Nueva York, ciudad icono, retrato absoluto de la era moderna, no sería la que es sin figuras como la del arquitecto español Rafael Guastavino (1842-1908). La vida, apasionada y apasionante, del creador valenciano y su periplo profesional por el epicentro identitario de los Estados ... Unidos es el eje sobre el que gira 'A prueba de fuego', la nueva novela del escritor y Premio Planeta Javier Moro (Madrid, 1955). El Ateneo de Santander acoge hoy a las 19.30 horas la presentación virtual de este título, organizada por el Aula de Cultura de El Diario Montañés y en la que Moro, debido a las restricciones de movilidad derivadas de la situación sanitaria, participará de forma telemática.
-'A prueba de fuego' narra la historia de Rafael Guastavino. ¿De dónde surge su interés por su vida y trayectoria?
-Lo llamativo de este caso es cómo nadie había contado todavía la historia de Rafael Guastavino. Eso es lo sorprendente, no solo por lo que consiguió como arquitecto, sino por la vida tan azarosa y tan novelesca que tuvo. Yo lo vi como un tema virgen y un personaje por rescatar del olvido.
-¿Qué retos ha supuesto novelar el retrato de un personaje tan poliédrico?
-Ha sido muy laborioso, y de hecho empecé el proyecto en 2015. Al principio no sabía cómo hincarle el diente al personaje y a su historia. No soy arquitecto ni historiador sino novelista, y mi intención es siempre crear emoción a través de una historia real, que es lo que se hacer. A medida que fui conociéndole, indagando, buscando y hablando con los herederos, di con las cartas de la familia y fueron esas cartas las que me decidieron a abordar el tema porque eran una ventana abierta a la historia íntima de Rafael Guastavino. Así tuve ya una visión panorámica del personaje: por un lado todo lo que había conseguido a nivel profesional, que es siempre más fácil de documentar, y también la parte personal, que es la más compleja. Ahí estaban las cartas a su hijo, a su mujer, a su amante, a su segunda amante, a la tercera... La suya fue un torbellino de vida.
-La relación de Guastavino con su hijo también juegan un papel destacado en su novela.
-Sí, reconstruir la relación entre padre e hijo fue uno de los aspectos más emocionantes. Estaba cansado de contar siempre grandes historias de amor en mis libros, y esta vez quería contar otra gran historia de amor pero entre un padre y un hijo. Creo que he llegado a entender muy bien la relación que tenían.
-¿Cómo fue su relación?
-Compleja pero apasionante. El hijo se dio a conocer haciendo la bóveda de San Juan El Divino, la mayor catedral católica del mundo y la obra que le propulsó a la fama. El padre también la alcanzó, pero no tan rápido ni con un alcance tan mediático. Los dos eran geniales y estaban archipreparados. También eran muy inestables afectivamente y llegaron a ser rivales en temas como quién hacía la cúpula más fina, o más grande, o cuál de ellos hacia la obra más importante... El padre siempre quiso controlar al hijo porque lo había creado como una obra más, pero el hijo quiso volar solo y resultó que era muy bueno y tenía mucho talento. Fue un conflicto muy interesante, que oscilaba entre pulsión creativa y la necesidad de supervivencia.
«Tener acceso a las cartas de Guastavino fue clave para retratar su faceta más personal»
-Su libro es también un lienzo que retrata toda una época. ¿Cómo ha conjugado ambos planteamientos?
-Me interesaba hacer un minucioso relato sobre la vida de esta pareja en un momento que representaba el nacimiento del mundo moderno. Ellos llegan a Nueva York en 1881, justo en la época que surge la ciudad que conocemos, en la que se empiezan a construir los primeros rascacielos y el 'skyline', cuando se inaugura el puente de Brooklyn, cuando se empieza a poner luz eléctrica en todas las calles. Fue un periodo apasionante.
-¿Cómo vivieron esa época los Guastavino?
-Los Guastavino estaban allí en primera fila buscando su oportunidad, aunque les costó mucho más de lo que pensaron. El padre se encontró con una serie de condicionantes muy difíciles, como el hecho de no poder aprender inglés, porque ya tenía 40 años. El que hablaba era su hijo, con diez años, al que llevaba a las grandes reuniones. Pese a todo insistió e insistió porque estaba convencido de su misión. Era un hombre poseído por su vocación, que se ponía a pensar y a diseñar sus proyectos y entraba en éxtasis. Para él su trabajo fue la manera de sobreponerse una cotidianidad en la que no hacía pie, porque tenía muchas carencias. Para todo lo que no fuera su trabajo era muy desordenado.
-¿En qué sentido?
-Sobre todo en lo doméstico. Tampoco gestionaba bien el dinero porque no le importaba nada, siempre pensaba que vendría y a veces no lo hacía, pero él lo gastaba igualmente. Con las mujeres también era muy errático. Buscaba una mujer como se buscaba en la época, para atender las tarea domésticas, pero al tiempo se aburría de ella y buscaba otra. El suyo es el retrato del hombre del siglo XIX.
-¿Cómo fue el éxito de los Guastavino en Estados Unidos?
-Alcanzaron un gran éxito pero de una forma un tanto dispar. Trataron a Nikola Tesla, a los Vanderbilt, a Thomas Edison, llevaron a Joaquín Sorolla a la exposición de Chicago de 1893, fueron a los memorables conciertos de Sarasate y Pau Casals... Pero también llegaron a tener que coger morralla del mercado de Manhattan y cocinar clandestinamente en su estudio tras tener que abandonar su apartamento. Su vida fue una auténtica montaña rusa.
«Se codeó con personajes como Nikola Tesla, Thomas Edison, Sorolla o Pau Casals»
-¿Cómo le ha afectado a usted la pandemia?
-El confinamiento me cogió ya con toda la documentación para el libro y pude concentrarme en escribir. Debemos mantener la esperanza porque la historia nos demuestra que las pandemias siempre acaban pasando, y que la vida vuelve entonces a ser como era antes.
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