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Pablo G.Hermida (efe)
Santander
Miércoles, 10 de enero 2018, 12:32
El arte callejero nunca estuvo tan reconocido en España como hasta ahora gracias, en parte, a artistas como Óscar San Miguel, Okuda, que pasó del tradicional grafiti en las vías de tren a crear composiciones geométricas llenas de color y que no desentonarían en ... un museo.
Color y positivismo, esas son las premisas de este artista santanderino, que empezó como cualquier joven que realiza arte urbano con grafitis pero que evolucionó hasta conseguir un estilo reconocible que le ha permitido dejar su huella multicolor por medio mundo.
Okuda cuenta que su amor al arte le viene casi de serie, aunque su evolución como artista y su estilo se han definido a través de un proceso «muy lento y natural».
El bote de pintura y las cintas de colores que utiliza para sus rombos, triángulos y estrellas son sólo la punta visible del iceberg de Okuda, ya que su obra actúa como medio de transporte a su «muy personal y profundo» mundo onírico.
Sin embargo, asegura que sus creaciones no tiene un sentido cerrado y que cada uno, según sus vivencias personales, puede interpretarlas de una forma u otra.
El protagonista de su obra es el color, y sus antagonistas los temas, que se sugieren pero no se evidencian en una obra en la que, por ejemplo, Okuda equipara a humanos y animales con el objetivo de representar el equilibrio universal.
En ese abanico de temas, el artista se inventa banderas que representan la multiculturalidad, incluye aves enjauladas como un símbolo de esclavitud o libertad, o dibuja figuras geométricas en la piel para reivindicar la igualdad racial.
El artista cántabro tiene claro que el color es sinónimo de positivismo y no se imagina una vida en blanco y negro, ni siquiera en la vestimenta, ya que una sudadera con formas coloridas, las manos recién tatuadas y unas playeras rosas le delatan.
«En lugares como India o África, donde hay muchísimo color, se respira seguridad y tranquilidad a pesar de que no tienen nada», asegura Okuda, quien basa su obra en un repertorio casi infinito de colores llamativos.
Sobre el nivel del arte callejero en España, Okuda considera que, para ser un país «pequeño», «hay muchísimos artistas muy buenos», entre los que destaca a Felipe Pantone o Sixe Paredes.
«La gente está exigiendo cada vez más que los artistas 'street art' muestren su obra y tengan su espacio», opina el grafitero santanderino, convencido de que la entrada del arte callejero a los museos supone el último paso de la historia del arte.
Okuda se muestra confiado en que, en diez años como mucho, en la asignatura de historia del arte se estudiará el arte callejero, como él tuvo que aprender la metodología del artista plástico Andy Warhol.
Así, explica que varios colegios de Cantabria y Argentina se han puesto en contacto con su equipo para contarle cómo están enseñando su obra, con el objetivo de inspirar a los niños para crear.
Además de los puntos de fuga, en el arte también importan los de inflexión, que en el caso de Okuda fue la iglesia de Santa Bárbara, de Llanera (Asturias), ya que la instalación de rampas y su pintura produjeron un 'skatepark' muy famoso, que sirvió para acelerar y mediatizar una carrera que, de por sí, ya estaba encarrilada.
La vida del artista depende del riesgo de proyectos, y en este sentido Okuda tiene 'buena cosecha': en 2018 construirá siete esculturas para un paseo hasta el mar en Boston, un edificio de unos 30 pisos en Toronto, cuatro exposiciones en Kuwait, Filipinas, México y San Francisco.
Además, el grafitero cántabro será el artista invitado en el Art Madrid de este año, donde es probable que le dejen algún espacio público de la capital para dejar su impronta.
También tendrá una exposición en Valencia y una falla con veinte esculturas de más de 35 metros de altura que, como es tradicional en esta fiesta valenciana, se quemará, lo que supondrá una sensación que le tiene intrigado.
«Es interesante porque viene el pirotécnico de Burning Man para quemar la falla, un festival estadounidense en el que estaré este año, para que el siguiente, quizás, pueda hacer algo grande allí», destaca el artista.
Sobre su tierra natal, Okuda asegura que Santander es uno de los lugares que le inspiran y que, por fin después de tantos años, le hace sentir profeta en su tierra.
«Creo que nunca es tarde y que está bien tener el apoyo de las instituciones», apunta el artista, quien agradece sobre manera la acogida que ha tenido entre los santanderinos la exposición de su obra que se ha podido visitar en el Palacete del Embarcadero durante las fiestas navideñas.
Okuda no esconde su interés por seguir creando obras de gran formato para los espacios públicos de la capital cántabra. Puestos a elegir, confiesa que le encantaría dar color al Museo de Arte Moderno de la ciudad, que se quemó el pasado noviembre, para añadir su toque contemporáneo a un edificio clásico como ese.
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