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Javier Cotera
«La obra de mi vida ha sido y es el Monasterio de Aguilar de Campoo, allí lo aprendí todo»

«La obra de mi vida ha sido y es el Monasterio de Aguilar de Campoo, allí lo aprendí todo»

Galardonado con el Premio Nacional de Restauración, José María Pérez 'Peridis', defiende el Románico como «el arte que hizo a nuestra sociedad cuando éramos niños, hace mil años»

Lola Gallardo

Santander

Miércoles, 19 de septiembre 2018, 15:56

Arquitecto, dibujante y escritor, José María Pérez González, Peridis (Cabezón de Liébana, 1941) ha sido distinguido este lunes con el Premio Nacional de Restauración y Conservación de Bienes Culturales 2018, otorgado por el Ministerio de Cultura y Deporte. Ha sido toda una vida dedicado «a dar vida a los edificios, a resucitar ruinas». Pero sobre todo, al Románico, «un arte cargado de emociones». Toda una vida dedicado también al dibujo y al humor en la que acaba de descubrir la escritura. «Siempre tuve el gusanillo de escribir y ha sido un regalo», sentencia.

–Un premio a toda una trayectoria de cuarenta años de trabajo intenso ¿es especial este galardón?

–Me han dado muchos premios con los años, pero la propuesta viene de personas con las que he colaborado, en concreto Carmen Añón con quien trabajé en la recuperación de la Alameda de Osuna, junto a una escuela taller. Hoy es un parque hermoso. Es como el río que nos lleva o la botella que tiras al mar llena de amistad y trabajo y algunas de esas botellas llegan a la orilla y me recuerdan. Son muchos años trabajando en pro del patrimonio pero no para rehabilitar o restaurar, que lo hice, sino para abrir camino a otros. Mi labor ha sido titánica, porque he trabajado con el alma, el corazón, la cabeza, con sentimiento y con un equipo. Y es una alegría muy grande que el premio llegue de un jurado muy valioso. No todo es gris y negro en la sociedad.

–Arquitecto, dibujante y escritor, ¿dónde se siente mejor?

–Donde estoy ahora, escribiendo. Ya no ejerzo la arquitectura desde hace seis o siete años cuando decidí dar paso a los jóvenes. En ese momento pensé en cómo me voy a presentar a un concurso frente a jóvenes que están empezando y lo necesitan más que yo... Cuando cerré el estudio fue un desastre porque todos pasamos por el quirófano o el sepulcro. Fue tremendo, una hecatombe. En ese momento me agarré a la escritura como una posibilidad soñada desde hacía tiempo.

–Empecemos por la arquitectura, ¿qué le impulsó a estudiarla?

–El monasterio de Aguilar de Campoo. En mi interior estaba todavía aquel niño que jugaba en unas ruinas maravillosas y se lo enseñaba a los turistas. La arquitectura me entró por los poros sin darme cuenta y cuando empecé a restaurar el monasterio fue recuperar la infancia.

–¿Cómo ha evolucionado la arquitectura en estos años?

–Hay dos tipos de arquitectura. Está la gran arquitectura de equipos y proyectos emblemáticos e instituciones, como el Centro Botín, que lo hacen grandes artistas con grandes medios y grandes presupuestos. A ellos no se les niega nada más allá que el límite de su imaginación y que el edificio se sostenga. Y luego están lo arquitectos modistos, sastres, los que hacen la ropa a medida de cada persona. Son anónimos, pero si recorres las ciudades ves muy buenos edificios, hospitales o centros culturales. Yo creo que, independientemente de las tecnologías, está el humanismo. El arquitecto hace casas para el hombre, habitables y hermosas. Hay que hacer barrios entrañables y edificios fáciles de entender y recorrer, eficientes energéticamente, sin goteras, confortables y donde se pueda vivir felizmente. En las escuelas te enseñan a tener imaginación y ser osado, pero en la vida hay que dar respuesta a realidades físicas y humanas.

Hemos hablado del monasterio de Aguilar, de las escuelas taller... ¿cuál la obra de la que se siente más orgulloso?

–La primera y la última. Cuando acabé la carrera hice un proyecto de casitas de madera modulares que todavía están en pie, tipo nórdico. Era un proyecto muy bonito y enseguida empecé con el Monasterio de Aguilar. La obra de mi vida ha sido y es el Monasterio de Aguilar, allí lo aprendí todo.

–¿Y en Cantabria?

–Estoy contento de la Filmoteca o la cueva de Puente Viesgo y el Centro de acogida a los visitantes. Y fuera de Cantabria, el Teatro Principal de Burgos o el Parador de Cangas de Narcea y la Biblioteca del Alcázar de Toledo porque era muy difícil. Cuando vi el Alcázar iluminado me acordé de la frase que dice 'los poetas enseñan a los niños la luz que viene de lo alto'. Había luz y libros. Y luego estoy orgulloso de las bibliotecas y centros culturales. La mayor parte de la rehabilitación que he hecho ha sido para dar vida a los edificios, resucitar ruinas.

–Es defensor del Románico, ¿qué tiene que no tienen otros estilos?

–El Románico es ese arte que hizo nuestra sociedad cuando éramos niños hace casi mil años. Es el primer arte de la unidad europea y contiene arquitectura, escultura, pintura y música. Está en el paisaje y es gratis. Es el arte de la inocencia, aunque tiene mucha picardía o que se lo pregunten a Cervatos. Es un arte cargado de emociones, que lo puede entender un niño. Es el antecedente del cómic que leíamos cuando éramos pequeños. Llega a todo el mundo y está en trance de quedar olvidado y demolido por la despoblación. La España vacía está llena de Románico.

–¿Cree que se le da al arte la importancia que merece?

–Sí, hemos dado un gran salto. Hay asociaciones del Románico con miles de socios. Todos los fines de semana miles de turistas salen a las carreteras para conocer el Románico de Guadalajara, Cantabria, Huesca, La Rioja o Palencia. Hemos convertido el Románico en un destino turístico de calidad. Es un modelo muy bueno para extenderlo al Gótico, el Renacimiento o el Barroco y la arquitectura popular. En los monumentos románicos tenía que haber eventos, música y teatro. A los monumentos hay que llenarlos de vida turística y cultural ya que en muchos ya no hay culto religioso.

–Hablemos de su faceta como dibujante... ¿qué quería contar?

–Empezó de niño. Veía las caricaturas y me parecía magia que con dos trazos se pudiera clavar a una persona. Empecé a copiarles, a imitarles con los compañeros de colegio, profesores y padres. Y pensé que algún día iba a ser caricaturista. La suerte fue que pude publicar pronto, primero en el diario Informaciones y después en El País.

–¿Qué personaje le ha inspirado más?

–Algunos han sido fáciles, como Fraga, Suárez o Carrillo. Y más actual Rajoy, cuando le pillé tumbado. He sido el primero que ha situado a Rajoy en la poltrona, tumbado. Ya lo hice hace diez años, porque me parecía que esa era su manera de ser.

–¿Y con cual no se atrevió nunca o fue más difícil?

–No pude dibujar a Franco y cuando lo hice no me dejaron publicarlo. Son difíciles los cuatro jovencitos de ahora, los cuatro ases de la baraja: Iglesias, Casado, Rivera y Sánchez. No tienen rasgos, pero ya les voy situando a fuerza de que ellos se den a conocer. Van perfilándose.

–¿Ha cambiado el humor en España en estos años?

–Lo que cambió es que antes no había libertad y ahora sí. Surgió una prensa fantástica, como Hermano Lobo, con más adeptos que ahora. Había gente que se dedicó al humor porque no podía dedicarse a la literatura o el cine... Había mucho talento, mucho ingenio y más avidez de humor porque con humor se podía decir lo que no se podía decir de otra manera. Ahora el que quiere hacer cine o literatura puede hacerlo y hay menos gente dedicada al humor.

–Termina con la arquitectura y empieza a escribir. ¿Qué le impulsó a hacerlo?

–Tenía ese gusanillo desde niño. Tuve una época que me tentó ser escritor pero tenía que ganarme la vida y por eso opté por la arquitectura, que estaba más relacionada con el dibujo. Además, ha sido el testamento de mi hija Marta, que poco antes de morir me dijo 'papá, escribe, escribe, me gustan tus cartas'. Y lo entendí como un testamento y le hice caso. Primero me pidió Espasa Calpe que escribiera mi trabajo en la serie de televisión 'Luz y misterio de las catedrales'. El libro funcionó bien y empecé con la novela. Eso son palabras mayores. Quería contar la historia del Monasterio de Aguilar y llegué a los Reyes. ¡Y hasta la Reconquista! y salió una trilogía. Encontré una profesión nueva. La escritura ha sido un regalo porque voy a cumplir 77 años y empezar a esta edad una profesión es como un niño al que le dan un maletín lleno de juegos.

–En unas semanas vendrá al Aula de Cultura de El Diario Montañés para presentar su nueva novela.

–Sí, acabo de publicar 'La reina sin reino'. Son las peripecias de una mujer extraordinaria que es reina pero no es reina. Ella está en la sombra y desde allí gobierna.

–¿Qué tiene la novela histórica que no tienen otros géneros?

–Es buena para aprender a escribir porque tienes que ser muy riguroso con los acontecimientos históricos y los personajes. Tienes que poner vida y carne a unos personajes que son de cartón.

–¿Tiene un nuevo proyecto entre manos?

–Estoy con mi nueva novela, la cuarta, que versará sobre un problema cotidiano que afecta a la sociedad española: el desempleo.

–¿Qué lección daría a sus alumnos si estuviera en una clase?

–El mejor método para aprender es aprender haciendo y hacer aprendiendo. Aprendí a escribir poniéndome a ello. Creo en el trabajo de las manos inteligentes. La inteligencia no está solo en la cabeza, la mano es la clave del aprendizaje. Tienes que fijarte en quiénes saben y aprender haciendo. Y el trabajo en equipo es vital. Así surgieron las lanzaderas de empleo que han dado un resultado extraordinario.

–Terminemos con un ¿qué le queda por hacer?

–Mi cabeza no para de pensar y maquinar. Pero sólo pienso en escribir lo mejor posible porque lo que hago quiero hacerlo bien. Eso se lo dijo Jesucristo a Judas y yo soy discípulo de Judas. Jesús le dijo lo que tengas que hacer hazlo pronto y yo añado hazlo pronto, bien y con los demás.

Un creador partidario de una arquitectura «con economía y sencillez, basada en la claridad»

Partidario de una arquitectura «con economía y sencillez, basada en la claridad, el orden y la funcionalidad, una arquitectura al servicio del usuario», Peridis sintetizaba en apenas dos frases su identidad creativa: «Y hemos buscado la luz, siempre que ha sido posible la luz cenital. La luz que viene desde lo alto». La reflexión de Peridis está contenida en las 'Memorias con Arte' que publicó hace doce años la editorial cántabra Valnera.

Aunque «las obras de rehabilitación son las más importantes y las que más responsabilidad y riesgo conllevan», Peridis ha firmado viviendas unifamiliares y colectivas, colegios y guarderías, residencias de mayores, bibliotecas, casas de la cultura, teatros, filmotecas, casas de ejercicios espirituales, ayuntamientos, plazas públicas, conventos, estaciones de autobuses…

Dos volúmenes, 'El cabo caricaturas' y 'Luz cenital', vertebraron la biografía de un hombre inquieto y polifacético y su labor arquitectónica. En ese doble volumen confesaba: «Yo creo firmemente que la arquitectura, quien quiera que sea el que la encargue, debe estar siempre al servicio del usuario, y debe hacerse pensando en la comodidad, la satisfacción y la felicidad del ciudadano que la disfruta».

La primera Liébana, «oculta bajo los pliegues remotos de las sensaciones más antiguas, se corresponde con mi paraíso perdido. De aquella Liébana no me quedan recuerdos de montañas ni de villas ni de valles, aunque sí permanece el del río, un arroyo rumoroso y cantarín que sembraba burbujas blancas entre las piedras, bajo cuyos murmullos se escabullían los renacuajos»... Así se abría el itinerario vital y la recreación creativa abordada por la mirada en el tiempo de José María Pérez González, Peridis, plasmada en esa publicación que recorría también una buena parte de la historia del siglo XX. Un trayecto por la escritura de un auténtico «agitador sociocultural», etiquetado como dibujante y arquitecto, que permitió descubrir perfiles, anécdotas, querencias, pasiones y una manera de ver el mundo a través de la luz, la piedra, la naturaleza, la historia y las esquinas del tiempo.

Dos volúmenes en los que la palabra de Peridis recorrían su memoria y su creatividad arquitectónica mediante una atractiva recopilación de imágenes, dibujos, fotografías y trazos conjuntados con delicadeza por el propio autor y por el sello del editor, Jesús Herrán. «Hoy la arquitectura es publicidad y marketing. En los medios de comunicación «sólo vemos las obras de los arquitectos modistos, esos grandes divos de la arquitectura que realizan edificios de muy difícil ejecución, con elevadísimos presupuestos y de imposible mantenimiento. A través de las revistas de Arquitectura se les presenta como paradigmas de una nueva arquitectura, cada vez más tecnológica, más fantástica y más formalista», reflexionaba. Los clientes que se adaptan a las exigencias de los arquitectos estrella suelen ser empresas multinacionales o instituciones gubernamentales. «Con estos paradigmas y con la formación que reciben en las escuelas de arquitectura, no es de extrañar que los jóvenes arquitectos no se resignen a cumplir la función de buenos sastres de la arquitectura, que es lo que el cliente y la sociedad demandan a la mayor parte de los profesionales. Esto es, que hagan una arquitectura de la sencillez y de la claridad», escribió Peridis.

Tras más de sesenta años de trabajo como arquitecto, «me consuela saber que alguno de los edificios que he rehabilitado me estarán eternamente agradecidos», apuntaba en su evocación.

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