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Su nombre está asociado a la excelencia en investigación. Carlos López-Otín (Sabiñánigo, 1957), catedrático en biología molecular, ha descubierto e investigado más de 60 nuevos genes humanos asociados a enfermedades como el cáncer. Dirige equipos, divulga y también escribe. Este lunes (19.30 horas) ... presentará en el Aula de Cultura de El Diario Montañés su último libro: 'La levedad de las libélulas'.
–¿Cómo se presenta a sí mismo una figura de la bioquímica y la biología molecular en un espacio como este Aula de Cultura?
–Acudo al Aula de Cultura como un científico que he dedicado mi vida entera a buscar las claves de la salud, del envejecimiento y de enfermedades tan frecuentes como el cáncer o tan minoritarias como la progeria. Además, acudo como un escritor que en los últimos años he buscado en la literatura una manera de compartir lo que he aprendido en mi viaje interminable al centro del conocimiento sobre los secretos moleculares de la vida.
–¿En qué estaciones hace parada este «viaje al centro de la salud» que plantea en su libro?
–'La levedad de las libélulas' es una metáfora acerca de nuestra fragilidad y vulnerabilidad. El libro busca reflexionar acerca de la salud como un don tan provisional como excepcional que va mucho más allá de la mera ausencia de enfermedad. El lector va aprendiendo a medida que avanza por las páginas del libro que la salud es el silencio, la armonía y la sabiduría del cuerpo, hasta llegar a la última parada del largo viaje en la que se aborda una grave cuestión actual: la salud mental. En los capítulos finales se discuten las claves de la epidemia de soledad, ansiedad y tristeza que se extiende por nuestro planeta y se ofrecen algunas propuestas para tratar de impedir su avance.
–¿Estamos en un momento de la historia en que tenemos cuerpos perfectos y mentes enfermas?
–Muy bonita tu reflexión y muy adecuada como resumen social actual. Sin embargo, no olvidemos que los cuerpos perfectos esconden u ocultan imperfecciones muy notables, que están en el origen de las enfermedades que nos acompañan y que siempre estarán entre nosotros pues forman parte de nuestro legado evolutivo. No creo en la perfección, al revés, me gusta explicar a mis alumnos que si la perfección biológica hubiera existido en el amanecer de la vida hace 3.800 millones de años, hoy seguiríamos siendo bacterias.
–El filósofo Jean-Luc Nancy sostenía que no tenemos un cuerpo, sino que más bien lo somos. ¿Somos o tenemos?
–Para mí, la verdad está en ser, siempre ser por encima de tener, en todo, en cada cosa de la vida, tanto en lo más personal como en lo más universal. Pensar, sentir y ser es para mí una hendiatris vital, un auténtico mantra cotidiano.
–¿Qué responsabilidad tienen los medios en una correcta difusión de los conceptos asociados a medicina y enfermedad?
–Enorme responsabilidad, pero he de decir que en los medios escritos y audiovisuales se ha avanzado notablemente en la presentación rigurosa de los conceptos esenciales relacionados con la salud y su mantenimiento. Ojalá se siga el mismo camino de evolución hacia el rigor y la seriedad en el ámbito de las redes sociales, en las que de manera muy frecuente y preocupante se siguen difundiendo ideas manifiestamente incorrectas y carentes de cualquier fundamento médico o científico.
–¿La enfermedad también tiene clase social?
–Así es, en el libro se dedica un capítulo entero a exponer la idea de que la salud es también el fruto de la equidad social. No deja de sorprenderme que sigamos sin avanzar de manera comprometida en corregir, o al menos aliviar, estos desequilibrios. Un ejemplo muy obvio es el de la alimentación ya que tenemos la certeza de que la malnutrición adelgaza el deseo de alcanzar una buena salud, pero al mismo tiempo alimenta las enfermedades de la desigualdad social. Estos males afectan fundamentalmente a quienes no pueden escoger su dieta y se ven obligados a afrontar dilemas tan injustos e insanos como el de decidir entre obesidad o hambre.
–Una sociedad que se convierte en adicta a un aspecto juvenil, ¿cómo evoluciona hacia la imparable tercera edad?
–Para convertir la adicción a la imagen en adicción a la salud no hay que perder ni una sola oportunidad de hacer pedagogía. La educación es mi última esperanza para progresar hacia la construcción de un mundo más sano y más justo. Hay que entender que el envejecimiento es un proceso biológico natural que a todos nos alcanza y a todos nos iguala, incluso a los que poseen todo menos el control del tiempo.
–En su trabajo 'Las características del envejecimiento' indica que puede compartir orígenes con el cáncer, al que también dedicó un libro, a pesar de parecer procesos opuestos.
–Nuestros muchos años de estudios sobre las claves moleculares y celulares del cáncer y del envejecimiento nos han llevado a concluir que ambos procesos comparten mecanismos que están en el origen de su desarrollo. Uno de ellos es la inestabilidad o el daño en el genoma de nuestras células, algo que se exacerba con el paso del tiempo. Sin embargo, dependiendo de su magnitud y sus dianas, las consecuencias de estas mutaciones acumuladas con la edad pueden ser muy diferentes. Algunas provocan la transformación de nuestras células en entidades egoístas, inmortales y viajeras (precisamente este es el título del libro que mencionas) y generan tumores malignos. Por el contrario, algunos daños desencadenan un proceso llamado senescencia celular que está en el origen del envejecimiento. En suma, orígenes comunes, destinos diferentes, como nuestras propias vidas.
–Cuando menciona las nuevas y reveladoras perspectivas de sus estudios recientes, ¿a qué se refiere?
–'La levedad de las libélulas resume algunos trabajos científicos muy recientes, de este mismo año y realizados en París junto con mi gran amigo Guido Kroemer, en el que demostramos que la adaptación psicosocial es una clave esencial de la salud humana. El análisis de los mecanismos que subyacen a las alteraciones provocadas por la inadaptación al mundo cotidiano en el que vivimos, nos ha permitido concluir que la salud física y la salud mental son en realidad componentes indisociables de una misma ecuación, y avalar la idea de que la salud es una forma muy especial de cultura, la cultura de la vida.
–Seguir encontrando esos avances, ¿es lo que da sentido a su trabajo?
–El sentido de mi vida sigue siendo «conocer para curar» que es el resumen de mi afán por tratar de contribuir de la mejor manera que me sea posible o accesible, a que la sociedad en su conjunto pueda mejorar su salud. No espero grandes prodigios, pero si avances continuos en el tratamiento de las enfermedades que hoy nos abruman. Tengo muy claro que el verdadero privilegio es vivir tanto, lo asombroso no es envejecer sino sobrevivir pues en realidad, somos un auténtico milagro molecular cotidiano.
–Esteban Fernández Hinojosa, doctor y también escritor, sostiene que definir la enfermedad a partir sólo de propiedades biológicas no es posible. ¿Comparte esta visión?
–Absolutamente, nuestro primer intento de definir las claves moleculares y celulares de la salud, publicado en la revista Cell en 2021, recogió un total de ocho factores que determinan el bienestar físico. Este artículo sirvió para crear un nuevo marco de pensamiento en torno a la salud como propiedad emergente que va mucho más allá de la ausencia de enfermedad, pero para nosotros no fue suficiente pues necesitábamos incorporar a la ecuación los componentes sociales y emocionales, algo que hemos completado recientemente con la inclusión de la idea que he mencionado antes acerca de la adaptación psicosocial como clave fundamental de la salud humana.
–Cuando, como es su caso, se dedica una carrera profesional a estudiar el envejecimiento, ¿se vive con más prisa?
–Nunca viví con prisa, muchas veces cuando se presentan ante mí problemas propios o ajenos que parecen de difícil solución, me recuerdo que «urge esperar». Cierro los ojos, pienso y después estudio o trabajo para procurar encontrar las respuestas que creo que pueden ser las más adecuadas.
–478 publicaciones y 111,371 citas sobre su trabajo. Habla y hablan de usted.
–Gracias por recordar estos números que me llenan de orgullo y gratitud a todos los que me han ayudado a construir estos artículos que han servido para «convertir la palabra en la materia». De alguna manera son la cuenta de resultados de una vida dedicada al estudio, la investigación y la enseñanza.
–¿Qué lee un investigador?
–En mi caso leo de todo, pero no es lo habitual. Por supuesto leo las revistas científicas, antes de manera omnívora, ahora de una manera mucho más selectiva, pues el mundo editorial científico ha sucumbido a muchos de los males de la modernidad. Mis lecturas favoritas son ensayos que alimenten mi incansable curiosidad intelectual y poesía que nutra mi necesidad de aliento emocional.
–Si le pido que haga una trilogía de cosas fundamentales en la vida para alcanzar el equilibrio, ¿cuáles elegiría?
–Silencio, austeridad y altruismo.
-Ha recibido multitud de premios internacionales, pero ¿tener una plaza con su nombre en su ciudad es uno de sus grandes éxitos?
-El mejor premio que un profesor puede recibir es el de contar con el aprecio de sus alumnos y discípulos, algo que me ha llegado con maravillosa nitidez incluso en los tiempos de la adversidad y el ruido. Además, he sentido muy de cerca el impresionante afecto que me ha regalado la gente normal, los que viven su vida cotidiana con discreción, sencillez y sabiduría, y que para mí son los verdaderos representantes de la sociedad en la que vivimos. Estos días, en la presentación del libro en lugares muy distintos he quedado anonadado y conmovido al comprobar que varios centenares de personas no han podido acceder por falta de espacio suficiente a las salas a las que habían acudido a escucharme. Todos ellos son los que han sabido enseñarme de la mejor manera posible que mi vida ha tenido sentido.
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