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Telmo tenía dedicado un libro a su vida antes de ser consciente siquiera de su existencia. Fue él quien eligió el título de 'Umbilical', escrito por su padre Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977). Tiraba de forma obsesiva de un cordón que unía a un pingüino ... de peluche con su cría. El autor argentino, residente en Granada, detallará el proceso creativo de su trabajo más íntimo en la Librería Gil mañana martes (19.00 horas).
– 'Umbilical' tiene tres protagonistas y uno es usted mismo.
– Ha sido una escritura más autobiográfica de lo habitual en mi caso. Pensar cómo ha sido la experiencia de otros padres y madres, qué tipo de educación no nos han dado a los hombres para vincularnos con los bebés. Tampoco hay una cultura que nos enseñe en el acompañamiento de la gestación. Es un comportamiento muy alineado con la estructura de nuestras familias y nuestra educación.
–¿Este ha sido su trabajo más introspectivo?
–Era una escritura muy singular. Sabía y sentía que estaba escribiendo quizá sobre la materia más íntima de mi vida de escritor, pero sabiendo que esos personajes arquetípicos llamados madre, padre e hijo, eran el eco de millones de familias que han pasado antes por la misma situación. Muchos de los momentos más intensos de la crianza y los primeros compases de la vida son extenuantes y exigentes, en lo físico y en lo emocional y se van olvidando.
–¿Por qué los sustituyen otros?
–Sí, porque la demanda del presente es tan constante e incesante que siempre estamos instalados en la penúltima urgencia. Pero también creo que porque el esfuerzo íntimo y emocional, aún más para las madres, te lleva tan al límite, que es como terminar una maratón y tratar de recordar lo que estabas pensando en el kilómetro veinticuatro.
–¿Se documentó para saber cómo enfrentarse a esta etapa?
–Es una pregunta muy interesante, porque creo que es difícil trazar un límite razonable, a la hora de llegar a la paternidad, entre la documentación previa, el estudio de campo y la opresión de la opinión ajena y los mandatos sociales. Cualquier persona, tenga o no hijos, y más si eres mujer, se ve asediada por las recomendaciones, prejuicios, expectativas… He ido leyendo según se iban presentando dificultades concretas. Creí que necesitaba más que la enésima opinión, un poco de paz de espíritu y de apertura emocional.
–En ese campo de prejuicios, uno es el que le dice que se ha metido en un terreno que los hombres no suelen circundar
– Es un antecedente, una realidad; hay un silencio asombroso y casi total en la literatura sobre la relación entre los hombres y los bebés. Es un hecho. Tiene razones basadas en los prejuicios sociales. Todo lo que configura el estado visual colectivo tiene mucho que ver ahí. Lo que vemos al cerrar los ojos.
–¿Y qué ve al cerrar los ojos?
–Cuando cerramos los ojos, lo primero que vemos es el inconsciente colectivo. El modo en que la tribu ha trabajado las imágenes. Y a mí me interesaba trabajar con eso. Si pensamos en la paternidad en un hospital, nos vamos a Hollywood y veremos un señor fumando en un pasillo esperando a que le comuniquen que ha sido padre. Partimos de un imaginario que nos dice que un padre es un espectador externo. El vínculo parte con ese lastre.
– ¿Es posible modificar el imaginario colectivo?
– Si los hombres no hablamos sobre cuestiones de crianza y no empezamos a considerar dignas de narración, de poesía, de arte, situaciones muy cotidianas de la crianza que sí han sido material de reflexión por parte de las madres y las mujeres, siempre iremos cojos en este terreno. Está siendo muy emocionante compartir este libro con familias.
–Hombres que se sienten representados, quizá
–En muchos casos. Se me han acercado muchos hombres a hablarme en términos muy conmovedores de sus experiencias. Uno me dijo que se dio cuenta de que tenía piel cuando acarició a su bebé por primera vez. ¡Una frase que es una obra de arte que me habría encantado escribir! Si no sabes cómo se siente el vecino, nunca crearemos una red de cuidados.
– ¿Las mujeres también le han trasladado sus sensaciones?
– También es preciosa la reacción de las madres y lectoras. Me transmiten que se han sentido acompañadas y han podido conocer las sensaciones de sus parejas. Está habiendo una abundante literatura de nuevas maternidades y habiendo una revolución en ese terreno, es inevitable replantearse el rol de padre. Mi libro es un grano de arena en el desierto, pero colectivamente, todos saldríamos ganando con la conversación. También nos lleva a pensar en el vínculo con nuestros propios padres.
– Una asociación que usted mismo estableció respecto a la pérdida de su madre.
– Tienes razón. Un nacimiento despliega todo el pasado ante tus ojos y te invita a recrearlo. Me ha conmovido cómo personas sin hijos me hablaban con emoción por haber pensado en los padres que tuvieron o que les hubiera gustado tener. Pensamos en nuestra propia primera infancia y se tocan cuerdas muy finas que remueven muchas cosas.
– ¿Este ha sido, literalmente, un proceso de escritura viva?
–La primera nota, sin ambición de escribir un libro, fue con la primera ecografía. ¿No habrá otras formas de vincularse?, pensé yo. Ahí empecé a tomar notas de una conversación prenatal con un interlocutor que se iba convirtiendo en mi hijo. Quería que su nacimiento fuera un reencuentro y no la primera cita.
–Roberto Bolaño dijo de usted que «le pertenece la literatura del siglo XXI». ¿Ahora le pertecene un poco a su hijo?
– (Ríe) Esa frase fue una exageración generosa que tiene que ver con su entusiasmo. No puedo saber cómo leerá mi hijo este libro nuestro. Sí sé que no estaré aquí siempre y me gustaría que lo sintiera como un testimonio de amor.
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