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«Todo tiene un final en la vida», reflexiona Péter Csaba, en una tarde de bruma norteña y sonido de palas de fondo. El violinista se despide de la Dirección del Encuentro de Música y Academia de Santander, cargo que ha ejercido durante más de ... dos décadas y que hoy no sería lo mismo sin su labor. «Si miro atrás, son muchos años y muchas cosas las que me han ocurrido aquí», dice afable. «Me he consagrado a este proyecto», confiesa, y le ha dicho adiós, al menos formalmente, de la mejor manera que sabe: dirigiendo el concierto de clausura de la XXIII edición.
Consciente de que «no se puede cambiar todo en todas partes», Csaba considera que desde su papel como director artístico, ha contribuido a transformar, «no la vida, pero sí la forma de pensar y hacer de muchos jóvenes artistas». Músicos que tras su paso por Santander han llevado en sus equipajes un espíritu de cuestionamiento hacia lo verdaderamente importante. ¿Qué es la vocación? ¿Por qué no hacer las cosas de otro modo? Una construcción tras la que también reside la visión de Paloma O´Shea, esa «gran amiga», por la que siente un «enorme y merecido respeto», filtrada en el Encuentro, la Escuela Superior de Música Reina Sofía y el extinto Concurso Internacional de Piano. «De algún modo, nos encontramos en el mejor momento, nos complementamos en esa visión y construimos un proyecto que puede y debe continuar». Su solidez y prestigio son una garantía para que ocurra.
«El Encuentro es realmente conocido por músicos de todo el mundo». Por este periodo formativo intensivo han pasado en torno a 2.300 alumnos a lo largo de su historia, «con que la mitad hablaran un poco del Encuentro, ya sería algo enorme, pero son muchos más en realidad, me consta, los que lo hacen», expone. «Este programa musical continuará siendo un 'oasis' en el desierto de la apuesta cultural, un sector que no tiene la suficiente presencia en la sociedad, a pesar de que la música acerca a las personas y crea una sociedad más justa», argumenta.
No se atreve Csaba a afirmar que desde este epicentro al borde de la bahía se ha creado una marca de calidad. «Sería pretencioso, pero realmente después de 24 años, podemos sentirnos orgullosos, porque no hay muchos lugares como este. Hoy en día, el Encuentro de Santander es casi único en el mundo». Un modelo en el que otros, algunos de gran renombre, se fijan, «pero no pueden replicarlo con su amplitud» y no le dan a los jóvenes el mismo protagonismo, opacados, en ocasiones, por los grandes solistas, las grandes orquestas y los grandes directores. Jóvenes a los que en este Encuentro «se les trata como a artistas, y no solo como a estudiantes».
A diferencia de las academias habituales, con semanas y hasta meses de preparación de una pieza, esa cercanía a la profesionalidad obliga a ensayar con una formación por la mañana, otra por la tarde, dar un recital, recibir una masterclass... «Es un gran impulso, casi un pequeño electroshock -bromea- porque no lo han experimentado antes y todo junto es lo que propicia un resultado».
También es importante para el público, indica Csaba. Una audiencia que hace diez o quince años se acercaba con más dudas al repertorio, sobre todo cameral, menos conocido que los grandes hits de la clásica. «Ahora, tras avanzar juntos, si lo ven en el programa saben que será algo interesante, desafiante».
Hoy en día, basta con conectar un dispositivo electrónico para tener un mundo entero a disposición del consumidor, pero «la música en directo, ir a una gran sala, escuchar a los artistas, debería ser una prioridad». Darle esa prioridad es lo que ha intentado «a mi modesta manera».
Una de las máximas que ha perseguido el violinista y se define como «vigilante» al respecto, es establecer un ambiente constructivo, éticamente positivo en esa convivencia. «No puedes tener a cien personas iguales, lógicamente», pero trata de adentrarse en sus diferencias, analizando los distintos papeles que pueden desarrollar. «Para mí es muy importante que tengan un buen espíritu, buenos sentimientos, que aporten entre sí» en las largas jornadas de exigentes ensayos en las que el cansancio se va sumando. «Esa atmósfera que se crea alimenta la creatividad».
Ahora Péter Csaba, que no hace un recuento exacto del tiempo que lleva subido a un escenario, iniciará un descanso relativo. Su primer concierto con una orquesta lo dio con nueve años como despegue de una carrera «que se fue volviendo más y más intensa». El amor profundo que siente por la música no se detiene, pero el ritmo sí «porque es imposible mantenerlo», reconoce. Se acabó coger aviones a las cinco de la mañana o viajar en el mismo día cruzando coordenadas, como cuando tuvo que embarcar de París a Tokio, sin siquiera poder quitarse el frac, saliendo del auditorio a la carrera mientras el público aún estaba aplaudiendo. «Esa parte no quiero vivirla más». Sí tiene sobre la mesa distintas posibilidades «Me están planteando algunas propuestas y no estoy seguro de si empezaré algo nuevo por el momento».
Lo que no ha cambiado son las sensaciones al subirse a esos escenarios de más de 74 países. «No es solo pasión, es que es mi vida. - enfatiza- Cuando respiro, es música; cuando hago gestos, son música; mientras hablo contigo, es música y esto es lo que he hecho toda mi vida».
Los vínculos del rumano con la capital cántabra incluyen a su hija, Ana, también violinista. «La traje por primera vez al encuentro cuando tenía unos 8 años y tocaba un violín pequeñito». Fue creciendo y «escuchando todos los conciertos en la Sala Pereda, la Argenta, por los pueblos». Siguió estudiando y esa inspiración la llevó a formarse como músico. Con el tiempo, se incorporó como refuerzo en la orquesta y finalmente como participante. También tocó en el concierto de clausura, tanto de esta edición, como de la etapa de su padre al frente de la actividad. «¡Y habla español, no como yo, que solo sé algunas palabras!», ríe.
Csaba ha conocido a cuatro alcaldes de la ciudad (Piñeiro, Huerta, De la Serna e Igual) y le cuesta decidir «porque es difícil» cuál es su lugar favorito de Santander, donde «hay muchos buenos restaurantes», en los que siempre ha elegido pescado y solo ha sentido una pena: «No como marisco». Sí le gusta Costa Quebrada y ha tenido ocasión de recorrer Potes, Comillas, Torrelavega, Santillana del Mar, de llevar a sus nietos a Cabárceno... «Lugares maravillosos».
Como alguien que realmente escribió sus líneas a través de un pentagrama y con la humanidad y el respeto con los otros, como instrumentos. Así le gustaría al maestro Csaba ser recordado a partir de ahora en este lugar que es parte de sí mismo y al que ha dedicado una buena parte de su vida. «Una vida de búsqueda de la belleza, de la calidad, del compromiso y la sinceridad con la música».
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