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La autoría de los textos de Sotileza corresponden a estudios y reflexiones de Alberto García, Ana Lastra, Eduardo Fernández-Abascal, Jorge Villamor, Mar Martínez, María Angulo, Pablo Flor y Pedro Fernández.
En el panorama cultural de la región, la figura de Ángel Hernández Morales es ... relativamente poco conocida y valorada, a pesar de ser uno de los profesionales más prolíficos y notables de nuestra arquitectura en la segunda mitad del siglo XX y tal vez el que haya dejado una mayor huella en el territorio, contribuyendo a caracterizar muchos paisajes de nuestras comarcas.
Paradójicamente es la discreción y la sabia integración de su arquitectura lo que conlleva su vulnerabilidad. A pesar de su escasa antigüedad, en parte a causa de nuevas necesidades funcionales pero también del escaso reconocimiento de la arquitectura moderna por parte de la sociedad, muchos de sus edificios han sido derribados o transformados con diferente acierto.
Tanto desde su estudio particular como especialmente desde la Oficina Técnica del Servicio de Arquitectura de la antigua Diputación, Hernández Morales proyectó numerosos edificios dotacionales y residenciales en Santander, pero su obra traspasó este ámbito urbano y se multiplicó por la región. Fruto de esta labor, gran parte de su trabajo quedó documentado en el archivo de su estudio particular, que su familia decidió donar al Colegio Oficial de Arquitectos de Cantabria. El esfuerzo de éste, con el apoyo de la Dirección General de Patrimonio Cultural y Memoria Histórica de la Consejería de Universidades, Igualdad, Cultura y Deporte para emprender el inventario de la documentación depositada en el archivo colegial, es sólo un primer paso que pretende contribuir a paliar el olvido de la obra de Ángel Hernández Morales, buen profesional y funcionario ejemplar. De cara al futuro se plantea un riguroso registro de toda la documentación, siguiendo el modelo seguido para la catalogación de otros Bienes de Interés, que permita la incoación de expedientes administrativos con el fin de conseguir algún grado de protección.
Tras haber inventariado el ingente archivo de su despacho profesional, investigado acerca de los proyectos más relevantes y visitado una selección de sus edificios para contrastar su estado actual, el Colegio, consciente de que el conocimiento debe ser un primer paso para la conservación, intenta dar a conocer la interesante y prolífica obra de este arquitecto, llamar la a tención sobre la situación actual de ciertos edificios concretos (el Centro Psiquiátrico en Parayas, el Monumento al Indiano en Peña Cabarga, la residencia del Icass en General Dávila ó el Centro Cívico en Brañavieja, por citar sólo algunos de los más conocidos, aunque existen otras muchas obras menos difundidas pero no menos relevantes. Este es el último de los trabajos que desde el Colegio de Arquitectos ha puesto el foco en la obra de Ángel Hernández Morales, obra que, desde hace mucho tiempo, considera imprescindible conocer, valorar y proteger.
Hernández Morales (nacido el 8 de agosto de 1911 en Jaraíz de la Vera, Cáceres) estudió Arquitectura en la Escuela de Madrid, recibiendo una sólida formación, teniendo como profesores entre otros a Fernando García Mercadal, Luis Blanco Soler, Modesto López Otero, Luis Moya Blanco y Leopoldo Torres Balbás, con quien realizó un accidentado viaje de estudios por Soria, Guadalajara y Zaragoza para visitar los conventos de la orden cisterciense, coincidiendo con el inicio de la guerra civil. Durante la misma se incorporó a la Escuela de Aviación en Logroño, donde aprendió a volar, algo que posteriormente marcó su vida. Se tituló como arquitecto en 1940, doctorándose en 1959.
En ese mismo año obtuvo, en concurso nacional, la plaza de arquitecto municipal en el Ayuntamiento de Huelva, cargo que desempeñó hasta 1944, realizando sus primeras obras: un puente, dos fuentes ornamentales, la apertura de una de las avenidas principales de la ciudad o la estación de autobuses. En 1943 había obtenido la plaza de arquitecto municipal de Sevilla, a la que renunció voluntariamente, y fue en 1944 cuando consiguió la plaza de arquitecto de la entonces denominada Diputación Provincial de Santander, cargo que desempeñó hasta su jubilación en 1981. En los años anteriores a su llegada a Santander, participó en varios concursos de ámbito nacional, obteniendo diversos premios. Desde 1944 se vinculó definitivamente con nuestra región, con la que le unía un cierto afecto nacido tras un viaje con Luis Cabrera en el que estudiaron la arquitectura popular recorriendo numerosos pueblos. Además, en un viaje a San Sebastián con su compañero Fernando Chueca Goitia conoció a Carmen Loeck de Larrinaga, quien se convertiría en su mujer, lo que también debió influir en cambiar de aires. Desde ahí vivió y construyó la mayor parte de su obra en nuestra región, salvo excepciones esporádicas.
Desde su cargo al frente de esta oficina, con la estrecha colaboración del aparejador Manuel Carrión Irún, participó y contribuyó directamente en algunas de las empresas más importantes impulsadas desde la Diputación en esas décadas: la construcción de numerosas dotaciones en pequeños núcleos por toda la región; el desarrollo turístico y la construcción de infraestructuras de las comarcas de Liébana y Alto Campoo; la modernización del sector ganadero, construyendo varios centros experimentales; el programa de asistencia psiquiátrica provincial; la conservación y rehabilitación del patrimonio; la ordenación del territorio, tanto urbano como rural, etcétera.
Sus proyectos de nuevas arquitecturas se complementaron con trabajos de intervención en el patrimonio y de ordenación del territorio y urbanismo. Ángel Hernández Morales mostró una especial sensibilidad para valorar, proteger y rehabilitar el patrimonio regional. Entre estos proyectos cabe reseñar varias obras en el núcleo de Santillana del Mar, las restauraciones de las Iglesias de San Román de Moroso y de Santa Leocadia en Helguera, la reconstrucción de la Torre de Pero Niño en San Felices de Buelna, el acondicionamiento de diversas iglesias rupestres en Valderredible, la rehabilitación de la Casa Velarde en Muriedas para transformarla en Museo Etnográfico, o la reconstrucción del Castillo de Argüeso. Es digno de mención el trabajo de análisis y reconstrucción de varias manzanas de Bárcena Mayor. Además, intervino en el estudio y la difusión del patrimonio arqueológico regional. En 1950 redactó las Normas Generales de Urbanización para la provincia de Santander.
En los años siguientes redactaría los planes de ordenación de Comillas, Sarón, Los Corrales de Buelna, las playas de Castro Urdiales y Oriñón y el Plan Comarcal de Santander. En paralelo, escribió diversos libros y publicaciones, caso del Plan Comarcal de Santander o un Análisis de Torrelavega en colaboración con D. I. Lastra Santos. Pero también de Análisis del Patrimonio e Historia. Asimismo, algunas de sus obras fueron publicadas en las revistas especializadas de la época y premiadas.
Fue miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde 1982. En el año 1.999 el Colegio Oficial de Arquitectos de Cantabria reconoció su obra, entregándole la Mención Honorífica Juan de Herrera, y en 2007 fue galardonado con el I Premio de Arquitectura ARQAno, convocado conjuntamente por los Colegios Oficiales de Arquitectos de Asturias, Cantabria, Castilla y León Este y Galicia y León, por la diversidad y calidad de su obra construida.
La obra de AHM
La obra de Ángel Hernández Morales es un notable y singular ejemplo del buen hacer de un arquitecto de provincias atento al exterior y que desarrolla la mayor parte de su trabajo al servicio de la Administración desde su puesto de funcionario en el Servicio de Arquitectura de la Diputación.
Las primeras obras de los años 40, construidas con lenguajes académicos, dan fe de su sólida formación, el buen dibujo, el conocimiento de los estilos históricos y los recursos compositivos, el adecuado uso de los materiales y la utilización de las artes aplicadas. El edificio de la Plaza del Príncipe en Santander constituye su única aportación a la reconstrucción de la ciudad tras el incendio.
En los años 50 inicia un recorrido más personal, sustituyendo progresivamente el lenguaje historicista por recursos formales más atemporales, un estilo sin estilo, desprovisto de ornamentación, formalizándose en obras que recuerdan a ciertas arquitecturas protorracionalistas, e incluso a algunas obras de Miguel Fisac: el depósito de patata del Hogar Cántabro, hoy derribado, con su ingeniosa sección y la extraña y surreal fachada; la hermosa vivienda de Maurice Depasse adaptada a la pendiente de la ladera frente a la bahía de Santander; la acertada intervención en el edificio de Diputación, también derribado; la sutil implantación urbana y los elaborados alzados de la Casa de Cultura de Santander; la compleja organización de piezas diferenciadas en el Centro de Formación Profesional de Torrelavega, proyectado con Manuel Calatayud y Domingo Indalecio de la Lastra; el sencillo volumen de la ampliación de la Casa de Cultura de Reinosa con sus hermosas fachadas o la clara ordenación volumétrica del edificio central de la Universidad de Las Llamas. Estas obras incluyen ya algunos de los temas y elementos que el arquitecto desarrollará posteriormente como la cubierta como quinta fachada, la torre, la modulación, la combinación de materiales tradicionales y modernos o la recuperación de la artesanía.
En este mismo período construye otras obras más 'modernas', con lenguajes miesianos en algunos casos: el caracterizado y romántico primer aeropuerto de Santander, proyectado en colaboración con los ingenieros Dominguez Riestra y Firiz, auténtico manifiesto de intenciones que el arquitecto y aviador desarrollará en otros aeropuertos; la cubierta y el juego de fábricas y vidrio en el divertido y 'contemporáneo' restaurante Brisas en el Pasaje de Santoña; el juego de volúmenes y la tersa fachada de la sede de Alerta, en colaboración con D. I. de la Lastra o la sugerente imagen tecnológica de la nave Sotoliva.
En estos años también construyó en Santander algunos de sus edificios de residencia colectiva más interesantes: los diversos grupos de viviendas sociales para la constructora benéfica Santiago el Mayor, los cuatro bloques de la calle Colombia, en un difícil entorno periférico, así como el expresivo edificio Capitol.
Tradición y modernidad
Durante la década de los años 60, coincidiendo con sus encargos públicos más importantes, la obra de AHM alcanza su plenitud resolviendo con solvencia y eficacia los programas planteados y estableciendo adecuadamente la relación del edificio con su entorno. Su arquitectura intenta ser moderna sin renunciar a la tradición de la historia y del lugar, buscando variados ejemplos, mirando muchas veces al norte de Europa y a las versiones más orgánicas de la arquitectura racional. Cabe reseñar: la acertada disposición y expresiva silueta de las naves ganaderas y de oficinas-laboratorios en el Centro de Inseminación Artificial en Torrelavega; la formalización contextualizada de la espectacular obra de ingeniería del teleférico de Fuente Dé, en colaboración con el ingeniero José Calavera; la perfecta y compleja coherencia entre la forma y el contenido de la Iglesia de Espinama con un espléndido y matizado espacio ritual; la rotundidad formal de la Iglesia y el Centro Cívico de Brañavieja o la amable y sencilla solución a la difícil localización de la Escuela Civil de la Marina en Santander.
Su arquitectura evita conscientemente caer en una retórica excesivamente monumental, buscando intencionadamente una imagen de las instituciones más próxima a los ciudadanos, transparente, confortable, casi doméstica. La torre, repetida en diversos proyectos, como volumen que encierra espacio o como hito escultórico en el paisaje, contrapone su verticalidad a una arquitectura horizontal que se extiende en el contacto con el suelo, ocupando y urbanizando el terreno haciendo referencia a su profundo conocimiento de nuestra arquitectura tradicional, sin olvidar sus recuerdos de su pasado como aviador (elevarse para luego aterrizar).
La buena construcción define la obra de AHM caracterizándose por el rigor y la honestidad constructiva, utilizando indistintamente los viejos y los nuevos materiales, la piedra y la madera, el hierro y el cristal, las cubiertas de madera y las finas membranas de hormigón, los últimos vestigios de la artesanía y los primeros intentos de la tecnología, evitando siempre los alardes innecesarios. Esta serenidad constructiva no impide la manipulación de los materiales, buscando apariencias, texturas reales o simuladas que caractericen los paramentos, mamposterías, ladrillos pintados, entablillados, cubiertas de pizarras o tejas planas… En los años 70 y 80, continuó su trayectoria construyendo otras hermosas obras, como el complejo edificio de la Residencia de Prevención y Rehabilitación de la Mutua Montañesa de Seguros en Santander, proyectado en colaboración con Emilio María de la Torriente o el Museo de Altamira, ejemplo de implantación con una sensibilidad casi oriental, muy transformado por la posterior intervención de Juan Navarro Baldeweg.
El Colegio de Arquitectos de Cantabria quiere reivindicar la obra de este gran profesional como punto de referencia obligado para todo aquél que pretenda intervenir en el territorio de nuestra región.
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