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Juan Tallón (Vilardevós, Ourense, 1975) se deshizo hace unas semanas de los diez manuscritos de 'Obra maestra', su última novela. Los tiró. Y una hora después, en el mismo contenedor, ya no quedaba ninguna. Habían desaparecido. Algo así como el argumento de su libro: ... la desaparición de una escultura de Richard Serra que albergaba el Museo Reina Sofía y que pesaba la friolera de 38 toneladas. ¿Dónde está? Sobre ello hablará hoy en la Librería Gil (13.00 horas) acompañado por Jacobo Bergareche.
–Con la presentación de su libro está haciendo una gira propia de una estrella de rock
–Sí, he estado una semana sin hablar del libro y ha sido una sensación sorprendente.
– ¿Esto le había ocurrido antes?
–No, no, que va. Ni remotamente cerca estuve de hacer algo como lo que estoy haciendo ahora.
– ¿Por qué cree que está ocurriendo?
– Quizás la historia puede resultar más atractiva, pero nunca sabes. A lo mejor depende también del tratamiento. 'Rewind' es duro, aunque es una novela que aún está viva. Pero por cerrar estos puntos en los que intento explicarlo, la respuesta es: no lo sé. Es un misterio y es bueno que sea un misterio por qué unos libros interesan más a los lectores que otros. Uno simplemente debe escribir el libro que quiera escribir y después que reciba o no atención.
–¿Es el libro que más le ha costado escribir?
–Es el libro en el que más tiempo he invertido, con el que más obsesionado y obstinado me he mostrado. No es fácil que uno se mantenga durante una década pegado a un libro que no sabe escribir y no obstante, insiste en hacerlo. Mis libros anteriores, entre que la idea brotó, tomó cuerpo y fue escrita, nunca pasaron más de un año y medio o dos. Esto fue una cuestión de locos.
– Llegó a cogerle manía o querer dejarlo?
–No, tan solo a aplazarlo, para recordarme a mí mismo que soy escritor y escribir otros libros mientras, dejando al margen 'Obra maestra'.
- ¿Necesitaba 73 testimonios para completar esta historia?
- No sabía que iba a necesitar 73 ni cuando empecé a escribirlo porque ya sabía cómo hacerlo. En el momento de partida había señalado como necesarios unos 40 o 50, pero según vas trabajando y conociendo el cuerpo de la novela, te das cuenta de que necesitas más miradas para explicar la historia como la quieres explicar. Y empiezas a ampliar las voces. Hay un momento incluso en que en el proceso de reescritura, que en términos de tiempo es más prolongado, me doy cuenta de que no son necesarias tantas, porque no aportan nada particular o expresan algo que ya se ha dicho. Ahí empiezo a recortar.
–¿Cuánto de su propia voz hay en ese compendio final para poder contar lo que necesitaba contar?
–La novela no se presta a distinguir las partes reales o de ficción. Obviamente, yo sé a quién he entrevistado y a quien no, pero a algunos he llegado por otros testimonios. No creo demasiado en separar la parte inventada de la novela de la parte absolutamente fiel a los hechos. De modo que no se puede establecer un porcentaje. Eso es a lo que tiene que aspirar una novela: a que inventada o no, sea verdadera, que lo que nos cuente sea una historia en la que uno pueda entrar y avanzar sin necesidad de cuestionarse la veracidad. Solo creyendo lo que cuenta aunque no sea cierto.
- El punto de partida ocurrió hace muchos años. Al recuperarlo a la actualidad con el libro. ¿Cuántas veces le han preguntado si la historia es real?
- 65 veces (ríe). Es una pregunta común que hacen los lectores. En 2006 cuando saltó la noticia de la desaparición de la escultura, al tiempo se olvidó y se volvió inexistente. Aparte de los que nunca tuvieron constancia de que existió, desapareció y nunca apareció. Cuando te encuentras por primera vez con la historia de la desaparición de una pieza que se esfumó sin dejar ninguna pista pese a pesar 38 malditas toneladas, es inevitable la incredulidad e incluso la sospecha de que el escritor está contando algo que es pura ficción. Es una perplejidad lógica. Algunas noches, yo mismo me despierto pensando que esto no pudo haber pasado.
- Y en diez años de investigación, ¿ha percibido cambios respecto a este tipo de situaciones posibles?
- Sí, la dinámica ha cambiado. El Reina Sofía nace en el año 86 y se convierte en la puerta de entrada de la promoción del arte contemporáneo a este país, y es inevitable que, como gran institución pionera, cometa errores en la gestión. También es inevitable que vaya mejorando. Ahora bien, cuando yo ya he publicado el libro y empiezo a tener más contacto con personal de otros museos que han leído la novela, siempre me han dicho que en los museos, pasan cosas que afortunadamente no se saben. Pero no es distinto a lo demás. En las casas pasan cosas que no trascienden. En las redacciones de los periódicos pasan cosas. En todas partes pasan cosas, porque en ninguna existe la perfección y nada está libre del error humano. De lo que se trata es que el error no tenga que ver con la inutilidad humana.
– ¿El final de la novela es el que querría que tuviera?
–Sí. Es el final que quiero. Cuando empecé a escribir no lo tenía. Me lo dio el trabajo de investigación, de campo. El último capítulo son los hechos. Tenía claro que mi novela, aunque se permitiese algunas invenciones, no podía cambiar la historia de lo que sí se sabe. No podía inventarme la aparición de la escultura.
–Pero en diez años, sí podría haber aparecido
–Si en diez años hubiera aparecido, digamos que hubiera significado la muerte de mi novela aún no publicada, porque trabaja con una premisa fundamental: partimos de un gran misterio al comienzo y que ha de ser sostenido hasta la última página. Sé que lo que quiero contar es que sigue desaparecida. Hubiese sido una tragedia personal, un durísimo golpe para mi vida literaria que apareciese antes, durante o después de la publicación.
–¿Pero eso puede ocurrir o lo tiene totalmente descartado?
–Sería un mazazo para la leyenda. Creo que a la escultura le conviene no aparecer jamás si quiere seguir siendo una escultura mágica y legendaria. Si la original aparece, el misterio se viene abajo. Eso es terrible. Podemos sentir cierta satisfacción al principio porque de pronto sabes algo completamente, pero es mejor así, porque al poco tiempo llegaría la decepción, como cuando descubres el truco del mago.
– Es como el terror, que asusta más sugerido que mostrado
–Exactamente. Por otra parte, seamos francos, y por eso estoy tranquilo: yo creo que la escultura no va a aparecer. Amigos y amigas lectores: tranquilos. Por suerte para todos, no aparecerá.
– O bien como decía Serra, ya ha aparecido convertida en otras cosas
– Correcto.
– Ese argumento de que ahora se haya transformado en otros elementos que no tienen relación con la pieza original, ¿supone dar continuidad al arte?
–Sin duda. En la hipótesis de que fue destruida al fundirla y se convirtió en decenas de otros objetos, no ha muerto. Como decía Hemingway en 'El Viejo y el Mar', ha sido destruida pero no derrotada. 'Obra Maestra' también es la escultura, que continúa con otro lenguaje, en este caso, el literario. Se ha expandido como leyenda en tantas direcciones que también es un libro. Es la vida de la escultura.
–Entonces, coger su libro y convertirlo en confeti o en aviones de papel, también es darle otra dimensión al arte?
–¡Exacto! Bien visto. Es así. También el libro es inmortal. Puede ser destruido, pero no derrotado porque es la escultura.
–¿Es coleccionista de algo?
–Hasta que me desprendo de algo sí. Soy acumulador. En los próximos días voy a emprender la mudanza más importante de mi vida y me desharé de cosas.
- Un proceso, el de las mudanzas, que considera aborrecible, según ha dicho
- Sí, pero el individuo cambia de opinión. Al menos yo. Hace siete años que no me mudo. De hecho ya he empezado a dar los pasos. Y aprovecharé para desprenderme de muchísimas cosas respecto a las que me he estado engañando emocionalmente. Creía que las necesitaba y no es así. Me desharé de ellas y no pasará nada.
- ¿Deshacer o cambiar de sitio?
- Algunas las moveré porque van a otra casa y otras las tiraré. Como los diez manuscritos de 'Obra Maestra'. Lo anuncié por Instagram y después de una hora, ya no quedaba ninguno donde los dejé. Ahora serán de alguien. No pasa nada. Como decía un autor brasileño: cuando eres escritor sobra un tercio. Deshazte de un tercio de lo que escribiste. Eso vale también para cuando dejas el libro y contemplas el mundo a tu alrededor. En relación a tus posesiones, a tu memoria.
- ¿Y si eres coleccionista de arte?
- Sobra un tercio de tu colección. Véndela. Probablemente no me harán caso, pero probablemente dentro de unos meses yo haya cambiado de opinión.
–Escribe de forma habitual sobre pequeñas rutinas diarias, y sin embargo, se embarcó en la historia internacional de una obra descomunal. ¿Los términos medios no le gustan?
–Son un terreno inexplorado. A menudo mi mirada se posa en cosas, no tanto pequeñas como invisibles aunque las tengamos delante de los ojos. Lo que hago tiene que ver con la forma en la que miro las cosas. Pequeñas e insignificantes, pero que pueden ser grandes porque atañen a una sociedad o un país. La historia de la desaparición de una escultura, tuvo que incluir el relato del país que fuimos en esos años. 'Salvaje oeste' refleja a una parte de la sociedad de ese país y 'Rewind' trata un conflicto humano que existe desde los primeros tiempos que es el duelo. Que lo invisible se vuelva universal. Esto es una ambición, no quiero decir que lo logre.
–Trabajó en política dentro de la Xunta de Galicia. ¿Escribir un discurso también es una forma de manejar el arte de la dialéctica?
–Sí, y no deja de ser una prolongación de lo que yo soy. Un novelista. Tienes que generar un discurso, a veces un relato, para que sea persuasivo.
- ¿Y se lo pasó bien?
- Me lo pasé muy bien. Después de empatizar tanto con el ministro, hubo un momento en que escribía los discursos para mí y quería divertirme haciendo ese trabajo y que, por tanto, él también se divirtiera.
- ¿En Santander se divertirá?
- Sí, porque Jacobo Bergareche es un personaje muy estimulante que siempre saca lo mejor de los demás cuando los tiene a su lado. Nos vamos carcajear un poquito, incluso.
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