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Reflexiona quitándose de encima lo trascendente. Define y visualiza las cosas despojándose de etiquetas. A veces habla como un adulto aniñado que le otorga cierta inocencia e ingenuidad a su mirada sobre el mundo; y otras, de pronto, en arrebato, asoma el creador deslumbrado por ... una idea, o entregado a una declaración apasionada, inabarcable y discursiva. Calificar a Javier Mariscal (Valencia, 1950) es absurdo. Porque tras el dibujante gráfico, diseñador, artista, dibujante de cómics, realizador audiovisual, y tras su apelación a todo tipo de disciplinas, prima el creador que huye de compartimentos y encasillamientos. El valenciano afincado en Barcelona, dejará su huella gráfica en el Palacete del Embarcadero, desde el próximo martes y hasta septiembre, al presentar su visión de Santander y su entorno de la bahía, en el 150 aniversario del Puerto, en una cita organizada por la Autoridad Portuaria y el Archivo Lafuente.
–¿Qué Mariscal veremos en Santander?
–Más que a Mariscal vamos a ver una celebración de los 150 años del Puerto de Santander. De alguna manera he tratado de hacer una reflexión para dar prioridad a la gente de la ciudad y de su entorno –nunca he pensado en turistas y en una visión desde fuera– en esa gente que vive sobre todo en el cinturón de la bahía. Y he estudiado todo lo que implica. Me interesa la geografía, el ambiente, las peculiaridades de la zona y trato de resaltar que el puerto es antes que la ciudad, que la misma bahía ya estaba diciendo en voz alta que es un buen refugio. No hay más que ver también las rías de Astillero y de Cubas. Y destaco esa especie de Cabo Cañaveral histórico que ha supuesto la zona en la construcción y en la salida de barcos. Uno se imagina que ya cuando estaba el habitante de Altamira esta geografía de la bahía, del puerto, era un lugar de recogimiento, y uno de esos tatatatarabuelos nuestros echaba mano de un tronco y atravesaba la bahía de un lado a otro. Además, todo tiene una biodiversidad espectacular.
–¿Y el proceso?
–A partir de ahí pensé ya que si vamos a celebrar este aniversario y que lo hacemos en un lugar como el Palacete, un edificio muy claro de planta singular, pues debía ponerme en el centro de la bahía y dibujar todo lo que veía. Al fondo coloco la Península de la Magdalena, y al puerto, con el aeropuerto, al otro lado. En realidad es una reflexión sobre esta geografía y esta ciudad, lo que permite jugar, por ejemplo, a situar localizaciones.... Reconocer sitios, hacerse una foto tal vez pero sobre todo dejar claro y provocar una pregunta: ¿Nos damos cuenta realmente de qué lugar tan maravilloso tenemos? Hay que cuidarlo y darse cuenta de verdad de lo que tenemos. Cuanto más te metes en ese entorno, más te fascina. Somos depredadores pero sí puede decirse que está todo bastante bien conservado; sobre todo si se compara con lo que tenemos aquí en el Levante, en el que en cuanto ven una zona atractiva, dicen, pues vamos a hacer mil o tres mil hoteles y lo llenamos todo. Y, sin embargo, allí (por Santander) todo aún conserva esa mezcla de lo salvaje y lo urbano en muchas zonas, o la del propio Sardinero con sus contrastes. Lo he pasado muy bien haciendo este proyecto. Y no creo que tenga más valor que el de una invitación reflexiva a ir nombrando las cosas y reconocerlas.
–Una parte de su colección se integró hace tres años en el Archivo Lafuente. ¿Se planteó exponer parte de esos fondos?
–Sí, se habló de ello, pero le dije a José María que la ocasión era aprovechar el aniversario del Puerto, reflexionar sobre el territorio y sobre quiénes somos. Me gusta siempre pensar en el hombre cuando era cazador y recolector. Y esa idea es la que ha estado presente en este proyecto. Al ver el entorno he pensado en esos antepasados que llegaban a la bahía y se ponían todos ciegos de marisco y de pescado. Lo mismo sucede cuando descubres La Habana y piensas en cómo era vacía, antes de convertirse en otra cosa con la mirada exterior, la de los europeos.
–¿Qué opina del Archivo Lafuente?
–Desde la sociedad civil afrontar un proyecto como el suyo sin ningún tipo de apoyo ni subvenciones ya es loable. No es el típico empresario que le ha ido bien, en este caso con los quesos, y que lo normal es que se comprara un Ferrari o un yate, a ser posible más grande que el del otro empresario dedicado a la espaguettis. No. Este señor ha tenido la delicadeza, según mi visión que es la de alguien que se dedica a la comunicación visual, la cultura, o las artes, de destinar sus inquietudes a comprar, guardar, coleccionar algo que los museos no tienen muy en cuenta: los procesos creativos, los impresos, los archivos más personales. Tiene cosas maravillosas y ayudan a entender mucho mejor la obra de tal o cual artista, como esa parte de las vanguardias rusas o carteles o revistas de la que solo se hicieron dos o tres números. Cuando veo todo eso junto, me emociono siempre. Yo me fui de Valencia a Barcelona porque olía a imprenta. El Archivo Lafuente lo valoro mucho porque me importa lo impreso y yo me considero más una persona de quiosco, que de museo.
–¿Y la persona?
–Lo de Lafuente tiene mucho valor, mucho olfato. Es simpática esa idea del original desarrollada además desde el rigor y por un autodidacta. Y cuando lo conoces, ves también que la persona y la colección se mezclan mucho. Un buenísimo ejemplo a seguir. Ya me gustaría que en Galicia un empresario que hace mucho dinero vendiendo ropa, hiciera cosas parecidas.
–Cuando mira atrás, sin nostalgia, ¿cómo ha evolucionado Mariscal, siempre autoexigente?
–Como cualquier persona vas evolucionando según los trabajos, la vida, los hijos que tienes, la vida familiar, los amigos...He tenido la suerte ahora, por ejemplo, de afrontar el nuevo proyecto con mi amigo Fernando Trueba: ese documental animado que estamos a punto de acabar. Creo que en septiembre estará listo, tras tres años de monotema. Sobre todo porque ha sido muy difícil desde el punto de vista de la financiación. Es una película que habla sobre todo del alma de Brasil y era imposible conseguir dinero allí estando Bolsonaro. Vamos a presentarla, 'They Shot the Piano Player', en algún festival, y espero que pueda verse en gran pantalla. Es un poco bicho raro porque es animación para adultos, documental y, a través de la bossa nova, explicamos qué pasó con un gran pianista de Río de Janeiro, Tenório Jr., que desapareció en Buenos Aires. Fernando podría ser catedrático, es alguien muy didáctico y es un lujo trabajar con él.
–¿Y se habrá complicado porque usted es perfeccionista?
– Cualquiera de los que nos dedicamos a esto tratamos de hacerlo lo mejor posible y una película busca sobre todo ser vista y que sea lo mejor posible. Y en este caso tiene una banda sonora que Fernando maneja muy bien.
–¿Está viviendo Mariscal una etapa de mayor vitalidad creativa?
–Parece que habla del papa. Yo voy haciendo y no me fijo mucho en eso. Ahora me encargaron lo de Santander y estoy encantado de haberlo hecho. Quizás lo mío es muy naif y otros hubieran hecho algo muy conceptual pero he estado dibujando horas y horas como un niño pequeño, y no sabría hacerlo de otra manera. Soy muy crítico con que hago. Me lo paso muy bien pero no he hecho la capilla sixtina. Hace poco me pidieron un mapa muy grande de todo Galicia para unas bodegas e investigué muy bien los rincones que hay fuera de lo turístico. No nos damos cuenta de la riqueza que hay en este país. Una diversidad bestial, entre Andalucía y Cantabria por ejemplo. ¡Pero si en las playas hay vacas!
–¿Y qué reivindica?
–Me pone muy triste que la gente proteste cuando deberíamos dar las gracias todos los días a Luther King, a las sufragistas, a todos los que lucharon por los derechos humanos, a quienes se opusieron a la pena de muerte, a quienes lucharon para que nosotros hayamos heredado un mundo mejor.
–Tras la película, ha dicho que va al campo a retirarse...
–No en ese sentido. Quiero cambiar de residencia. Me encanta dibujar escuchando los pájaros y en el campo hay cosas gratis como la luna llena. Busco mucho silencio. Y ahora me gustaría hacer otra película de animación más personal y un cómic sobre la evolución, esos proyectos personales que están ahí esperando.
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