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Dice Elías León Siminiani (Santander, 1971) que un cortometraje «siempre es el hermano pequeño» cuando de cine se trata. Con su último trabajo, 'Arquitectura emocional, ... 1959', el director está nominado de nuevo a los Premios Goya, y van cuatro ocasiones. El galardón a su historia, en la que la configuración urbana se convierte en un personaje más de una trama con narrador, una mirada al pasado reciente, es una posibilidad que sería un «aliciente» para su próximo largo y que se presenta en una de las épocas de más trabajo que recuerda, enfrascado en el rodaje de una nueva serie, tras las exitosas 'El caso Alcásser' y '800 metros'.
-Espiga de Oro de la Seminci, Premio EFA Short Film Nominee Valladolid y nominación a los Goya. Su 'Arquitectura emocional, 1959' pinta positiva
-Ha tenido una salida fulgurante. Creo que tiene que ver con que esto del espacio y la arquitectura son dos cosas que nos llegan. A la gente le interesa y le hace gracia.
-Nos llega, pero ¿a veces nos fijamos poco en los lugares que habitamos hasta que alguien nos cuenta su historia?
-Sí, era un poco la idea. Es algo que me obsesiona. Empecé a interesarme por la arquitectura porque lo vi como una especie de pequeña rabieta para luchar contra la destrucción del paso del tiempo. Lo arquitectónico es lo que más sostiene el paso del tiempo. Esa idea de que los edificios encierran historia, que esa historia nos afecta y no tiene que ver con los vaivenes emocionales del ser humano me atrae mucho. Me da mucha solidez.
-En esa lucha contra el paso del tiempo, usted decide mirar hacia atrás
-Básicamente es explorar un lenguaje que quiero desarrollar en obras más largas: la idea de cómo hacer algo de época, pero sin los instrumentos habituales, que consisten en recrear. Intento jugar con el imaginario del espectador. Cuando oyes 1959, ¿en qué piensas? Quiero ir lanzando ganchos para que él complete esa reconstrucción de época que está más en su imaginación que en la pantalla. Hay una confianza en una especie de conciencia común.
-¿Es un imaginario que invita a utilizar la imaginación propia de cada espectador?
-Exacto. Hay un acto de tirarte a la piscina y decir: espero que tú te imagines lo que yo me imagino cuando lo escribo. Esto es algo que tiene que ver mucho con el nivel de producción. Es la estética de lo disponible; nunca he tenido grandes presupuestos para filmar y, de alguna manera, no quise que esto fuese un lastre. Intenté inventar opciones en las que la limitación fuese la forma adecuada para poder contar esto así. Me pasó en 'Mapa', en 'Apuntes para una película de atracos' y 'también lo he aplicado aquí. Pretende tener el enganche de la ficción, pero está hecho con materiales que no son los habituales.
-En su revisitación del pasado, plantea cómo a través de la arquitectura, clase social e ideología se convierten en obstáculos. ¿El tiempo ha cambiado esa realidad?
-El espacio y la arquitectura son uno de los mayores condicionantes de división social y sociológicos que existen. Me parece elocuente y fascinante. Hemos cruzado todos los procesos de globalidad, transnacionalidad y pensamos que el concepto de clase está superado, pero creo que no es así para nada.
-¿La idea del Barrio de Salamanca, por ejemplo, permanece?
-Eso es. Los barrios de cualquier extracción, los barrios dormitorio, los edificios sostenibles, los neorurales, la España vaciada... Hay una serie de conceptos que marcan la agenda mediática que tienen que ver con el espacio. La arquitectura es depositaria de muchos de los actantes de la sociedad y de las historias. Estamos acostumbrados a que en las películas, los escenarios sean el fondo. Yo quise que fueran la figura en primer término e invertir esto. Es un cambio de escala muy consciente.
-En ese condicionante que marca la arquitectura a las ciudades; ¿cree que el cambio de cara que afronta Santander en torno al arte, afectará al día a día de los ciudadanos?
-No sé si pueden suponerlo, pero tendría que suponerlo. Cuando se hace una intervención de alto nivel como el Centro Botín o la del edificio del Santander, se entra en el corazón de una ciudad y tiene que haber un planteamiento de lo que supondrá al ciudadano de a pie. Quiero creer que está sucediendo en Santander. Hay que tenerlo en cuenta con eso o con elementos más pequeños como las escaleras mecánicas, que son clave, por ejemplo. Yo voy a la Filmoteca con mi madre que tiene 80 años y ahora puede ir tres veces más. Lo macro y lo micro deben tener atención en la construcción de los espacios.
-Dice que la relación entre palabra e imagen en el cine documental se tiene que retroalimentar en lugar de sospechar. ¿Es difícil encontrar ese diálogo?
-Es como tocar un instrumento: requiere de mucha práctica. Ir desarrollando una cierta intuición de cuándo hablar, de cuándo callar y de cómo las palabras pueden ser un cincel para callar la imagen. Poner de relieve cosas que están un poco soterradas. Cuanto más tiempo pasa, más se afina tu mirada. La palabra es un instrumento dentro del audiovisual.
-Con la práctica ha llegado a la cuarta nominación a los Goya. ¿Hay nervios, ganas, miedo?
-Nunca lo he ganado, así que nervios los justos, porque ya he estado otras veces así. Ganas hay muchas. Los cortos nominados están muy bien, hay buen nivel. E ilusión porque es la semilla para un proyecto más grande para el que el Goya sería un respaldo importante. He estado nominado dos veces por corto de ficción y dos veces largo documental. Es un reflejo de cómo es mi carrera; un medio camino entre ambas.
-¿Y quiere afianzar ese camino hacia alguno de los lados?
-Yo empecé haciendo ficción, luego pasé al documental y ahora estoy haciendo una vuelta a la ficción muy parabólica. Quiero creer que algo de ese contacto con la realidad quedará como sustrato.
-Decía Fisac que el hormigón es el material de nuestro tiempo. ¿Cuál es el material de nuestro tiempo si hablamos de cine?
-Uy, es una muy buena pregunta. Te diría que el material de nuestro tiempo es lo digital, aunque debería ser el ser humano otra vez. Pero está bastante perdido en la macroconstrucción de lo digital.
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