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Las andanzas y cuitas de un adolescente de los años treinta del siglo pasado es el argumento de la nueva novela de Álvaro Pombo (Santander, 1939), en su regreso a Anagrama, que estará en las librerías este mes de enero bajo el título 'Santander, 1936'. ... En ella, el autor de 'El temblor del héroe' y 'Contra natura', miembro de la Real Academia desde 2003, regresa a la ciudad que le vio nacer, al universo familiar y al mundo de la adolescencia.
–¿Piensa, como su maestro López Aranguren, que «la novela es el género literario en más directa comunicación con la vida»?
–José Luis Aranguren –que fue ciertamente un maestro mío y de mucha gente de mi generación– no sólo consideraba que la novela es el género literario en más directa comunicación con la vida sino, sobre todo, que la novela podía servir –y de hecho así servía en sus clases– como ilustración de la ética, como ilustraciones de la filosofía moral. Una buena novela para Aranguren era una novela que tuviese un contenido ético y moral valioso, acompañada, naturalmente, de estar bien escrita. Nos animaba a leer las novelas en sus cursos de ética y sociología, cosa que yo hice durante muchos años y aún sigo haciendo.
–¿Su nueva novela es un complejo ejercicio de memoria histórica o de ficción inspirada en los sucesos históricos?
–Yo apenas uso el concepto de memoria histórica, que está ahora muy de moda. Sé lo que quiere decirse con ese concepto, pero no me parece especialmente expresivo o significativo. En cambio, la ficción que yo he escrito está directamente inspirada en sucesos históricos. No es, sin embargo, novela histórica. Ahora bien, la ficción es un 'marcador' muy fuerte, de tal manera que, si se mezclan ficción y relato histórico, lo que vale es la ficción, aunque puedan usarse los elementos históricos que contiene. Los 'Episodios nacionales' de Galdós son ficción, aunque, por supuesto, son fieles a los períodos históricos que comprenden. Cada vez me interesa más la relación entre historia y ficción. Pero entiendo que el marcador 'ficción' es deformante con respecto a la historia objetiva, unas veces para bien y otras para mal.
–Siguiendo a Ortega y Gasset, ¿considera que «el ser humano no tiene naturaleza, sino historia»?
–El texto de Ortega es fascinante, como siempre. Es un pensamiento proyectante: un pensar superlativo. Es obvio que el ser humano tiene naturaleza en el sentido de natura y nurtura. Es obvio que pasa de ser un feto a ser un ser humano. Eso sería la naturaleza. Pero Ortega, lo que intenta subrayar es la historicidad consustancial de la naturaleza humana.
–Para escribir 'Santander, 1936' se ha tenido que documentar sobre una época en la que se cruzan los acontecimientos históricos con su propia memoria personal y familiar. ¿Cuáles han sido sus principales 'fuentes' para escribirla?
–La principal fuente han sido los cuatrocientos folios de resúmenes y comentarios de la hemeroteca de El Diario Montañés que tú mismo me preparaste y que han sido definitivos para génesis de esta novela. Tengo que mencionar, sin duda, muchos más textos, pero voy a citar unos pocos, por no alargarme: uno de Mazarrasa Quijano que se llama 'A bordo del Alfonso Pérez', otro de Saiz Viadero llamado 'Crónicas sobre la Guerra Civil en Santander' y dos magníficos de José Manuel Puente Fernández, 'Una ciudad bajo las bombas' y 'La Falange clandestina. Historia de Falange Española de las JONS en Cantabria'. También 'En busca de José Antonio', de Ian Gibson, los 'Discursos' de Azaña completos y los 'Discursos' de José Antonio Primo de Rivera.
–¿Ha tenido ocasión de utilizar documentos familiares?
–No, no he utilizado documentos familiares porque no existen. La correspondencia epistolar entre Ana Caller y su hijo Álvaro es imaginaria también. Sí he utilizado algunas fotos y la última carta que envió mi tío Álvaro a su padre desde el barco y que aparece citada textualmente en el libro.
–No llegó a conocer a su tío, el protagonista de la novela, Álvaro Pombo Caller, puesto que fue asesinado en 1936 y usted nació en 1939. ¿Qué se hablaba en su familia sobre él?
–Recuerdo que mi padre hablaba de su hermano Álvaro, aunque quizá no mucho. Lo que sí recuerdo son las fotos de Álvaro Pombo Caller en la sala de estar del Muelle 35. Tengo dos álbumes de fotos de él y de mi padre en diversos colegios franceses e ingleses. Recuerdo mejor las fotos que las conversaciones. Y se hablaba, durante mi niñez, como es natural, en casa de tía Rosa y de tío Gabriel, y en Miranda, en casa de la abuela Carolina, del fusilamiento y de Alfonso Pérez. Había una presencia difusa y punzante a la vez, de la Guerra Civil en Santander, en nuestras casas familiares. Recuerdo que yo mismo iba con frecuencia a la cripta de la catedral donde estaban enterrados los ciento cincuenta asesinados del barco y rezaba un Padre Nuestro por tío Álvaro. Cuando hacía eso era todavía un crío de diez o doce años.
–¿Existe una cierta continuidad, tanto en el proceso de escritura como en el contenido, entre 'Santander, 1936' y otras novelas suyas como 'Virginia o el interior del mundo' y 'Un gran mundo'?
–Existe una continuidad muy visible entre estas tres novelas que mencionas. Cualquier lector o lectora de Santander las descubre enseguida. Y cualquier lector de cualquier parte encuentra la continuidad nominal de los personajes de esas tres novelas.
–Otro personaje relevante en el libro es su abuelo, Cayo Pombo Ybarra, agnóstico y azañista. ¿Le ha resultado complicado 'reconstruirle' para la novela?
–Le he reconstruido, una vez más, a partir de su foto. Y a partir de un 'romanticismo Pombo' que tenemos, creo yo, todos los Pombo de Santander. Me pasa con tío Gabriel Pombo Ybarra y con mi propio abuelo, que era hermano suyo. Lo que sí sé es que mi abuelo paterno era un hombre muy enfermo que murió muy joven. La muerte temprana, alrededor de los cincuenta, es una parte de su romanticismo. Es curioso esto: los Pombo fuimos una familia de comerciantes castellanos, de nuevos ricos harineros que hicimos fortuna en las Indias y que fuimos muy famosos en Santander. La idea de esa familia, considerada en conjunto, ejerce gran atracción sobre mi imaginación, un atractivo sentimental que no logro definir con exactitud. No es nostalgia, desde luego. Quizá la rama Pombo Ybarra de esa familia y Pombo Caller seamos unos Pombo 'a fondo perdido', una lápida melancólica en el cementerio de Ciriego. Durante muchos años pensé que ser irrecuperablemente Pombo era una aventura romántica portentosa y, quizá también, fracasada.
–¿En 'Santander, 1936' vemos, más que en ninguna otra novela suya, la vida como problema?
–Desde luego en esto yo soy orteguiano: la vida de cada cual da mucho quehacer. Eso quiere decir que a ratos nuestra vida es muy de preocupar. En mi propia vida, al menos, aparece con frecuencia el fondo del abismo. Es la vida como problema en el sentido de Laín Entralgo en su libro 'España como problema' y ciertamente vivir es constantemente elegir una opción u otra.
–¿Es posible explicar los extremos sucesos que sucedieron en Santander entre junio y diciembre de 1936?
–Creo que nuestra Guerra Civil española, y también la experiencia santanderina, sigue siendo aún muy difícil explicar en pocas palabras. A la vista están los miles de volúmenes que se han escrito sobre ella.
–¿Nuestra idea sobre la guerra civil está aún lastrada por prejuicios ideológicos y aún no la hemos comprendido y aceptado?
–Empecemos, una vez más, con una cita de Ortega y Gasset. Se trata de un artículo titulado 'La guerra y la guerra alemana'. Se refiere a lo que ahora denominamos la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Y su artículo va precedido por una cita que dice: «la guerra es la impulsora del destino de los pueblos». Aquella Primera Guerra Mundial fue definitiva para todos los intelectuales de Europa. ¿Es la guerra de verdad impulsora del destino de los pueblos? Marca su destino, eso es cierto, pero no siempre le mejora. Los españoles seguimos hoy en día dividiéndonos en izquierdas y derechas. Eso implica dos ideologías opuestas. La izquierda republicana del 36 estaba persuadida de que su proyecto mejoraría definitivamente la calamitosa situación del iletrado pueblo español de la época: pasaríamos de la pobreza espiritual al progreso espiritual. La derecha, a su vez, creía que ese progreso espiritual tenía que tener en cuenta las raíces cristianas, católicas, de la sociedad española. La confrontación civil provino de una confrontación ideológica: la intelectualidad de izquierdas y la de derechas tenían perfiles muy acusados en aquel momento. ¿Hemos comprendido nosotros la Guerra Civil en nuestros días? Julián Marías solía describir esa situación como un profundo enfurecimiento de todos contra todos. Una vez enfurecidos, no hubo manera de calmarnos. Ninguno de los dos bandos estaba preparado para aceptar al otro. ¿Ha aceptado nuestra generación que es posible convivir con quienes no piensan como nosotros? A veces parece que no. Y, sin embargo, nos vamos apañando, vamos tirando. Hemos ido aprendiendo, quizá, durante estos últimos años democráticos, a practicar una paciencia civil. Por primera vez resplandece en España, en las mejores conciencias al menos, la virtud de la paciencia. Y la paciencia política, que implica la paciencia personal, es todo porque permite que se abran las flores del mundo. Hace posible la inteligibilidad del mundo.
–Un aspecto relevante de la novela es la relación entre Cayo Pombo, azañista, y su hijo falangista. ¿Nos está proporcionando con ello una clave para comprender la complejidad de toda una época?
–Tal y como está explicado en la novela, esa relación entre el padre liberal y el hijo falangista, es una relación muy afectuosa. Padre e hijo se llevan muy bien. Es una relación bienhumorada. No sé si sirve de clave para entender toda una época, pero sí es clave para el desarrollo de la novela. Ojalá hoy, conservadores y progresistas, se entendieran o se respetasen como yo cuento en el libro entre Cayo y su hijo.
–¿No cree que uno de los personajes más 'novelables' de su familia es Juan Pombo Conejo, primer marqués de Casa Pombo?
–Sí, creo, efectivamente, que se podría hacer una buena novela con la vida de don Juan Pombo Conejo, primer marqués de Casa Pombo, y a lo mejor lo intento más adelante. Pero cualquier intento biográfico requiere, como tú sabes, mucha bibliografía y no sé si tengo gana de meterme ahora en estudios históricos serios de la época.
El ejercicio de escribir
–Con los años, y después de más de veinte novelas, ¿le cuesta más escribir o menos?
–Cada vez me cuesta menos esfuerzo escribir. Escribo y dicto casi todos los días de la semana. Mi única duda hoy en día es acerca de cuánto vale culturalmente, espiritualmente, lo que escribo. Yo tengo la suerte de contar con un buen amigo, Ignacio Laguna Aparicio, a quien dicto mis textos, que nunca ha dudado de mi valía literaria o espiritual. Y eso es una gran motivación. Es la opinión de mi primer lector a lo largo de mucho tiempo. Así que confío que tenga razón al final Iñaki.
–Volviendo a Ortega, hay un fragmento del filósofo español que resume muy bien los personajes que usted traza en sus novelas: «Humano es lo que hago yo mismo, lo que tiene un sentido para mí, lo que entiendo. La acción humana, pues, supone un sujeto responsable y la vida es por esencia soledad». ¿Ando con ello descaminado como un falangista bajo el Frente Popular?
–Que la vida humana sea esencialmente soledad es cierto. Somos seres para la muerte y la enfermedad y la muerte nos aísla. A veces, ni siquiera es una soledad forzada, muchas veces es una soledad apacible. «Oh, soledad, mi sola compañía –escribía Antonio Machado– ausente de ruidosa mascarada/divierto mi tristeza sin amigo/contigo dueña de la faz velada/siempre velada al dialogar conmigo». Y añade Machado luego: «Este quien soy será quien sea/no es ya mi grave enigma este semblante/que en el íntimo espejo se recrea/sino el misterio de tu voz amante». ¿Pueden trasladarse estos espléndidos versos machadianos a un nivel político? No lo sé. A estas alturas de mi vida y reconociendo la importancia de la acción política, no estoy seguro de que la política, la práctica política, no sea una absoluta superficialidad en todos los casos.
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