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Y pienso que eso de tener los nervios así, al aire, es a la vez una literalidad y...

Y pienso que eso de tener los nervios así, al aire, es a la vez una literalidad y...

CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 16 ·

Martes, 31 de marzo 2020, 07:27

Día 16. Y subiendo. Se me cayó un empaste la pasada semana, supongo que de la tensión. Yo qué sé. El empaste se fue y en su lugar apareció un cráter oscuro, profundo y misterioso. Abro mi boca ante el espejo tratando de asomarme a su interior. No me duele y extremo mi higiene pero temo que surja una infección y luego sea peor. Así que llamo al dentista y me dice que vaya, que me atiende de urgencia, que mejor que no espere. Y voy. Las carreteras están casi desiertas, igual que ayer. Los pocos coches con los que me cruzo van muy despacio. Ahora que se puede correr más, me parece que no lo hace nadie. Puede que haya un miedo latente al despliegue de los coches patrulla, es posible, pero me parece que es más una necesidad de saborear esos dulces momentos al volante y que, por eso, se conduce un poco así, como no queriendo llegar. Me cruzo varias veces con la Guardia Civil. Me imagino, si me paran, abriendo la boca y señalando la muela dañada para convencerles de que no me lo invento, para demostrar que tengo una razón para salir.

El aparcamiento subterráneo está cerrado. La ciudad tiene un aire fantasmal. Dejo el coche en carga y descarga. No sé si se puede o no se puede. No sé si en el estado de alarma la semana es un permanente festivo. La consulta del dentista abre solo para las urgencias. No toco nada, me tumbo y abro la boca. Llevo dos semanas intentando no llevarme las manos a la cara y se me hacer raro eso de que otra persona introduzca en mí sus manos. Artilugios de todo tipo entran en contacto con mi paladar, con mi lengua, con mis encías, con mis dientes. Me parece que el dentista es un buen profesional, desprende serenidad al otro lado de la mascarilla, me digo que seguro que está todo convenientemente desinfectado, aunque no lo pregunto. Me dice que las urgencias las mantiene para evitar que las personas con complicaciones se vean obligadas a ir al hospital estos días. Me pide que gire la cabeza hacia la derecha pero yo lo hago hacia la izquierda, me pasa dos o tres veces. Me disculpo. Él, compasivo, asegura que pasa mucho. Qué trabajo tan raro el de los dentistas, asomados a esas bocas que mastican y besan y hablan y guardan sus secretos. Pienso en sus cervicales, en que esa postura debe provocar contracturas. Siento agradecimiento porque haya gente que esté ahí, dispuesta a arreglar las cosas del cuerpo que a uno se le rompen. «Menos mal que has venido, se ve el nervio y todo», me informa. Y pienso que eso de tener los nervios así, al aire, es a la vez una literalidad y una metáfora.

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