Planté, por eso, un arce. Un simple árbol frente al sol todopoderoso
CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 52 ·
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CUADERNO DE EXCEPCIÓN | DÍA 52 ·
La muela del juicio me sigue molestando. Menos mal que existen los analgésicos. Siento una gratitud íntima cuando el dolor remite. Doy las gracias por todo el conocimiento sintetizado en una pastilla que se diluye en mi estómago, se extiende misteriosamente por el interior ... de mi cuerpo y hace que el malestar físico se vea aliviado. Ojalá supiera tolerarlo, pero no sé, o no quiero. La semana que viene tengo una nueva cita con el dentista, parece un buen hombre. Nos vamos a ver tanto en el confinamiento que le acabaré cogiendo cariño. Pensé en entrar con mascarilla a su consulta, pero luego me dije: para qué. Espero que la muela se pueda quedar en su sitio. Después de tanto esfuerzo, tras este parto difícil, sería una pena que al final me tuvieran que arrancar el juicio que viene con ella. Con el malestar de la infección, con mi sistema inmune trabajando, con los antibióticos entrando a echar una mano como el que utiliza todos los cambios para asegurar un buen resultado en el partido, no me han quedado ganas de salir a hacer deporte.
Me limité, el lunes por la anoche, a pasear al perro lentamente, con las fuerzas que tenía. Las ovejas, con su campano al cuello, seguían rumiando en la oscuridad y una de las dos burras que viven detrás de la casa acercó curiosa su hocico en la penumbra. Hoy he repetido el paseo temprano, antes de que el calor comenzará a hacerlo incómodo. Me parece a veces que la zona en la que vivo tiene una lupa invisible suspendida en el aire que amplifica el calor que viene desde un lugar lejano del universo. Planté, por eso, un arce. Un simple árbol frente al sol todopoderoso. Funciona. Da ya una buena sombra. Solo he tenido que esperar quince años para disfrutarla. Con el amago de galerna del otro día, temí por su integridad. Lo veía agitarse, maltratado por el vendaval. Su fronda, en el corazón de la primavera, está tupida y el viento encontraba miles de pequeñas velas que poder empujar. Con el movimiento, algunas hojas comenzaron a caerse al suelo, como si fuese un adelanto del otoño. Cobijado en la casa, miraba al árbol con congoja, temiendo que se quebrara. Me pregunté en qué lugar se refugiarían los gorriones de la tempestad. Me acordé también de los mirlos. Pasó el temporal. El arce estaba despeinado, con todas las hojas vueltas del revés, sin daños aparentes. Poco después, aunque no sé si el vendaval causó entre ellos alguna baja, volvieron a cantar los pájaros. Al escucharlos sentí que la naturaleza, que no tiene voluntad de decirme nada porque me ignora, no deja de susurrarme cosas.
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