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Para el fotógrafo santanderino Olmo Calvo (Santander 1982) la pasada Nochebuena fue muy diferente a la de años anteriores. «Estuve completamente mareado toda la noche -y no fue por beber-». Su trabajo, en medio del Mar Mediterráneo, captando las penurias de más de 300 ... migrantes rescatados de morir en el mar, no le permitió venir a Santander ni pasar la Navidad con su familia. Pero a él no le importó. Su mejor regalo navideño fue ser testigo directo del salvamento de más de tres centenares de personas. El pasado día 28, Olmo desembarcaba en Algeciras, junto a su compañera y periodista Fabiola Barranco, y los 310 migrantes que la ONG Proactiva Open Arms, había salvado de morir ahogados en el Mediterráneo unos días antes.
Olmo siempre ha sido un soñador. «Siempre me gustó luchar por lo justo, por intentar mejorar la vida de la gente que sufre». Lo hacía cuando era chaval y vivía en Santander, o cuando le tocó vivir en Cabezón de la Sal y en Torrelavega, cuando su madre fue destinada a esas localidades como profesora de instituto. A este aprendiz de 'Robin Hood' que luchaba por una sociedad más igualitaria también le entusiasmó siempre la fotografía. Su madre era profesora de artes plásticas y, claro, y todo se hereda.
A los 18 años Olmo se fue a estudiar Imagen a Madrid. Acabó la carrera estudiando mucho y trabajando de todo para poder vivir en la cara capital de España. Becado por el Gobierno de Cantabria, acabó en Argentina, donde junto a otros compañeros de profesión hispanoamericanos, fundó SUB, una cooperativa de fotógrafos nacida a finales de 2004 y con la que todavía colabora.
Tras su regreso a España, se asienta en Madrid y comienza a trabajar como fotógrafo 'freelance', haciendo encargos para medios de comunicación, agencias de fotografía, ONG's, fundaciones humanitarias... Incluso tuvo que currar como técnico de iluminación en teatros de la capital de España para poder ganarse la vida. «Pago mis autónomos desde 2007. Cada mes es una aventura», dice.
Pero lo que Olmo ama es hacer fotoperiodismo y reportajes en los que se documenta la vulneración de los derechos humanos y el drama de los migrantes. Para ello ha viajado por todo el mundo. Ha fotografiado la persecución que sufren los rohinyas en Birmania, la vida en los campos de refugiados de Idomeni, la mala vida en los barrios más olvidados en Buenos Aires, la altísima mortalidad infantil en Bolivia, la difícil supervivencia de los mineros de Potosí y sobre todo ha documentado las calamidades que viven los africanos que quieren llegar a Europa cruzando el mar Mediterráneo.
Pero también se ha ocupado de los temas sociales más locales: los emigrantes que viven en los CIEs españoles, las protestas de los mineros de las cuencas asturianas, los desahucios en Madrid, la llegada de inmigrantes a la frontera Sur española... «Las tragedias que nos tocan más de cerca», explica Olmo, cuyo ojo captó una de las 30 fotografías más importantes del año 2018 para el periódico El País. La agencia AP la publicó el febrero del pasado año y fue portada de numerosos medios en España, Italia y en Estados Unidos. La foto está tomada a ras de agua y a lo lejos se ve a un grupo de migrantes, con sus chalecos salvavidas naranjas. Esos chalecos son el único color entre un cielo y un mar teñidos de gris. «Cuando hice esa foto iba en el barco de Proactiva Open Arms. Recibimos un aviso de rescate y nos lanzamos al agua en una lancha rápida. Íbamos tres rescatadores y yo. Nos acercamos la barca en la que iban los migrantes y después de tranquilizarles en varios idiomas y darles los chalecos salvavidas, bajé la cámara a ras de agua, para tener la misma perspectiva que aquellos cien emigrantes que navegaban a la deriva. Intenté trasmitir esa inmensidad del mar que les rodea cuando deciden cruzar el Mediterráneo». Y vaya que sí lo consiguió. Cualquiera que mire esa foto tiene esa agobiante sensación de ser superado por las olas.
Olmo es de los que está convencido de que todo es fotografiable. Lo bueno, lo malo, el sufrimiento y la alegría, la desesperación y la esperanza. «Todo depende de cómo se haga». Defiende la publicación de aquella terrible foto de Aylan, el niño sirio de dos años que huyendo de la guerra de su país encontró la muerte en 2015 al intentar cruzar el Mediterráneo. «Lo realmente grave no es la imagen del niño muerto en la playa, sino el niño muerto en la playa». Es consciente de que los críticos del fotoperiodismo «siempre nos echan en cara que sólo fotografiamos las consecuencias y nunca las causas. Y por una parte tienen razón. Qué más nos gustaría que poder fotografiar a los que comercian con las desgracias humanas, a los que venden armas para las guerras, a los que mueven los hilos de esos gobiernos que no miran por sus ciudadanos... pero por desgracia, muchas veces no podemos y sólo podemos fotografiar las consecuencias de tanto mal», exclama el fotoperiodista santanderino, cuya única intención es «intentar que una persona que no ha estado en el lugar en el que está hecha una foto, se pueda hace una idea de lo qué ha ocurrido allí». Esta es su manera de ser honesto.
Por eso en su última 'aventura' profesional tuvo la ocasión de mostrar con su fotos todo lo que sintieron y vivieron, durante más de una semana, los más de 300 extranjeros que fueron rescatados por Open Arms frente a las costas de Libia. «Embarcamos en Barcelona, el día 15 de diciembre, mi compañera Fabiola y yo, junto a los voluntarios de la ONG. Tras cuatro días de navegación, en los que aprovechamos para irnos haciendo al barco y a la tripulación, llegamos a las costas de Libia. Tuvimos un par de días de mala mar, en los que lo pasamos fatal, con pastillas para el mareo todo el tiempo, sin ganas de nada... pero al fin y al cabo sin ningún aviso de barcas a la deriva», relata Olmo. Pero el día 21 de diciembre, el mismo día que en España comenzaban las vacaciones escolares y que todo el país estaba pendiente de la última excentricidad de los independentistas en Cataluña, en el barco de Open Arms recibieron un aviso importante. El avión 'Colibrí' había avistado tres barcazas llenas de migrantes a bordo. «Los encargados de la ONG avisaron a las autoridades de salvamento marítimo de los países cercanos, siguiendo escrupulosamente las leyes marítimas, pero nadie respondió, así que decidieron actuar. Fuimos en lanchas de rescate a las coordenadas en las que habían sido vistas las barcas y las dos primeras fue fácil localizarlas. Cuando llegamos, todos estaban en buen estado, pero había muchos niños. El rescate no fue demasiado complicado. Pero la tercera barca no aparecía. Se suponía que las autoridades libias tenían que ir a rescatar a esas personas, pero como los libios no encontraron la barca en un primer momento, abandonaron su búsqueda», cuenta Olmo.
Los voluntarios del Open Arms no estaban dispuestos a darse por vencidos y, según cuenta el fotógrafo, «navegamos hasta el punto en el que en teoría podía estar esta tercera barca y la encontramos». «Había como 14 niños entre 4 y 6 años e incluso un bebé de 2 días y su madre recién parida», explica. Estos dos últimos fueron evacuados en helicóptero, por los servicios de emergencia de Malta pocas horas después de ser rescatados y ante la insistencia de los voluntarios españoles de Open Arms. «El bebé se llamaba Sam y su madre Salí. Salieron de las costas de Libia justo después de dar a luz ella y como había muy mala mar tanto la madre como el niño estuvieron mojados y pasando frío durante esos dos primeros días del bebé. Si no los llegan rescatar y llevar a un hospital de Malta, el niño hubiese muerto», relata Olmo.
El barco de la ONG española, con 311 migrantes a bordo en ese momento, inició ese mismo día 21 su campaña para pedir un puerto seguro al que llevar a los tres centenares de personas rescatadas, pero todo fueron negativas. «Sólo el gobierno español y después de mucho insistir, les dijo que sí, que podían llegar al puerto de Algeciras. Pero claro, eso significaba otros cinco días de travesía en los que ocurrió de todo. La mar era malísima y las olas nos mojaron a todos, a tripulantes, a rescatados, a voluntarios... Además uno de los menores, un chico de unos 14 años, también tuvo que ser evacuado por los guardacostas italianos, pues tenía una infección muy grave en la cara y los médicos del barco decían que la evolución de esa infección parecía muy agresiva y no tenía buena pinta», explica Olmo, que también vivió algún momento agradable mientras el barco navegaba rumbo a Algeciras. «Lo único bueno fue la llegada del Astral (el barco velero que el multimillonario Livio Lo Monaco donó a la ONG para sus rescates), que llegó con comida, mantas y ropa secas y un puñado de voluntarios que subieron el ánimo de todos. La Nochebuena la pasamos como pudimos. A los 310 que rescatados que había en el barco les dieron de cenar arroz y caldo caliente y esa fue como una noche más. Yo la verdad la pasé muy mareado, venga a tomar pastillas para el mareo, y apenas comí de la cena que dieron (diferente a la de los migrantes). Y como el resto de los días que estuvimos a bordo, pues trabajando: haciendo fotos y vídeos y mandándolos a los medios de comunicación que los solicitaban y cuando tenía un rato, pues ayudaba fregando platos y limpiando en la cocina. Porque había mucho trabajo para todos. Imagínate, casi 350 desayunos, comidas y cenas durante más de una semana», detalla Olmo.
Después de esta experiencia, su proyecto para el futuro es «continuar con el día a día y ya se irá viendo lo que sucede en el mundo y hacia dónde tiro. Intentaré sobrevivir haciendo esto, que es lo que me gusta e intentando hacer cosas que me apetezcan y que a la vez pueda permitirme», concluye el fotógrafo
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