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Esta tarde a las 19.30 horas en el Ateneo, el escritor Gabriel Rodríguez Pascual presenta su primera novela, 'El dolor de Laocoonte', publicada por la editorial cántabra Valnera, en un nuevo acto del Aula de Cultura del Diario Montañés. Doctor en Ciencias de la ... Información, y titulado también en arquitectura y pedagogía, Rodríguez Pascual nació en Madrid en 1949, aunque lleva media vida vinculado a Cantabria, donde ha ejercido la docencia durante décadas, además de desarrollar una intensa actividad cultural, como ensayista especializado en arte y creatividad, como crítico de arte –ha colaborado en El Diario Montañés y en ABC, entre otros medios–, y también como artista plástico: en 1983 obtuvo el premio Goya de Pintura del Ayuntamiento de Madrid, y su obra está expuesta en varios museos. Como autor ha publicado 'El territorio de la escultura actual' (1992), 'Una teoría de la actividad creativa' (1995) –Premio Nacional de Ensayo de la Junta de Extremadura–, 'La escultura en Cantabria' (2000), 'El arco creativo' (2005) y 'El color de la parte obscura' (2011). 'El dolor de Laocoonte' es su primera obra de ficción y nos traslada al Madrid de los años sesenta, donde la familia de un adolescente con brotes psicóticos no va a encontrar otra solución que internarlo en un centro psiquiátrico, a sabiendas de que su hijo nunca se lo perdonará.
–Su protagonista, José María, está «lleno de violencia y dulzura». ¿Es posible esa coexistencia pacífica?
–No, es un personaje atormentado que tiene una fuerte tendencia a buscar la belleza en la naturaleza, en los animales, que tiene un intenso pensamiento metafórico, poético, pero que está atado a fuertes complejos de culpa que proceden de la envidia y de la sexualidad.
–¿Cómo describiría a su personaje? ¿Era necesario 'diagnosticarle'?
–En esos años muchas veces no había diagnóstico de los enfermos mentales, mientras que la esquizofrenia era algo parecido a un cajón de sastre donde cabía cualquier cosa que no se ajustara a lo normativo.
–La locura no parece gustarnos demasiado. Se diría que preferimos esconderla, bien en sanatorio siniestros, o tras un manto de silencio. Hablar de salud mental sigue siendo un tabú…
–En la novela, es uno de los temas centrales. De hecho, hay dos capítulos que se titulan 'Clandestinidad I' y 'Clandestinidad II', la reacción de la familia por negar o esconder lo que está pasando. Esto es importante, plantearse si la enfermedad mental es un problema individual o familiar, si está involucrada toda la familia, el entorno cercano, ver cómo el desequilibrio en una parte puede desencadenar el de la otra.
–¿Hay algún poso de realidad en la historia de su novela?
–Sin duda, creo que una de las cosas que más sorprende en ella es que el lector puede comprobar que, incluso las situaciones que parecen más increíbles, son reales. Uno de los retos ha sido hacerlas verosímiles al narrarlas. Para conseguirlo he seguido una técnica que es coherente con la teoría de la forma de conocimiento por medio de imágenes que tienen los protagonistas, lo que llaman la 'especitis': es una novela en la que se cuenta todo por medio de imágenes.
–Cuando escribió su ensayo sobre creatividad y delito visitó cárceles; ¿en esta ocasión cómo se ha documentado?
–He intentado documentarme desde dentro, desde la experiencia de los enfermos, la visita a los sanatorios psiquiátricos, la información que facilitan los supervivientes. Hay mucha información de los enfermos. También de textos escritos desde dentro, como las 'Memorias de abajo' de Leonora Carrington, o 'El almuerzo desnudo' de William Burroughs o las novelas de la australiana Janet Frame. Y me han interesado mucho las teorías de la psicoanalista Melanie Klein sobre la envidia y el origen del mal.
–¿Cómo fue posible que la psiquiatría del siglo XX se convirtiera casi en el arte de la tortura?
–No tenía medios para afrontar un problema tremendo, que les superaba. Observaron, por ejemplo, que cuando un enfermo cogía la gripe o una infección de fiebre muy alta mejoraba rápidamente de su psicosis. De ahí la invención de la piretoterapia, las inyecciones de aguarrás o la inoculación de malaria. Hacían lo que podían. Ha habido cambios espectaculares en poco tiempo.
–Para contar esta historia ha elegido una estructura singular, polifónica y fragmentaria. ¿Tan compleja es la realidad para precisar de varios puntos de vista?
–Era necesario para darle credibilidad, superar el reto de entrar en la mente del enfermo, ver las situaciones desde el punto de vista del perturbado y desde el entorno perturbador.
–Como en la escultura a la que alude en el título, el sufrimiento, puede llegar a fascinarnos. ¿Es un fallo de serie humano?
–Creo que es la necesidad de conocer lo que está en el límite, acercarse a la frontera de lo inexpresable. Por eso la novela tiene que ser necesariamente dura, no podemos quedarnos en las medias tintas.
–¿Por qué un clásico griego para hablar de los años sesenta españoles?
–El título, 'El dolor de Laocoonte' hace referencia al momento en el que el protagonista parece luchar contra las fuerzas enviadas por la gran autoridad o por los dioses, y a las posturas extremadamente retorcidas de la lucha. Laocoonte tiene una de las expresiones de dolor más famosas de la historia del arte. Parece luchar, más que contra las serpientes, contra sí mismo.
–«Así se hacían las cosas en los años sesenta», asegura al principio de la novela. ¿No habíamos quedado en que esa década era la de la España feliz y yeyé?
–Bueno, una cosa era la propaganda desarrollista y otra la realidad profunda. Había de todo, el dolor en el paraíso.
–Durante muchos años ha investigado sobre la creatividad pero, esta es su primera obra de ficción publicada. ¿Es lo mismo predicar que dar trigo?
–Creo que la creatividad es una capacidad que se puede aplicar en ámbitos diversos, en la pintura, en la crítica de arte, en los trabajos teóricos o en la literatura.
–Asegura que el oficio lo aprendió leyendo a Shakespeare, Dostoievski y Tolstoi. ¿A escribir se aprende leyendo?
–Sin duda y, sobre todo, leyendo muy joven. Creo que tu voz interior va aceptando las estructuras de las frases, las formas de las descripciones, la entidad de los personajes.
–¿En qué trabaja ahora?
–Estoy escribiendo el texto para un libro ilustrado que me ha encargado el editor sevillano Pedro Tabernero. Y trabajando, estudiando sobre la forma de conocer en imágenes de los animales, en particular de los antropoides.
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