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Pensé, entonces, en las interminables noches de todos los ancianos aislados

Pensé, entonces, en las interminables noches de todos los ancianos aislados

CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 80 ·

Marcos Díez

Santander

Martes, 2 de junio 2020, 07:19

Lo bueno de permanecer una noche en vela es que el que permanece despierto puede asomarse a los secretos de la noche. Tal vez sea la única ventaja de ese suplicio de querer dormir y no poder. No padezco de insomnio pero algunas veces, ... pocas, he sido incapaz de conciliar el sueño y he atravesado despierto esa oscuridad, esa pequeña muerte que se ensaya cada vez que finaliza un día. Anoche, en un despliegue de desorganización, regué el pequeño jardín casi a las dos de la mañana y me duché a las tres para quitarme de encima el salitre de un mar en el que me había sumergido por la tarde. Con la ducha me despejé, así que me puse a leer hasta las cuatro saltando de libro en libro sin quedarme del todo en ninguno. Apagué entonces la luz de la mesilla y abrí la ventana. Duermo con ella abierta siempre que puedo porque siento que el aire me llega más limpio y que descanso mejor sin esa atmósfera cargada de lo que está cerrado. Afuera ladraban los perros, que parecían los únicos animales que seguían, junto a los insomnes, despiertos. Creo que aprovechan que todo está callado para comunicarse de finca a finca, de patio a patio, de jardín a jardín. Normalmente, cuando no puedo dormir, es porque algo ladra dentro de mi mente. Anoche no. Anoche simplemente no pude hacerlo de puro cansancio, era un cansancio viejo que iba más allá de las fatigas acumuladas del día. Ayudó también a que permaneciera despierto un mosquito. Me susurraba cosas al oído. Lancé manotazos al aire. Me tapé con la sábana.

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