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Retrato de Pablo Picasso, 1957, de Irving Penn. Irving Penn/EFE
Picasso y las 20.000 obras
SOTILEZA

Picasso y las 20.000 obras

Su estilo testimonia una identidad que aglutina como ninguna otra el arte a lo largo de las primeras décadas del siglo XX

Begoña Gómez Moral

Miércoles, 5 de abril 2023

El jardinero de la casa en Mougins, una villa de treinta y cinco habitaciones donde Picasso vivía desde hacía ya más de una década cuando falleció hace cincuenta años, recordó en más de una entrevista que al pintor le gustaba darse una vuelta de vez en cuando por el jardín y por el huerto para ver si algo llamaba su atención y se lo podía llevar al estudio: «Me impresionaba ver cómo examinaba frutas, verduras, hojas y flores como si las viese por primera vez». La mañana del 7 de abril de 1973 se acercaron juntos a una zona algo apartada hacia la izquierda del jardín. Quería mostrarle, no sin satisfacción, unas magníficas anémonas que habían florecido esa misma semana y algunos pensamientos de colores tan saturados que resultarían difíciles de replicar incluso con el pigmento más puro. Quizá por eso le gustaron tanto al artista, que había cumplido 91 años a finales de octubre.

Más tarde ese mismo día, como era habitual cualquier sábado, Picasso y su segunda esposa, Jacqueline Roque, esperaban la visita de unos amigos para cenar; entre ellos estaba su abogado, que llegó desde Cannes, apenas a cinco kilómetros de distancia. No era ninguna ocasión especial, pero Picasso estaba animado. Había pocos tributos en el mundo del arte que aún le quedasen por recibir. Llevaba décadas protagonizando exposiciones en los principales museos de París, todavía el centro del mundo artístico por entonces. Pero, como sucedía siempre, era como si la última muestra –en este caso, una ambiciosa retrospectiva en el palacio papal de Aviñón que tenía previsto reunir en el mes de mayo siguiente más de 200 obras suyas– le dotara de nueva energía. Durante la cena, invitó varias veces a sus acompañantes a brindar a su salud, aunque él no podía hacerlo por imperativo médico. Hacia las once y media de la noche, siguiendo su hábito de las últimas semanas, se levantó de la mesa y anunció que era hora de trabajar un poco. Acto seguido, se retiró a su estudio donde permaneció hasta más de las tres de la madrugada.

El Guernica, pintado en 1937, se exhibe en las salas del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

La mañana del domingo amaneció como otra cualquiera y, según su costumbre, Picasso se despertó pasadas las 11.00. Sin embargo, no se sintió con fuerzas para abandonar la cama. Eso sí que era nuevo y la casa entera se conmocionó con la noticia. El médico local recibió aviso de inmediato, pero, para cuando llegó apenas veinte minutos después, Picasso había fallecido y solo pudo certificar la muerte a causa de una parada cardiorrespiratoria asociada al edema pulmonar que sufría en los últimos tiempos. Habían pasado tan solo unas nueve horas desde la última vez que Picasso cogió el pincel. El pintor cerraba así una historia de amor de casi 80 años frente al lienzo.

Sin testamento

El martes siguiente, cuando aún parecía improbable que la primera luz del día fuese capaz de reunir la fuerza suficiente para abrirse paso entre las sombras y exorcizar la ligera nevada que –completamente fuera de temporada– cubría la Provenza, un reducido cortejo fúnebre se puso en marcha para recorrer los 144 kilómetros que hay desde la villa en Mougins hasta el castillo de Vauvenargues, donde Picasso había vivido antes de casarse con Jacqueline y mudarse más cerca de la costa. Aunque no había formalizado ningún preparativo para su posible fallecimiento y, de hecho, murió 'ab intestato', dando lugar a una batalla legal con infinidad de frentes, el pintor malagueño sí había dispuesto –de manera informal– ser enterrado en Vauvenargues.

AFP

Tanto el castillo como sus dependencias y la tumba de Picasso son propiedad particular de sus herederos y permanecieron cerrados hasta 2009, cuando se abrió brevemente al público una pequeña parte de la finca. La visita se inscribía en un tour organizado que trasladaba pequeños grupos desde Aix hasta el castillo, situado en la estribación norte de la misma amadísima montaña Sainte Victoire que Paul Cézanne retrató –y escaló– docenas de veces. No muy lejos de la entrada, en las dependencias más antiguas del edificio del siglo XIV, se podía visitar el espacio donde, después de aquel trayecto surreal en una mañana de abril, el féretro de caoba con los restos de Picasso permaneció durante una semana mientras se preparaba su tumba.

A partir de ese punto, los turistas disponían de poco más de una hora para recorrer el entorno y los rincones donde Picasso se fotografió tomando el sol en calzoncillos en compañía de Kabul, su galgo afgano, o alguna otra de sus muchas mascotas. En el interior del edificio accedían al comedor principal, donde el ojo más atento era capaz de distinguir un armario barroco que aparece en nueve de sus cuadros o una mandolina reconocible en varias naturalezas muertas. Subiendo las escaleras, en el dormitorio del artista, se habían dejado sin reparar los desconchones en las paredes blancas. Cualquier detalle parecía llevar la impronta Picasso y ni que decir tiene que el mural de un fauno entre árboles que adorna la pared de un cuarto de baño permanece así desde la muerte del artista. Picasso lo esbozó directamente sobre el cemento por impulso, simplemente mientras esperaban que alguien viniera a alicatar; después no hubo quien se atreviese a cubrirlo. La tumba propiamente dicha puede sorprender por su modestia: es un pequeño túmulo casi pegado a la fachada principal donde, junto a Picasso, descansa Jacqueline.

'El beso', 1969.

El verdadero legado de un artista es su obra y en este caso alcanza la apabullante cifra de alrededor de 20.000 pinturas, grabados, dibujos, esculturas, cerámicas y decorados. Ni los 33 volúmenes del legendario catálogo de Zervos son capaces de abarcar el conjunto, que otorga carta de naturaleza a un fenómeno con una influencia en el arte moderno y contemporáneo aún por igualar. El estilo de Picasso trasciende el Realismo y la Abstracción; el Cubismo (el inicial, el analítico y cualquier otro) y el Neoclasicismo; el Surrealismo y el Expresionismo. Lo trasciende todo. El estilo de Picasso es testimonio, antes que nada, de una identidad que aglutina como ninguna otra el arte a lo largo de las primeras décadas del siglo XX.

Al otro lado del arco vital que acaba en la discreta tumba en Vauvenargues está el niño prodigio malagueño. Le sigue el adolescente que se trasladó a Madrid brevemente y luego a Barcelona para continuar la formación académica iniciada junto a su padre, profesor de Arte. La Ciudad Condal fue una fragua y supuso el fascinador primer contacto con poetas, escritores y otros artistas. Como para cualquier joven, el mundo se movía a gran velocidad para Picasso y, en buena medida, giraba en torno a Els Quatre Gats. Cuando Barcelona no fue suficiente, a Picasso le quedó París. La vida intermitente entre ambas urbes es testigo de los sentimientos de oscuridad y desolación inspirados en buena parte por el suicidio de Carlos Casagemas, el compañero de incipientes incursiones en el expresionismo y el amigo que Picasso perdió con 21 años.

Energía primitiva

Picasso es una dinastía de un solo rey y la llamada época azul, a pesar de parecer milenaria, abarca apenas dos años y medio en los que la desesperación, la soledad, la pobreza y la deslumbrante obra de El Greco se adueñan de la paleta del joven pintor. En 1904 se trasladó definitivamente a París y se instaló en el barrio de artistas por antonomasia; incluso dentro de Montmartre se instaló en uno de los puntos más efervescentes para el arte de ese momento: el Bateau-Lavoir. Fue en ese centro del centro donde conoció a la primera de sus grandes musas, Fernande Olivier, y donde convivió entre poetas y escritores bohemios como Guillaume Apollinaire o Max Jacob. Picasso no tardó en dirigir su voraz atención hacia temas más agradables, como artistas de la comedia, arlequines y payasos. Adiós a los azules en favor de los rojos y los rosados. En la capital francesa entabló relación, como tantos otros artistas y escritores, con los hermanos estadounidenses Leo y Gertrude Stein. Sus salones de los sábados por la tarde –a la antigua usanza, pero con un espíritu renovado– en su casa del distrito sexto, en el número 27 de la rue des Fleurus, fueron una incubadora del pensamiento artístico e intelectual moderno que trascendió continentes. Pintado entre 1905 y 1906, el retrato de Gertrude Stein será testigo de un gran giro. Uno de muchos. En este caso registrará la nueva fascinación del pintor por la escultura ibérica prerromana junto al arte etnográfico de otros puntos del mundo. La misma influencia se impone con fuerza en los autorretratos de ese año.

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Esa energía primitiva se hace realmente grande cuando se apodera de una obra maestra imprescindible: 'Les Demoiselles d'Avignon' o, más bien, 'Las señoritas de Avinyó', un cuadro que abandera como ningún otro el Cubismo. Se ha dicho que la disposición de las figuras recuerda las composiciones de bañistas de Cézanne o de Ingres, que estilísticamente está influido por el primitivismo de los fabulosos ídolos cicládicos, que comparte la fascinación por el arte africano con Matisse, que los planos en ángulo y los contornos definidos dotan de solidez escultórica a las figuras,…; es difícil optar por una sola interpretación porque son incontables y no cesarán de aumentar a medida que Picasso cubra etapas en su increíble viaje creativo; la mayoría serán tan válidas como incompletas. Y solo una las aglutina todas: Picasso 100%.

Los retratos

Siete pasiones sobre el lienzo

'La mujer que llora', retrato de Dora Maar, 1937. 'Olga en el sofá', 1917, y 'El sueño', 1932.

Rosa M. Ruiz

Durante sus 92 años de vida, Pablo Picasso desarrolló una extensa obra, que serviría como espejo de su mundo interior y en la que no faltan las mujeres más importantes de su vida, que ejercieron el papel de musas y de fuente de inspiración, pero que también fueron sus amantes y a las que, finalmente, despreció como ellas mismas contaron. Dos de ellas acabaron suicidándose, otras dos escribieron sendos libros en los que no le dejaron bien parado, otra sufrió depresiones de por vida y solo una se atrevió a abandonarle. Las infidelidades y continuos desprecios fueron una constante en el genio que falleció hace medio siglo, unas relaciones que a día de hoy aún despiertan el morbo y que dejaron una profunda huella en su obra.

Comencemos en París, con un Pablo Picasso de 22 años recién llegado a la ciudad de la luz, donde conoció a Fernande Oliver con la que vivió siete años y que le inspiró los cuadros de la denominada época rosa y los primeros cuadros cubistas. Tras su ruptura publicó unas memorias en las que relata su vida con un artista al que define como celoso y que según cuenta la encerraba en su apartamento para que no saliese sola. Su verdadero nombre era Amélie Lang. Modelo de artistas permaneció junto al genio desde 1904 hasta 1912. Hasta que otra de sus grandes musas, Eva Goul entra en su vida. Lo hizo cuando Picasso aún permanecía con Fernande y ella era pareja del también pintor Marcoussis.

La de Eva fue otro tipo de historia. Era muy distinta a Fernande, más joven y delicada, encajaba en el papel de amante y sumisa esposa que Picasso estaba buscando. En sus obras se refiere a ella como 'Ma jolie' y se dice que estaba tan perdidamente enamorado que, por primera vez, se plantea casarse. Sin embargo, tres años después de iniciar su relación ella fallece a causa de un cáncer dejándole absolutamente destrozado.

La primera esposa

Poco tiempo después, en 1917, aparece en su vida a Olga Khokhlova, una bailarina rusa de 24 años a la que conoce en un viaje a Roma y con la que contrajo matrimonio en 1918. También fue la madre de su primer hijo, Paolo. Nunca se divorció de ella, se dice que porque él no quería pagarle pensión alguna. El malagueño la retrató en cuadros como 'Olga en un sillón' y 'Olga pensativa'. Un día, a finales del año 1927, huyendo de una de sus peleas, cada vez más frecuentes y violentas, Picasso se paseó por París y al salir de Galerías Lafayette se encontró con Marie-Thérèse Walter, quien sería su siguiente amante.

'Jacqueline con sombrero negro', 1962, y 'Retrato de mujer', 1954

Pero es con Khokhlova con la que mas se 'ceba' artísticamente. En sus pinturas percibe ese paso de la fascinación a la debacle amorosa y en ellas Olga transmuta en monstruo sin rostro en sus lienzos, sobre todo, cuando el pintor queda fascinado por la joven –tenía 17 años– Marie-Thérèse. El matrimonio duró hasta la muerte de Olga en 1955. La bailarina sufrió graves problemas psiquiátricos. Nunca superó la soledad por la traición de Picasso, que «mataba todo lo que amaba» según señaló, y al que escribió a diario hasta el fin de sus días.

«Tienes una cara interesante. Me gustaría hacerte un retrato. Soy Picasso», le dijo el artista a Marie-Thérèse Walter cuando la vio aquella tarde en las galerías parisinas. Iniciaron una relación en 1927 que duró hasta 1940 y de la que nació su hija Maya, en 1935. De ella la crítica asegura que se convirtió en la mujer que más influyó en la carrera del artista. Su pelo rubio, ojos azules y piel blanca protagonizan los retratos más admirados del pintor Son cuadros sensuales y serenos. Si bien tienen la desproporción típica de Picasso, esa disociación es más armónica que en otras obras de esa etapa del artista. Algunos de esos cuadros llevan por título; 'El sillón rojo', 'Mujer con boina roja', 'Marie-Thérèse acodada' y uno de ellos, 'Mujer sentada cerca de una ventana', batió récord de subasta. Marie-Thérèse murió trágicamente. Se suicidó en 1977, cuatro años después de la muerte de Picasso.

La fotógrafa del Guernica

Tras el nacimiento de Maya, el malagueño buscó nuevas compañías y así Dora Maar, una fotógrafa medio francesa, medio yugoslava, se convirtió en su nueva amante. Cuando se conocieron, en 1935, Picasso era ya un artista de talla mundial, pero ella también era famosa en Francia por su trabajo fotográfico. Dora tenía 29 años, él 55. Durante la tormentosa –como todas– relación, que duraría alrededor de ocho años, la artista documentaría la creación de su obra más política, el Guernica, fotografiando a pie de lienzo y ofreciendo una visión privilegiada de su proceso de trabajo. Poco a poco, Maar abandona la fotografía y se pasa a la pintura cubista, llegando incluso a realizar copias de cuadros del malagueño. Él la utiliza de modelo en la serie 'La mujer que llora', lo que la sirvió el apodo de la 'musa doliente'. «Después de Picasso, Dios», diría la fotógrafa que acabó ingresada en un psiquiátrico en 1945. Su amigo poeta Paul Éluard conseguiría sacarla de la institución, pero ella no volvería a tener otra relación después de Picasso.

Françoise Gilot, que en la actualidad tiene 101 años y vive en Nueva York, tenía 21 cuando el malagueño se enamoró de ella; él había cumplido 61. Se conocieron en un restaurante parisino en el que Picasso almorzaba. Él se acercó a su mesa con un cuenco de cerezas y cuando Gilot, que compartía comida con una amiga, le dijo que era pintora, Picasso contestó: «Es lo más gracioso que he escuchado en todo el día. Yo también soy pintor». Su relación duró diez años. Cuando nacieron sus dos hijos, Claude y Paloma, la dinámica entre ella y Picasso cambió de manera radical. Aunque el pintor podía ser tierno, también era extremadamente cruel, dominante y, en ocasiones, rozaba los comportamientos violentos. Tampoco escondía sus otras relaciones sentimentales. Y en 1953, Gilot decidió dejarle. «Nadie deja a un hombre como yo», le advirtió el pintor. Efectivamente, Gilot fue la única mujer que le abandonó. Y también la inmortalizó en sus obras, uno de los retratos más conocidos que la pintó fue 'Mujer en la silla'.

La última de las mujeres de Pablo Picasso fue Jacqueline Roque, también fue su segunda esposa–ya había muerto Olga cuando contrajeron matrimonio– y como con sus anteriores parejas la diferencia de edad entre ambos era más que evidente. Ella tenía 26 años cuando se enamoraron y el 72. Estuvieron juntos veinte años, Picasso pintó más de 400 retratos de Jacqueline lo que la convierte en una de las mujeres más pintadas de la historia. En abril de 1973, cuando él fallece, ella cae en una profunda depresión que no consigue superar. En la madrugada del 15 de octubre de 1986, se suicida disparándose en la sien.

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