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El 27 de febrero de 2014 fue un día especial en el Museo de Altamira. Ese día se reanudaban las visitas públicas a la cueva de Altamira tras más de una década de cierre y la expectación entre la ciudadanía y los medios de comunicación ... era grande. La cueva había permanecido cerrada a la visita pública desde 2002, cuando se detectaron indicios de la aparición de microorganismos asociados a la iluminación instalada en el interior de la cueva. En aquel momento fue una decisión difícil pero necesaria, pues no se debe perder de vista que la principal misión del Museo de Altamira desde su creación en 1979 es garantizar la mejor conservación del magnífico arte rupestre que la cueva de Altamira alberga.
Durante esa década entre el cierre y la reapertura, se dedicaron muchos esfuerzos a avanzar en la investigación para caracterizar los principales riesgos que atenazan la conservación del arte de Altamira, eliminar potenciales riesgos como el propio sistema de iluminación y otros elementos instalados en su interior en los años 60 del siglo pasado, naturalizando la cueva y estudiando bajo qué condiciones podría de nuevo reabrirse a la visita pública, que era algo altamente demandado.
Destaca en este sentido el Programa de Investigación para la conservación preventiva y régimen de acceso de la cueva de Altamira puesto en marcha por el Ministerio de Cultura entre 2012 y 2014, a partir de cuyas conclusiones por fin se pudo reabrir la cueva a la visita pública. Así, a partir de febrero de 2014 se aplicaron los protocolos necesarios para el acceso controlado a la cueva en forma de visitas experimentales con público un día a la semana; tan solo cinco personas acompañados de un/a guía, durante 37 minutos, de los cuales 8 minutos –cronometrados- transcurren bajo el magnífico Techo de Polícromos, y pertrechados con mono, calzado especial y mascarilla para minimizar los elementos exógenos que introducimos las personas al entrar a la cueva. Durante un año se analizó, gracias al sistema de monitorización específico instalado, el impacto generado por ese modelo de visita, para concluir en febrero de 2015 que era un modelo sostenible y por tanto que podía mantenerse.
Desde entonces, y durante estos diez años transcurridos, más de dos millares de personas han accedido y han podido conocer Altamira. Hasta febrero de 2020 estas personas eran seleccionadas aleatoriamente entre quienes estaban en el Museo el día de celebración de la visita. Pero la llegada inesperada de la pandemia por el COVID-19, además de suponer un cierre de casi seis meses, también obligó a replantearse el sistema de selección de visitantes. Así, cuando se reanudaron las visitas en agosto de 2020, se retomó la lista de espera que había quedado «congelada» en 2002 con el cierre preventivo, convocándoles ahora mediante cita previa.
El balance que de estos años podemos hacer es altamente positivo. Por una parte, la cueva es de nuevo una cueva viva, que una vez a la semana recibe la admiración de quienes la visitan. Por otra, el control permanente sobre el potencial impacto generado por estas visitas sobre la conservación del arte de la cueva corrobora que la decisión sobre el modelo de visita es acertada.
EMOCIÓN, esta es la palabra más recurrente que escuchamos de boca de quienes tienen la fortuna de acceder a la cueva. Y es el mismo sentimiento que tenemos quienes, basándonos en criterios preventivos y con un alto grado de compromiso y responsabilidad, lo hacemos posible.
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