la solidez de su cancionero, que salvo algunos guiños a las composiciones de Sabino Méndez, fue en gran medida propio. Entre sus clásicos ('El hombre de negro', 'Por amor', 'Feo, fuerte y formal') se colaron también canciones que no han sonado durante su último tour ('Cuando pienso en los viejos amigos' o 'No volver a ser joven') y menciones a referentes perdidos; Johnny Hallyday «el mejor cantante de rock de Europa» con quien grabó hace una década 'Cruzando el paraíso' y Ceesepe, de cuya muerte se enteró esta misma tarde y a quien dedicó 'Calles de Madrid'.

En la cuarta fila, tres amigas llegadas desde Madrid y Zaragoza para este concierto, no se resistían a dejar sus asientos y coreografíar cada tema, abrigos fuera, ajenas a la cortante humedad de El Soplao. Detrás, una niña de apenas cuatro años con coletas y pompones gritaba «¡Salud y rock and roll!». Francisco Martín, consejero de Turismo, hablaba del concierto «como un lujazo», aunque tampoco es objetivo el titular del área; reconoce que es la banda sonora de su vida y también se le vio hace escasos meses, chupa de cuero incluida, en el concierto que la banda al completo ofreció en Santander.Felipe Cabrerizo, que trabaja mano a mano con el cantante en la que será su primera biografía autorizada, afirmaba que este ha sido el concierto que más le ha impresionado.

Antes de meterse bajo tierra para dar este recital, Loquillo tuvo tiempo para un primer ensayo en Moon River Estudio y también para disfrutar las bonhomías santanderinas. Igor Paskual (que contra todo pronóstico resisitó sentado durante la hora y media que duró el concierto), Josu García, Laurent Castagnet y Alfonso Alcalá acompañaron al Loco en este alto durante su descanso, una rareza previa al comienzo, en octubre, de la segunda parte de la gira con la que celebrará su 40 aniversario.

Loquillo, aquel adolescente desubicado que se inspiraba en Tomy Steele, forma parte, a propio pulso, del imaginario de varias generaciones. Personaje y persona son indisolubles y tienen en un solo papel: ser una estrella. Probablemente la más notable en la historia del rock and roll nacional. Y ejerce como tal.

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