Me parece que todo va deprisa, pese a ir despacio. Qué lejos quedan las calles
CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 67 ·
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CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 67 ·
Camino por el paseo marítimo. Llevaba casi dos meses sin andar así por la ciudad. Bordeo la bahía hasta llegar a las playas abiertas al mar Cantábrico. Hace sol, el aire está limpio y se ven con nitidez las montañas que me miran desde ... el otro lado. Ya navegan algunos veleros, hace unos meses salí en uno hasta la isla de Mouro. Me bajé del barco con la sensación de que aquello no era lo mío. En esta crisis ando un poco con esa misma sensación: esto no es lo mío, se mueve todo demasiado. Hay mucha gente paseando. Como en julio o agosto. Me parece que todo va deprisa, pese a ir despacio. Qué lejos quedan las calles sin nadie, aunque fue ayer. Es como si la vida siguiera pisando el acelerador a fondo en medio de esta crisis que nos obliga a parar. Han pasado demasiadas cosas en los últimos sesenta y siete días.
Me resulta imposible mantener la distancia de seguridad que se recomienda. Pasamos a escasos centímetros los unos de los otros, nos rozamos. No hay sitio para todos. Se me están quitando las ganas de volver a la ciudad. Prefiero una caminata por un sendero rural en el que no haya gente. Prefiero los espacios sin aglomeraciones para poder andar con la cara descubierta. Lo que más me gusta del paseo es que la carretera está cerrada al tráfico en Reina Victoria. Las bicicletas y los patinadores se deslizan despreocupados por el asfalto. Paseo con mascarilla, la mayor parte de la gente lo hace igual. No me acostumbro ni a llevarla ni al impacto estético de ver a las personas así, como con un bozal. Por muy necesaria que sea la medida acaba generando en mí la sensación de que todo es un poco siniestro. Me cruzo con un señor que lleva un pañuelo que tiene dibujada la sonrisa sangrienta de un payaso. Me veo reflejado en la ventanilla de una furgoneta. No me reconozco. Entre la mascarilla y las gafas de sol parezco un híbrido entre el hombre invisible y un atracador de bancos. Me llega un mensaje en el que me informan de que las mascarillas pasan a ser obligatorias. Me pregunto cómo será tomarse una caña o comer en un restaurante. Un amigo que tiene un bar me dice que él tampoco se lo imagina. Los expertos aseguran que estaremos meses o años de esta manera.
Supongo que cuando todo pase lo extraño será volver a ver las caras de los otros tras tanto ocultarlas. Es posible que cuando nos las podamos quitar nos sintamos al hacerlo un tanto desnudos. O quizás será todo más natural y nos desprenderemos de las mascarillas con la misma facilidad con la que nos quitamos la bufanda cuando se va el invierno.
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