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Una pieza en el taller del realismo

Una pieza en el taller del realismo

No merece ser 'don Benito, el Garbancero', pues, como Balzac o Dickens, hizo de la vida y de la historia la materia de su literatura

raquel gutiérrez sebastián

Sábado, 4 de enero 2020, 07:49

Dos hombres están sentados en un café en el Muelle. Uno de ellos, de más edad, tiene un porte cervantino, mirada socarrona, talante nervioso, movimientos mecánicos y lengua mordaz. Es José María de Pereda. El otro, diez años más joven, es bien parecido, reposado, elegante y pacífico. Asiente, celebra y apostilla, con una media sonrisa, las irónicas ocurrencias y el relato de su contertulio. Es Benito Pérez Galdós. Los dos amigos escritores rememoran las andanzas amorosas del rey Amadeo I, que en Santander dieron mucho que hablar en el verano de 1872.

Pintaba el caso Pereda: Amadeo I paseaba por 'El pañuelo' (frente a la primera playa del Sardinero) requebrando a todas las damas que se cruzaban en su camino, siempre a la caza de nuevas piezas y con su mente alejada de los asuntos de estado. A causa de los continuos cambios en sus amantes, habían surgido comprometedoras situaciones aquel verano.

Seguía contando Pereda que se había visto al secretario del rey Amadeo correr apresuradamente por las calles de Santander, con un sobre en la mano y una pistola en el bolsillo, con destino al hotel del Comercio, un establecimiento de nuestra ciudad. Entró el secretario en la habitación de una dama, la última amante recién abandonada por el monarca, que, despechada, amenazaba con hacer públicas las encendidas cartas que le había escrito el rey. El enviado obligó a la mujer, poniéndole la pistola en la sien, a devolver esas comprometedoras cartas. Tras cumplir su misión, el secretario volvió sobre sus pasos con el paquete de cartas en un bolsillo y con la pistola en el otro. El sobre, lleno de billetes, había quedado en poder de la dama, que no era otra que Adela Larra, la llamada 'dama de las patillas', hija del escritor Mariano José de Larra. En su lecho, el rey ya tenía otra compañía, una periodista inglesa del Times.

Esta narración perediana tan celebrada por Galdós, no era una novela folletinesca, sino la crónica social escandalosa de la vida de Amadeo de Saboya de la que habían sido testigos Pereda y Galdós. Los dos amigos se habían conocido un año antes, en 1871, cuando Pereda se acercó a la fonda La Europa en la calle de Atarazanas y al ver el nombre de Galdós entre los huéspedes, esperó la salida del joven, que se consideraba un gran admirador de su obra literaria, e inició una conversación con él. Entre ambos surgió casi inmediatamente una relación de amistad, de la que nos dio cumplida noticia nuestro recordado amigo Benito Madariaga.

Lo prohibido

1895

Lo prohibido

Novela que supone una mordaz crítica social del Madrid de Alfonso XII, y en la que se aprecia la influencia de Balzac.

Fortunata y Jacinta

1887

Fortunata y Jacinta

Considerada una de las obras cumbres de Galdós, es junto a 'La Regenta' el gran ejemplo de realismo literario.

Dos hombres están sentados en un despacho en un chalet de La Magdalena. Les rodean mil objetos, libros, marinas, bustos, modelos de barcos e instrumentos musicales. Uno de ellos es un hombre de casi 70 años con dificultades en la vista que está sentado en una silla tras las cortinas. Es Benito Pérez Galdós. El otro, mucho más joven, es un muchacho, su secretario Pablo Nougués, llamado familiarmente 'Don Pablífero' por el novelista. El maestro Galdós le está dictando al joven amanuense un fragmento del Episodio nacional 'Amadeo I', en el que la historia de la que hablaban Pereda y Galdós crece en detalles: Adela, la dama de las patillas, adquiere personalidad, se describe a la bella inglesa y se da cuenta de la exhibición de sus dotes natatorias ante el embelesado monarca y de los arranques de ira en la playa de la amante despechada. Estas páginas dictadas se acompañan con el relato de hechos históricos protagonizados por personajes reales y otros surgidos de la mente del gran creador literario que fue Benito Pérez Galdós.

Si Balzac noveló la vida de la burguesía francesa y fue un insigne escritor, si Dickens mostró lo más sórdido de Londres y es un clásico de la literatura inglesa, si Zola describía la dureza de la vida de los mineros del norte de Francia y el alcoholismo de los barrios bajos de París y su nombre figura en letras de oro en la Academia francesa, Benito Pérez Galdós no merece ser 'don Benito, el Garbancero', pues también, como ellos, hizo de la vida y de la historia la materia de su literatura. La calidad indiscutible de los edificios de ficción construidos con los vulgares ladrillos de la realidad responde a la mano de un gran artista.

Los amoríos de un rey pueden ser asunto de una crónica social. Eso no es literatura. Los amoríos de un rey pueden ser asunto de una gran novela, como fue 'Amadeo I', uno de los muchos Episodios nacionales que Galdós escribió en su finca de San Quintín en Santander, y por sus descripciones quizá el más santanderino de todos ellos. Esto es literatura. Un relato surgido de la mente de un hombre casi ciego, que recuerda y fabula lo vivido, lo oído y lo leído construyendo con palabras un mundo de ficción. Y esto lo hizo don Benito en una casa frente al mar, acompañado de sus perros, sentado en un jardín que él mismo cultivaba, oyendo a las golondrinas dar de comer a sus crías, sintiendo la brisa del Cantábrico, quizá tocado, como otros, por la Musa del Septentrión.

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