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Taxistas, camareras de hotel, peluqueras… A nuestro alrededor diario hay personas susceptibles de ser agentes captadores de información para diversas organizaciones. Así lo explicó Carmen Posadas, que este lunes presentó en el Ateneo de Santander su última novela: 'Licencia para espiar'.
Acompañada por el ... presidente del Ateneo, Manuel Ángel Castañeda, el presidente de Editorial Cantabria, Luis Revenga y en diálogo con Javier Menéndez Llamazares y Sancho Michell, la escritora desgranó las curiosidades del oscuro y curioso mundo del espionaje, en el cual ha profundizado desde dos perspectivas complementarias.
La primera recupera capítulos de su propia biografía; como hija de diplomático, Posadas ha vivido en distintos países y sumado vivencias que no están al alcance de la mayoría de la población. Vivencias que incluyen ser espiados cuando en el año 1972 se trasladaron a Moscú, una etapa a la que le quitó mística: «Vivir en Rusia era como vivir en una novela de espías, pero no de James Bond, sino de Anacleto, agente secreto».
Allí aprendió que los teléfonos se pueden pinchar desde la compañía, en el cableado de la calle o en la casa. También que el agua de la ducha genera interferencias sonoras o que nunca hay que colocarse cerca de una ventana. De hecho, su hermana Dolores, «que hablaba muy bien ruso» tuvo la opción de convertirse en espía, algo aparentemente emocionante, que trasladado a la realidad «suponía pasarse horas y horas sentada en una mesa escuchando Radio Moscú».
Posadas también ha realizado una profunda investigación, en infinidad de obras «aburridísimas», bromeó. Encontró, en esa suma de documentos, que «era peligrosísimo no tener espías, porque el saber era y es poder». Así, reyes, nobles, políticos, sátrapas, poderosos, recurrían a sus servicios. Entre las espías a las que Posadas ha dado espacio en este volumen está Carmen Mercader, «una chica bien de Barcelona» que simpatizó con los grupos anarquistas de la ciudad y acabó educando a su hijo para asesinar a Trotski, meta que cumpliría. También Mata Hari «que era un absoluto desastre como espía» o personajes anónimos como las envenenadoras de la India, educadas desde niñas para tolerar el veneno y terminar asesinando con sus variedades. La autora hizo referencia a la llamada trampa de miel: «Las niñas eran secuestradas y educadas como geishas en las artes amatorias, pero también en el manejo de las armas y las escuchas». Una práctica con notables resultados: «El 70% de la información que China tiene de Estados Unidos en la actualidad, procede de este modelo de espionaje», indicó.
Posadas ha dedicado dos años a terminar este libro, que parte de la Biblia y llega hasta el presente «teniendo que recrear en cada época un lenguaje y un ambiente determinado, lo que ha sido muy laborioso». Ella, que se esfuerza cada mañana «casi con una pistola en la sien» en la labor de escribir y se considera escritora «ciega», porque se sienta ante el papel en blanco sin saber qué va a ocurrir, expuso su método: «De repente te llega una ideíta que puede ser una estupidez, pero quizá te lleva a algo». «Una frase –relató– un sueño, una idea que va creciendo de un punto a otro y al final salen cuatrocientas y pico páginas».
La autora, que llegó a Santander con retraso tras verse obligada a aterrizar en Bilbao debido al viento, contó con una sala llena y atenta a sus reflexiones, entre las que lamentó que hoy en día «importa más lo que dice una influencer que un medio de comunicación», y afirmó sentirse orgullosa de uno de sus proyectos más personales: la escuela de escritura. Posadas tiene previsto continuar con las presentaciones de 'Licencia para espiar', «al menos hasta el mes de mayo», antes de empezar a pensar en su próximo libro.
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