Pensé, entonces, en las interminables noches de todos los ancianos aislados
CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 80 ·
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CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 80 ·
Lo bueno de permanecer una noche en vela es que el que permanece despierto puede asomarse a los secretos de la noche. Tal vez sea la única ventaja de ese suplicio de querer dormir y no poder. No padezco de insomnio pero algunas veces, ... pocas, he sido incapaz de conciliar el sueño y he atravesado despierto esa oscuridad, esa pequeña muerte que se ensaya cada vez que finaliza un día. Anoche, en un despliegue de desorganización, regué el pequeño jardín casi a las dos de la mañana y me duché a las tres para quitarme de encima el salitre de un mar en el que me había sumergido por la tarde. Con la ducha me despejé, así que me puse a leer hasta las cuatro saltando de libro en libro sin quedarme del todo en ninguno. Apagué entonces la luz de la mesilla y abrí la ventana. Duermo con ella abierta siempre que puedo porque siento que el aire me llega más limpio y que descanso mejor sin esa atmósfera cargada de lo que está cerrado. Afuera ladraban los perros, que parecían los únicos animales que seguían, junto a los insomnes, despiertos. Creo que aprovechan que todo está callado para comunicarse de finca a finca, de patio a patio, de jardín a jardín. Normalmente, cuando no puedo dormir, es porque algo ladra dentro de mi mente. Anoche no. Anoche simplemente no pude hacerlo de puro cansancio, era un cansancio viejo que iba más allá de las fatigas acumuladas del día. Ayudó también a que permaneciera despierto un mosquito. Me susurraba cosas al oído. Lancé manotazos al aire. Me tapé con la sábana.
Pensé varias veces en levantarme para poner la mosquitera que cuelga del techo y con la que rodeo la cama algunas veces para dormir a salvo. Me dio pereza hacerlo y el mosquito siguió con su trabajo eficiente y regular para que permaneciera despierto pero sin llegar a molestarme demasiado. Mi perro acercó su hocico a mi nariz a las cinco. Es mayor y a veces necesita salir a la calle en medio de la noche. Salimos juntos. A esa hora comenzaron a cantar los pájaros, como si pudieran intuir que el día estaba llegando y lo celebraran así. Volví a la cama y me levanté antes de las siete, cuando llegó la claridad. Pensé, entonces, en las interminables noches de todos los ancianos aislados en las residencias en estos dos meses de confinamiento, pensé en los ojos abiertos de los pacientes insomnes y enfermos, con coronavirus o sin él, en las aburridas habitaciones de hospital o rodeados de tubos y máquinas en las Unidades de Cuidados Intensivos. Y di gracias por la inmensa fortuna de que sean así de plácidas mis peores noches.
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