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«No se te ocurra morirte, no ha llegado tu hora. Aguanta». José María Pérez 'Peridis' (Cabezón de Liébana, 1941) se lo repetía en el hospital. Con 78 años, operado del corazón y hundido por la pérdida de su hijo Froilán, el coronavirus le golpeó ... cuando debía presentar 'El corazón con que vivo', ganadora del premio Espasa de novela en febrero. El decano de los viñetistas habla en su cuarta novela de convivencia y generosidad en tiempos duros, algo que se ha tornado de plena actualidad.
-¿Cómo se encuentra?
-Si dijera que en plena forma sería una exageración. Pero lo digo.
-Pasó por una situación durísima. Perdió a su hijo primero y luego se contagió de la Covid-19.
-No han sido buenos tiempos. Pero a mal tiempo buena cara. Perder a un hijo es terrible. Escribir la novela me ayudó mucho. Fue como aferrarse a un tronco en medio del oleaje o de un río desbordado, y no me solté en los nueve meses de escritura. Me permitió vencer al sufrimiento y al dolor que llevaré conmigo siempre. Estoy sentado en la silla de mi hijo, en la mesa en la que dibujaba con su foto delante. Mi obligación es seguir viviendo y él vive en mí como en mi novela y mis recuerdos.
-¿Es más optimista tras haber mirado a la muerte de cara?
-La he mirado de reojo. No estuve en la UCI y la enfermadad se paró a tiempo. Soy vitalista. Mi máxima es vivir a toda costa, con dignidad y haciendo lo que me gusta. Me agarro a la vida en las peores circunstancias.
-La novela habla de convivencias rotas y parece que la confrontación vuelve.
-La herida de la guerra no se ha cerrado. Hace falta más convivencia, pero es verdad que tenemos menos que en febrero. Es una pena.
-Pensamos que la pandemia sacaría lo mejor y reaparece la España machadiana y goyesca, la partida en dos y la que se da de garrotazos.
-Es lo que se ve por arriba. Pero la gente no es así. Se alimenta artificialmente una tensión que no es real. Quieren hacer noticia en eso, pero la gente no está por la pelea. Está por el acuerdo y el entendimiento. Hay un enorme problema sobre la mesa y se resume en salud y trabajo. Esa es la demanda cívica que deben atender los políticos. A un gobierno se le derriba cuando se puede, pero no se le derriba a toda costa y en mitad de la tempestad.
-¿Los políticos se comportan más como enemigos que como adversarios?
-Es lo que expresa la novela. Cómo la guerra convierte a vecinos, compañeros, colegas y socios en enemigos. Es terrible. En política hace falta el adversario. No se puede jugar al fútbol once contra nadie. Se juega once contra once, pero no son enemigos, por más que los entrenadores y los hinchas calienten el ambiente y exciten las pasiones más bajas, incluso en los partidos infantiles. No se dan las circunstancias de un enfrentamiento civil, ni de lejos. Pero el político calienta la atmósfera innecesariamente.
-¿Nos libraremos del gen cainita que parece estar en nuestro ADN?
-Está. Los extranjeros dicen que somos muy intensos cuando vienen aquí. Pero ese apasionamiento ahora no ha lugar. Se trata de salvar vidas y trabajos, insisto. No hay otra cosa. Que nadie nos venga con cuentos.
-Protagonizan la novela un médico falangista y otro republicano. Uno le salvó la vida de niño, y ahora los médicos son de nuevo los héroes.
-Cuenta una historia ocurrida poco antes de que yo naciera que afecto a mis médicos, uno de los cuales me salvó con una transfusión. El 36 les convierte en enemigos. Se preguntan cómo convivir tras la guerra. Cómo mantener la dignidad y la honestidad. Es una novela de vidas, no de guerra. Está en el borde de la guerra y la posguerra, y habla de gente arrastrada por la contienda que se plantea cómo convivirán mañana. Hay otro médico encarcelado, que se llama Germán Blanco, que recuerda al abuelo de Pablo Casado. Condenado a cadena perpetua, era capaz de operar con la tapa de una lata de sardinas que afilaba como un bisturí. La cárcel estaba llena de tuberculosos. Allí estuvieron Miguel Hernández, Buero Vallejo y Pepe Hierro. Soportó cuatro años de confinamiento y no salió resentido. Mantuvo sus convicciones y ayudó a la gente. Es un ejemplo de abnegación como los que vemos en la cuarentena. Luego fue una eminencia en Palencia.
-¿Debemos aprender a vivir con nuestros enemigos?
-Debemos dejar de verlos como enemigos. Verlos como adversarios o compatriotas que piensan de otra manera.
-¿Aprenderemos algo de esta situación?
-Necesariamente. Por primera vez comprobamos el alcance del efecto mariposa, más bien del efecto avispa asiática. El bicho puede volver a picarnos en cualquier momento.
-Estuvo sin dibujar una semana, ¿una eternidad?
-En 44 años no había fallado más que algún día. He mandado la tira desde Egipto, desde Turquía y por los medios más inesperados antes del fax. Desde Cataluña la he enviado rogándole a conductores particulares que se la entregara a un taxista en Madrid. Llegaron siempre.
-¿A qué se aferró en los momentos más duros de la hospitalización?
-A la música. A lo más sublime de Bach, las 'Partitas' o las 'Variaciones Goldberg', qué son un bálsamo.
-¿Está terminada la monumental enciclopedia del románico que coordina?
-Está totalmente documentada. Queda la impresión de los tomos de Lérida y Gerona. Y en digital está también. Es ciclópea. Recoge 9.000 testimonios en cerca de setena tomos de unas 600 páginas de media y con los dibujos de todos los monumentos. Es lo más completo que se ha hecho nunca.
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