Un nuevo volumen radiografía al detalle las cuevas cántabras

Cuando se estaba formando, mientras trabajaba en su doctorado, Daniel Garrido Pimentel coincidió trabajando con Eudald Carbonell, uno de los directores del yacimiento de Atapuerca, quien le inculcó que la arqueología tiene tres pilares: la ciencia, la educación y la divulgación. Uno no se puede separar de los otros. Precisamente, con fines divulgativos, el doctor en Prehistoria ha dado forma a un nuevo libro: 'Arte rupestre en Cantabria. Libro-guía del visitante', que presenta esta tarde en la librería Gil (19.00 horas). Estará acompañado por Ramón Montes, coordinador técnico del Itinerario Cultural de Arte Rupestre del Consejo de Europa.

«Que la gente quiera saber más es lo que motiva nuestro trabajo», explica Garrido, coordinador del Patrimonio Rupestre de Cantabria, quien reconoce que pasa más tiempo bajo tierra que sobre ella. Pero también que su labor le apasiona.

Editado por Librucos, el extenso volumen es una suerte de manual tanto de iniciación como de perfeccionamiento para que el público pueda conocer los tesoros que se esconden bajo sus pies en tierras cántabras. El objetivo del libro es «dar a conocer a la gente la oferta sobre Prehistoria en Cantabria». Con Altamira como baluarte, pero no solo. Hablar de las cuevas abiertas al público que tienen muestras de arte rupestre (Cullalvera, Covalanas, El Castillo, El Pendo, Hornos de la Peña, Monedas, Chufín), pero «no limitarnos a hablar de la visita», explica el autor, «sino también la relación que tienen unas cuevas con otras». También dar detalles sobre sus habitantes echando la vista atrás; «Quién estaba detrás de ese arte, qué finalidad tenía y cuál era su modo de vida».

Para ayudar en esa labor de expansión del conocimiento, el especialista menciona el recién inaugurado Centro de Arte Rupestre de Puente Viesgo, que tendrá una importancia clave en esa labor de divulgación: «Es un lugar de acogida, como el primer contacto para las personas que quieran conocer las cuevas» y va a permitir desarrollar una serie de actividades que previamente no se podía; seminarios, conferencias, exposiciones temporales…

Ante tal cantidad de preguntas que responder, Garrido valora que «Nos queda mucho por saber». Cuestiones como quién está detrás del arte más antiguo en la cornisa Cantábrica y qué finalidad tenía. «Cuando uno entra en una cueva, lo primero que se pregunta es; ¿esto para qué lo hicieron?», razona. El estudio de las cavidades ofrece una visión al respecto. Está asentada la idea de que esas poblaciones querían transmitir «una serie de conceptos, ideas o experiencias, representadas a través de signos o animales». Permiten que esa información se transmita sin que la persona esté presente e incluso «que quede constancia de ese conocimiento con las sociedades que lo crearon ya desaparecidas».

El campo de trabajo milenario no es ajeno a las modas y las corrientes con un contexto que exige equilibrar la línea de investigación que plantea las cuestiones y el aval de la metodología que se aplica. El trabajo es abrumador y «motivador» y espolea al investigador a continuar su estudio. «Conocemos el arte rupestre de forma relativamente reciente; aunque las pinturas tengan miles de años, somos conscientes de ellos desde 1879 con el descubrimiento de Altamira». Cuando Sautuola reconoce los bisontes como paleolíticos, siendo el primero en hacerlo, se abre el melón y la sociedad es consciente de que hay un arte milenario y comienza a hacerse preguntas sobre la memoria ancestral. «Nos queda mucho por comprender y entender». Este libro contribuirá a ello.

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