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Cuando era una niña, Yolanda Soler Onís (1964) salió de su Comillas natal y comenzó un viaje que aún no se ha detenido. Directora de los centros de Manchester, Varsovia, Marrakech y ahora Beirut del Instituto Cervantes, la escritora y poeta, hoy regresa a ... la villa (12.00 horas) para presentar en el Seminario Mayor su último libro, 'Negra Caridad'. La obra es la precuela de 'Malpaís', con la que recibió en 2002 el Premio Tristana de Novela. Estará acompañada por el poeta Luis Salcines.
-Novela histórica, negra, de aventuras y libro de viajes. No se ha dejado nada en el tintero.
-En absoluto. Exprime todos los tonos del género, han dicho y, efectivamente, así es. Así como 'Malpaís', de la que es precuela, era una novela negra de manual, aquí hemos respetado el género que necesitaba en cada momento el relato.
-¿Ha sido un planteamiento previo o ha ido surgiendo?
-Esta historia es una novela que se ha reescrito. Originalmente se llamaba 'La Indiana' y obedecía a una idea que empecé a trabajar en 1995. La pregunta que daba sentido al texto qué hubiera pasado si a comienzos del siglo XX, una mujer hubiera viajado a América y se hubiera hecho rica. ¿Cómo la habrían tratado? Qué habría sucedido?
-¿Existen testimonios?
-He recorrido todos los archivos habidos y por haber y nada. De hecho, empecé a investigar sobre 'Negra Caridad' en 1995 y fui una de las primeras personas en acceder al Archivo de Colombres, que ni siquiera estaba catalogado. Ha habido personas que hicieron fortuna, pero ninguna mujer que se fuera por su propia iniciativa, como hacían los indianos. La retomé tras muchos años de trabajo, compatibilizado con el Instituto Cervantes. Soy, además, una escritora de procesos lentos y escribo a la vez todas las novelas de la serie, para no perder el tono.
-Uno de los protagonistas, Sindo Roca, hace en este libro un viaje al Norte, a conocer a la familia de la que fue su mujer.
-Él nunca se había movido de las Islas Canarias y esa mirada de Sindo es lo que me ha permitido dar actualidad a la novela. Cuando terminé de escribir 'La Indiana', me había quedado una especie de relato del siglo XIX, como un culebrón. Necesitaba otro punto de vista y lo tengo a través de los ojos de Sindo, con lo que le choca de la sociedad, sus pensamientos, sus planteamientos...
-¿Es como el viaje que usted hizo de niña, pero al revés?
-Podría ser. Suelen preguntarme qué hay de mí en el personaje de Rosa Cueto. Imágenes de mi infancia, pero cosas mínimas. Esto es una reflexión que va más allá de lo personal. Nos fuimos de Comillas a Canarias cuando era pequeña, porque mi padre era director de hotel y desde entonces, no he dejado de viajar nunca.
-Eso es, usted no ha parado
-No he parado. Y es una manera de vivir. Pero para Sindo el viaje era algo incómodo, que le daba una pereza enorme, pero después se encuentra bien con algunos personajes, mientras otros le chocan muchísimo. Eso nos ayuda a entender la novela de otra manera.
-¿Quiere que el lector la entienda de una manera concreta?
-No, no, en absoluto. Quiero que el lector la perciba como le apetezca. Me pasa como con la poesía; cuanto más abierta, mejor.
-¿Su periplo vital en distintas culturas se cuela en el relato?
-La novela ha estado siempre en mi mente con anécdotas y vivencias de otros lugares. Por ejemplo, hay una subtrama polaca, que tiene que ver con mis años en Varsovia. Es una novela abierta en la que trato de que el lector viaje y vuele.
-¿Y en sus poemas?
-No he escrito nada en este tiempo. El último poemario es de 2010. Con el devenir de mi vida, se ha resentido mucho mi capacidad de crear, porque he tenido unas responsabilidades en el Instituto Cervantes que me han absorbido casi las 24 horas del día. Entre 2010 y 2023 he escrito apenas cinco poemas y cortitos.
-Los tiene presentes
-Es que todo requiere un tiempo y una actitud y no se ha dado. No me produce tristeza o ansiedad; cada cosa tiene su momento.
-Además de escritora del género, ¿también es lectora de novela negra?
-Me gusta mucho. Leo, obviamente, todo tipo de novela, poesía o ensayo, pero me gusta y me divierte la novela negra. Amena, entretenida y que cuente una visión del mundo.
-Le dedica el libro a personas que viajaron.
-Mi tío Fernando hizo un viaje a Cuba y Guatemala, a negocios de la familia, cuando era muy joven. Estuvo poco más de dos años, pero le marcó tanto que lo siguió contando toda su vida. Muchos de los detalles del viaje de Rosa Cueto tienen que ver con su experiencia. Mi tío político José Vallín, tuvo una experiencia de cinco años en Estado Unidos, que también siguió contando hasta el último día de su vida. Viajaron a América y volvieron para compartirla. La tercera persona es Pepe Dámaso, que nos ha cedido sus pinturas para la portada y contraportada. Un referente en el arte canario.
-¿La venganza funciona siempre como motor de un relato?
-En este caso sí y además, tenemos tres. Tres maneras distintas de enfocarla, pero hay que ver si funcionan o no, cuando se termina la novela. Varios personajes han sentido deseos de venganza y cada uno lo ha gestionado de manera diferente.
-Uno de sus cuentos comienza diciendo: hubo un tiempo en que dejé de creer en las palabras. ¿Le ha ocurrido?
-Sí. Así es.
-Para alguien que trabaja con esa materia prima, ¿qué supuso?
-Dejas de creer en las palabras, pero solo es un tiempo. Como cuando tienes un amor y te desencantas o te coges una borrachera enorme y, como dicen en Canarias, más nunca.
-¿En que estado de salud está esa materia prima, el español?
-Está muy vivo, cada vez más. Desde el Cervantes tenemos la fortuna de trabajar con el español de España, con el de América, con ese que te viene de vuelta cuando estás en conexión con otras lenguas. Está mejor que nunca.
- ¿Tiene un significado especial venir a hablar de esta obra a Comillas?
-Yo nací en Comillas y como dice Rilke, la patria de todo hombre es su infancia. Estoy convencida de que así es y creo que muchas de las referencias vitales tienen su raíz aquí. Comillas es el lugar al que siempre vuelvo y encontrarme en el Seminario, donde correteaba de niña, es un sueño.
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