Blanca del Barrio
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Blanca del Barrio
«La vieja dama tiene su tirón», dice Blanca del Barrio. La primera sesión de la obra que representará Methanoia Teatro, el viernes, agotó sus entradas en un par de días y la segunda está a la venta para el sábado (18.00 horas) en ... la Filmoteca de Cantabria Mario Camus. La compañía cántabra de teatro contemporáneo, junto a Producciones Imprevistas, lleva a escena 'La visita de la vieja dama', una obra del pintor y escritor suizo Friedrich Dürrenmatt que se estrenó en 1955 y la primera traducida al español en los años 60. Una historia que se desarrolla en un pueblo indeterminado de Europa central, Güllen. Sobre las tablas, Iria Angulo, Antonio Fernández, Yolanda González, Marta Gutiérrez de Rozas, Nacho Haya y Javier Torrado. Del Barrio dirige al colectivo que, tras una década de trabajo común se entiende con apenas un gesto.
-¿Por qué han elegido a este autor y esta obra en concreto?
-'La visita de la vieja dama' habla de un tema absolutamente actual: la capacidad del ser humano de traicionar a su amado por el sacro santo dinero y la ambición. Refleja la codicia y el descenso de los valores que ahora mismo estamos viviendo
-Se preguntan si se puede comprar la justicia. ¿Han encontrado respuesta?
-Esta obra demuestra que sí. Lo que ponemos a veces en escena es como un espejo deformante de la realidad. Como espectadores asistimos, con una risa un poco amarga, a un asesinato impune, con silencio y bajeza. Salimos con un sentimiento de duda sobre qué nos pasaría si nos propusieran darnos mil millones a cambio de un cadáver.
-Dürrenmatt aspiraba utilizar el escenario como un instrumento y hacer que el público pensara por sí mismo más que como un espectador pasivo. ¿Ustedes también?
-Methanoia Teatro nació en 2020 con una vocación e intención de hacer un teatro social y de impacto, a través de un teatro foro, un teatro encuentro o piezas como esta. Consideramos que el teatro tiene que conmover, por la risa o la tragedia, pero también te tiene que mover, hacer que algo ocurra dentro de ti y te lleve a una acción diferente tras la reflexión.
-En sí misma, la compañía es fruto de esa evolución y movimiento, surgida de un laboratorio teatral. ¿En qué punto se encuentran cinco años después?
-Somos un colectivo de artistas equidistantes del centro, siendo el teatro nuestro objetivo. Todos funcionando de forma circular, sin ningún sistema piramidal. Yo me quedo fuera porque soy el ojo que observa y la persona que da indicaciones de dirección artística, pero nos autogestionamos y estamos cómodos haciéndolo así.
-En esa estructura circular, ¿cómo han trabajado esta propuesta?
-Conozco esta obra de mi época parisina. Vi el estreno en La Comédie y me impresionó mucho la puesta en escena. La obra es muy larga, por lo que he hecho una traducción y una adaptación, porque el público más de una hora y veinte ya no aguanta en una butaca. Aún así, he guardado la esencia, he transformado y adaptado para un público de aquí, de nuestro país, aunque el tema es universal. El año pasado empezamos a ensayar, acogidos en la Sala Bretón de Astillero, que nos propuso una residencia artística. La forma de trabajar es muy colectiva y lo hacemos todo nosotros, decorados, vestuario...
-¿El mundo va tan rápido que incluso una obra de teatro tiene que ser reducida para encajar en el ritmo actual?
-Sé por experiencia que el tiempo de atención se ha ido reduciendo. Recuerdo haber ido a espectáculos con entreacto, algo que fue desapareciendo. El teatro es el lugar al que se viene a asistir y compartir. No es una pantalla, sino que procede del griego, del rito con el que algo pasaba. Uno que mira y otro que hace, pero un ritual participativo común. Ahora vamos reduciendo nuestro tiempo y una hora ya es mucho.
-Hay seis personas en escena. ¿Qué se les ha pedido como intérpretes?
-Pido al actor en general una gran generosidad. Tiene que ceder el habitáculo que tiene, que se llama cuerpo y dejarse poseer por el personaje. Así lo entiendo. Tienes que ser flexible en el entendimiento de por qué el personaje actúa de esa manera. Aquí los personajes son feroces, no hay dobleces. Empiezan diciendo que la justicia no se puede comprar y acaban matando a una persona. Para estar disponible a acogerlos, como actor tienes que tener esa generosidad. También una capacidad coral inmensa; nunca hay un momento en que nadie esté haciendo nada. Hay acciones y subacciones necesarias para el conjunto. También es una presencia circular, constante. Ni un gesto, ni un silencio están improvisados, sino medidos como en una partitura. El cuerpo, el gesto, el texto, todo está implicado.
-El autor decía que pasionalmente, el hombre es igual hoy que en la época de las cavernas. ¿El teatro es un buen espacio para regresar a ese estado?
-(Ríe) Sí. Me dices caverna y me hace pensar en la sombra de Platón, donde los esclavos observaban una realidad deformada. Si el teatro tiene esta función platónica, también sirve de espejo de la realidad y tiene que ser esa su función.
-En el documental 'Maleza', que dirige Lucía Venero, con guion de Marta Solano, afirma que la cultura es una parte integrante del ser humano, que te da libertad e identidad. ¿Qué identidad le ha aportado a usted?
-La palabra cultura es muy grande. La cultura me cultiva. Es como un germen, que plantado en un buen terreno, me ha hecho crecer. Es necesaria como el agua. Creces hacia dentro, en capacidad de comprensión, de arraigo, y tienes que florecer para mostrar lo que está bajo la tierra; si tengo raíces bien alimentadas, solo puede surgir algo que sirva para visibilizar esa profundidad.
-¿Esa importancia de la cultura está bien visibilizada?
-No. Creo que somos cada vez más superficiales. Nos arrancarían con nada. No hay mucha profundidad, no se arraiga muy bajo ni se vuela muy alto. Mi observación del mundo es que faltan criterios, faros que iluminen. Todo lo que pasa a golpe de scroll se va y nada queda. Por eso es tan necesaria, para echar raíces sobre lo de atrás y saber qué vendrá. Yo estoy agarrada a muchas cosas que fueron fundamentales, el arte, la arquitectura, la escultura y el deber de dejarlo a los que siguen. La gente que trabaja conmigo, intento dar lo que tengo y lo queme dieron, devolverlo.
-¿Usted se siente una maestra?
-No, no. Soy maestra de EGB, eso sí, tengo muchos títulos de la Sorbona y estudios superiores, pero sé lo que es tener un maestro y aún no lo soy. Sí soy discípula de.
-Y de la Blanca que se marchó a París para vivir como discípula de Marcel Marceau y terminó pasando tres décadas en la capital francesa ¿qué queda?
-Bueno...(piensa) Queda todo. Soy como un gran contenedor. No niego nada de lo que hice y estoy orgullosa de todo lo ocurrido y expectante por lo que vendrá. Hay cierta juventud mental aunque los años pasen. Una vitalidad que me dieron mis maestros y mi madre, que me habita y me sostiene.
-¿Por qué debería ir el público a conocer el resultado de 'La visita de la vieja dama'?
-Yo no quiero obligar a pensar a nadie, pero existe lo que en filosofía se llama estética cognitiva; a veces algo te entra por los ojos, se queda impregnado en tu retina y dos días después te hace pensar. Si lo consigo, está bien. Y si no, te vas a reír como nosotros de las grandes catástrofes, con algo que parece impensable, como por ejemplo, el presidente que llegará al cargo en una semana, y sin embargo, puede pasar.
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