Las diosas creadoras

Explicaba ayer en Felisa Pilar Adón que las personas creadoras de ficción son, de algún modo, dioses, diosas que pueden amasar un mundo de ficción pero que, siempre –siempre–, debe contener realidad(es). Poco antes, el humilde y prolífico traductor, novelista y ensayista Carlos Fortea ... confesaba que, desde su forma de entender lo ininteligible, un novelista no es más que una persona a la que no le gusta la realidad y que, por tanto, construye otra en la que busca «una historia que termine mejor». Vivimos tiempos 'apocalípticos'. Tendemos a la hipérbole, al exabrupto, al epíteto inflamado, al agotador pleonasmo, a una visión del mundo que más que una distopía es una ucronía con una final aterrador. Y, sin embargo, en Felisa, una termina el día con una sonrisa esbozada en el cuidado colectivo, en la confluencia de diosas creadoras que nos mecen con la palabra –por ejemplo la de Toti Martínez de Lezaola– o con la música juguetona del tiempo –como la de Gorka Hermosa o Edurne Zabalo–, o con los viajes interiores compartidos –como el de Adán Peña–, o con los cuentos que toman galletas en la cocina mientras una madre lucha contra un mundo injusto –como los de Antonio Ontañón Peredo–. Por qué no permitirnos esa sonrisa, por qué no pensar que lo que está ocurriendo en la Plaza de la Palabra es el preámbulo de un futuro preñado de lo imposible. Mientras termino de escribir esta cuña en el tiempo de los funestos, el clarinete de Edurne empuja una lágrima que se confunde con mi sonrisa. Esta es la magia de las diosas creadoras: nos muestran una historia que termina mejor y yo me encaramo esos caminos para dormir seguro de que somos capaces de no pifiarla como especie, de que tenemos dentro el germen de la belleza y la dignidad.