Sergio Martínez | Escritor
«Todos necesitamos hoy en día nuestro propio Monasterio de Yuste que nos permita parar»
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Sergio Martínez | Escritor
«Todos necesitamos hoy en día nuestro propio Monasterio de Yuste que nos permita parar»La crónica como búsqueda de un lugar en el mundo. La rigurosidad del historiador e investigador. Y su demostrada capacidad para domar el lenguaje que ... vehicule el encuentro entre los personajes y el lector. El escritor santanderino Sergio Martínez se ha adentrado en el retrato de Carlos V en su tercera novela, 'Tardes con el emperador' (Grijalbo). A la disección reflexiva, a través del último año del monarca en su retiro en el Monasterio de Yuste, suma una recreación imaginativa de personajes y situaciones, pero pulcra en su fidelidad a lo biográfico. «Siempre quise dar una imagen veraz de su figura, aunque sin obsesionarme con describir todas sus facetas». El autor de 'Las páginas del mar' y 'La ciudad enfurecida' ha primado un objetivo: que el lector «acompañe al emperador en esos últimos meses en Yuste y pueda comprender los motivos de su retiro».
-¿Qué le hubiese preguntado al emperador si hubiese pasado una de esas tardes con él?
-Si, mirando atrás, se sentía satisfecho con su papel al mando del Imperio. Siempre se dice que un gran poder supone también una gran responsabilidad y me hubiese gustado saber hasta qué punto el emperador Carlos pensaba que había hecho un buen uso de ese inmenso poder que tuvo en sus manos.
-¿Cómo define el equilibrio entre lo histórico y la ficción?
-Lo histórico ha de ser el marco, pero a mí me gusta más verlo como un espacio abierto que como una habitación cerrada. Si lo histórico nos encorseta tanto que no nos deja movernos con libertad entonces la novela puede caer en una «historia ficcionada», que no es lo mismo que una «ficción histórica». Teniendo esto en cuenta, el autor puede ir hasta el límite de lo verosímil, pero no más allá; no debe colocar a los personajes, sobre todo a los reales, en situaciones que al lector le puedan parecer absurdas o inconcebibles.
-¿Disfruta más en la investigación y documentación que en la escritura, o al revés?
-Disfruto con ambas, pero más con la escritura. Y he de decir que no son necesariamente dos etapas sucesivas. Antes de empezar a escribir me documento; pero sigo haciéndolo durante todo el proceso de escritura, tratando de no obsesionarme con el dato. De hecho, si eres demasiado estricto apegándote al relato histórico eso puede resultar en ocasiones un tanto «paralizante».
-De su experiencia de lector y escritor, ¿diría que el autor de novela histórica aporta más luces sobre la condición humana que el historiador?
-No siempre. Hay historiadores que son muy capaces de mostrarnos la condición humana de una manera cercana y emotiva, tanto si su forma de escribir es claramente académica como si se toman más libertades literarias. Estoy pensando, por ejemplo, en las magníficas biografías escritas por Stefan Zweig, muy rigurosas, pero a la vez con una prosa de una riqueza extraordinaria. Sin embargo, sí que es verdad que los autores de novela histórica pueden llegar a un público más amplio y pueden tomarse mayores libertades creativas, por lo cual a veces la imagen de algunos personajes históricos nos resulta más reconocible por el modo en que los describieron algunos novelistas, como sucede con los emperadores Claudio o Juliano el Apóstata.
-¿Por qué Carlos V con todo lo que se ha escrito sobre él?
-Mostrar a Carlos V no era el objetivo que buscaba, pero sí era un elemento necesario en mi novela. Por ello tuve en cuenta que tenía que dar una imagen veraz de su figura, aunque sin obsesionarme con describir todas sus facetas. Fue un hombre con muchos matices y yo me fijé especialmente en la vulnerabilidad de una persona que habiendo tenido todo el poder del mundo fue capaz de renunciar a él y retirarse solo a meditar y rezar. En la novela he querido que el lector acompañe al emperador en esos últimos meses en Yuste y pueda comprender los motivos de su retiro.
-¿De qué se arrepintió, y de qué se jactaba el emperador?
-En aquella época histórica los reyes y emperadores tenían una visión más patrimonial que nacional de sus reinos. Eran monarcas porque habían heredado unos bienes familiares y debían tratar de mantenerlos. Creo que eso era algo de lo que el emperador Carlos se sentía satisfecho: haber podido transmitir a su familia todo aquello, y más, de lo que él mismo había recibido. Por otra parte, creo que se arrepintió de no haber sido capaz de mantener la unidad de la cristiandad en Europa. La división entre católicos y protestantes fue para él un golpe muy duro y le costó mucho «digerirlo». Y la gobernación de los territorios americanos fue igualmente un continuo quebradero de cabeza.
-¿No tiene algo de esquizofrénico trazar un retrato reflexivo desde el propio Carlos V con la mirada del presente?
-Juzgar desde el presente es peligroso, pero no nos queda otra. Lo que debemos de intentar es hacerlo con cuidado, procurando no emplear nuestros criterios, sino los propios de la época. Por ejemplo, los reyes españoles, a pesar de sus errores, desarrollaron en América políticas de gobierno muy «modernas» en su concepción y eso debe ser reconocido; lo mismo que puede ser criticable la aplicación práctica de esas mismas políticas. Yo, en la novela, he tratado de meterme en la cabeza del emperador e intuir qué reflexiones podían atormentarle y qué pensamientos podían resultarle satisfactorios.
-¿La enfermedad del poder es la misma siempre, sea la de la época del emperador, sea la del presente?
-Siempre recordamos el aforismo de que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. En líneas generales lo doy por bueno, tanto ahora como en otras épocas históricas. Sin embargo, precisamente en el caso de Carlos V tenemos un poco lo contrario: una persona que lo ha tenido todo y que prefiere renunciar a sus títulos y sus honores para retirarse al lugar más apartado del reino con la única intención de meditar sobre su reinado. Al principio parece que le costó desengancharse de las noticias que le llegaban y que trataba de seguir interviniendo en las decisiones del reino. Pero pronto se dio cuenta de que sus órdenes ya no eran atendidas y que era mejor dejar el gobierno totalmente en manos de su hijo.
-Hay más medios ahora, pero no por ello ahora muchas crónicas pueden evitar la superficialidad...¿La burbuja de la novela histórica terminará por estallar?
-El problema radica más en las modas: aparece una novela de éxito y al poco vemos las librerías llenas de decenas de novelas que tratan de subirse al carro. Lo hemos visto con los libros sobre templarios, pero también con las novelas policiacas de ambientación escandinava, por poner un ejemplo de novela contemporánea. Cuando eso sucede, el riesgo de la superficialidad aumenta, claro está. Yo, en esto, creo que he ido siempre un poco a contracorriente: escribo de lo que me apetece escribir, pero nunca me fijo en lo que está de moda. De hecho, a veces trato sobre temas que son muy poco conocidos, como la guerra de la Navarrería, en el caso de la novela 'La ciudad enfurecida'.
-¿Qué enseña el Carlos V hombre y qué el personaje histórico?
-El Carlos V hombre nos enseña que por mucho poder que alguien tenga, en el fondo no deja de ser una persona con sus virtudes y sus defectos. Y las cosas que se hacen mal pesan mucho en la conciencia, siempre que se tengan escrúpulos, por supuesto. El Carlos V histórico nos enseña lo difícil que fue mantener un imperio en Europa al mismo tiempo que se emprendía la titánica labor de organizar los territorios recién conquistados en América. Triunfar en todos los escenarios era casi imposible, pero supongo que eso es algo más fácil de ver desde el presente que reconocerlo en aquel momento.
-En el fondo Martín del Puerto es su deseado alter ego, un explicador de la historia...
-En el fondo sí, pero he intentado (y espero haber conseguido) que Martín no explique la historia, sino que sea el lector el que la vea a través de sus andanzas. Lo que siempre se dice a los escritores: «no expliques, muestra».
-En sus tres novelas, ¿ha ido depurando el lenguaje, estilizándolo de alguna manera, ganando en voz propia?
-En las dos primeras novelas el lenguaje era más solemne; ahora intento que la forma de hablar de los personajes sea lo más natural posible y procuro incorporar también momentos más desenfadados o incluso cómicos. De hecho, en esta novela Martín del Puerto consigue atraer en un primer momento la atención del emperador no porque le hable de las grandes gestas americanas, sino porque le cuenta con humor las miserias de su pobre existencia en el Santander del siglo XVI. Aparte de eso, siempre me ha gustado que la narración tenga riqueza literaria: si algo se puede decir de forma bella, prefiero, al menos, intentarlo.
-¿Encuentra en la documentación muchas fake news?
-Las fake news, como se conocen ahora, han existido siempre. De hecho, aunque se pueda pensar que la labor del historiador es simplemente contar la historia a través de los documentos, muchas veces la verdadera labor es más detectivesca: confrontar las fuentes y tratar de extraer de ellas un relato lo más verosímil posible. Y es complicado no caer en las mentiras o errores que contienen. El caso de la conquista de las Indias es paradigmático a ese respecto, pues leer a un autor u otro puede ofrecer perspectivas totalmente opuestas. Y en otros libros me he encontrado con que para un mismo acontecimiento se ofrecen fechas muy diferentes y resulta casi imposible lograr un relato coherente de los hechos.
-¿Estamos necesitados de un monasterio de Yuste que de vez en cuando nos obligue a detenernos, y a mutar la prisa en preguntas?
-En eso no puedo estar más de acuerdo. De hecho, para terminar la novela decidí pasar unos días en el monasterio de San Pedro de Cardeña, en Burgos, para tratar de huir de todo tipo de distracciones y centrarme solo en escribir. Recuerdo que el monje alberguero, en una de las comidas, dijo precisamente eso: necesitamos «parar». La vida actual es frenética y nos obliga a mantener la atención en demasiadas tareas simultáneas.
-Lo de 'de tal palo tal astilla' es innegable que se cumple en su caso. ¿Qué ha aprendido de Antonio Martínez Cerezo?
-Yo creo que dos cosas. En primer lugar, la pasión por el trabajo. Mi padre es un trabajador infatigable, mucho más que yo de hecho, y es capaz de investigar exhaustivamente sobre un tema hasta sacar a la luz toda la información disponible. En segundo lugar, el gusto por la prosa rica. Con estilos diferentes, a ambos nos gusta que la escritura tenga hondura, que no solo se cuente una historia, sino que además se haga de forma bella.
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