El trastocamiento del mundo

El ejercicio funambulista se produjo en la Plaza Porticada –bueno… en la Plaza de la Palabra, Felisa mediante—. En ese mismo lugar de imposibilidades, 90 niños y niñas desafiaban el runrún edadista — «las nuevas generaciones no leen»— y habitaban el Espacio de Lectura Infantil, con sus ballenas, con sus colores, con sus cojines, pero, ante todo, con los libros en los que se encaraman para viajar por islas aún no nombradas. En esta misma plaza tan de paso, se instalaron las palabras sin estridencias de la gran escritora Edurne Portela, pero también se coló la voz de mujer mestiza de la colombiana Mónica Chamorro Mejía, que jugó con el pasado como quien amasa el presente, mientras ese vecino (re)conocido que es Juan Carlos Flores-Gispert nos permitió mirarnos a un espejo con los destellos de un inicio del siglo veinte que no presagiaba las turbulencias en las que se ahogó la esperanza. No sé cómo transcribir el pálpito de una ciudad lectora que imagina a su ritmo y crea en común en esta Plaza de la Palabra abierta a todas y todos. Así que me abrazo al también colombiano R.H. Moreno Durán cuando escribió que «la imaginación posibilita el trastocamiento del mundo por medio de la palabra». Él nos propuso trocar la perversa dicotomía civilización o barbarie en una mucho más promisoria: «imaginación o barbarie». Imaginen…