Parece que nuestras vidas fueran más prescindibles, valiesen menos o apenas...
CUADERNO DE EXCEPCIÓN-DÍA 60 ·
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Mis padres, ahora que podemos visitar a los seres queridos, han venido a casa. Han preferido no entrar y hemos estado en el jardín, guardando esa distancia que se recomienda. Ha sido raro, algo parecido bailar: un pasito hacia delante y otro hacia ... detrás, un poco como jugar al tú la llevas. No han querido ni un café, creo que por miedo a tocar la taza. No va a ser fácil estar así mucho tiempo y no creo que nos acostumbremos. Ojalá que no. Sé que en la vida no se puede estar siempre a salvo, sé que estar a salvo es solo una ilusión, pero entiendo su prudencia y en esa prudencia quiero acompañarlos.
Me dice mi padre que nunca se ha sentido tan mayor como ahora, que escucha decir que el coronavirus afecta principalmente a los mayores, como si ese detalle quitase importancia a la enfermedad o hiciese menos dramático el número de personas que han muerto. Parece que nuestras vidas fueran más prescindibles, valiesen menos o apenas importasen, se lamenta. Creo que, al decir eso, hace diana. Comprendo esa indignación suya porque me parece que es verdad que los que somos jóvenes todavía (si es que camino de los cuarenta y cuatro años una persona se puede seguir considerando joven) miramos con cierto desdén la enfermedad porque las estadísticas dicen que nosotros, con el coronavirus, casi no nos morimos. Aunque a algunos les toque (sobre todo si tienen patologías previas, eso sí, que es ese el otro estigma de estos tiempos: cayó por defectuoso).
Pero pienso en mi vida, en mis últimos quince años y en todas las cosas que he vivido. Quince años es mucho tiempo. Yo, si tuviese más de setenta, no querría perderlos. Esos años serían oro puro y no me gustaría que la sociedad en la que vivo los menospreciara. Cuántos libros se pueden leer en quince años, cuántos paseos, cuántas conversaciones, cuánto todo. José Saramago conoció a Pilar del Río, el amor de su vida, cuando él tenía 65 años. Estuvieron juntos más de dos décadas que fueron, para el Premio Nobel de Literatura, las más plenas a nivel vital y literario de toda su existencia. A Pilar le dedicó la mayor parte de los libros que escribió en ese tiempo: 'Las intermitencias de la muerte', 'Ensayo sobre la lucidez', 'Historia del cerco de Lisboa', 'La Caverna', 'El evangelio según Jesucristo', 'Todos los nombres', 'Caín', 'El hombre duplicado' o 'El viaje del elefante'. Es el de Saramago un caso extraordinario, sí, pero sirve para recordar que la vida no termina aunque los años sean demasiados y el cuerpo languidezca. Lo escribo aquí porque no quiero olvidarlo.
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