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«Sin lenguaje queda la pura transparencia, pero esa pura transparencia es insostenible, insoportable, y las palabras vuelven pronto para nombrar y poner las cosas ... en su sitio». Es hombre de comunicación y poesía, y viceversa. Y por tanto la palabra está en el centro de todas sus medidas y desmesuras, de todas sus contenciones e hipérboles. Del relato al poema, del audiovisual a la gestión, Marcos Díez mantiene una constante tensión creativa y cultural. Hoy, Día de la Poesía, en la librería santanderina Gil presenta su último libro, 'Desguace' (Visor), premio Ciudad de Burgos, en un acto que contará con la intervención del autor y del también poeta Lorenzo Oliván.
Marcos Díez (Santander, 1976, escritor y periodista, cuya trayectoria profesional ha estado vinculada a los medios de comunicación dirige desde hace siete años la Fundación Santander Creativa, una labor que prefiere siempre separar de su actividad creativa. Autor de 'Puntos de apoyo', 'Quince pequeños apuntes sobre la longitud de la tristeza' (premio José Hierro, 1998) , su vinculación al mundo audiovisual se ha traducido en su papel como director y guionista de varios cortos. 'Combustión y 'Desdoblados' son otros de sus títulos.
-Con mirada de lector, ¿qué es 'Desguace' ?
-Diría que es sólo un libro de poemas, como hay tantos. Si me acercase al libro con los ojos de otro también creo que identificaría dos ideas que se repiten. Por un lado, cómo el tiempo desguaza sin descanso y sin remedio las vidas y los cuerpos; por otro, cómo es necesario a veces desguazar lo aprendido, los nombres y significados que asignamos a las cosas, para asomarnos a una realidad más limpia y libre de ideas preconcebidas.
-En el texto con el que se postula su poemario se define como un libro existencial, un libro atravesado por la meditación y la contemplación...Pero ese pulso ¿no estaba ya en sus poemarios anteriores?
-Así es. Supongo que de alguna manera escribo el mismo libro de poemas muchas veces porque no tengo del todo claro lo que quiero decir. Precisamente porque no tengo muy claro lo que quiero decir recurro al poema, porque es el poema el que me ilumina a mí, no yo a él. El poema me permite avanzar en medio de la confusión. Escribir poemas es intentar decir lo que no se sabe todavía. Lo intento una y otra vez a través de diferentes libros que, siendo distintos, están atravesados por las mismas ideas de fondo. Ese pulso se repite y se repetirá. Precisamente porque detrás de la escritura hay obsesiones a las que se da salida. Exactamente, al escribir intento dar respuesta a mis obsesiones que, precisamente porque son obsesiones, están condenadas a repetirse porque no se resuelven. En mi caso tiendo a contemplar la vida como un espectador que se extraña constantemente ante lo que ve y obtiene alegría de esa extrañeza que le revela una realidad más clara y más limpia, reflexiono una y otra vez a partir de esa rareza de saberme vivo y tengo siempre presente la fragilidad y fugacidad de la existencia. Esas son mis obsesiones principales, lugares desde los que vivo, miro y escribo.
-Desde fuera, ¿parece que en sus poemas siempre está buscando lo oculto, desvelando lo inasible, desnudando lo fragmentario y enumerando lo frágil?
-La poesía es una manera de intentar ver, asir o nombrar esas cosas que se nos escapan, que son escurridizas pero que presentimos que están ahí. El poema es una grieta por la que nos asomamos a otra forma de percibir la realidad. Y, desde luego, el poema nos muestra nuestra fragilidad y nuestra insignificancia pero, al hacerlo, nos llena paradójicamente de solidez y de sentido.
-Perdone el atrevimiento, pero uno de sus mejores versos está entre las dedicatorias: «La habilidad para inclinar la balanza de las palabras hacia el lugar adecuado». ¿Cuál es ese lugar?
-Pienso que es el lugar donde las palabras se cuidan cada vez que se pronuncian, el lugar donde las palabras no se le caen a uno de la boca sino que nacen de un pensar en lo que las palabras significan, un lugar donde se permiten los silencios para permitir una auténtica escucha, un espacio donde el lenguaje no se traduce en discursos vacíos sino en una herramienta para comunicarnos de una forma verdadera.
-¿El suyo es un libro militante en una poesía con peso existencial y trascendente frente a frivolidades poéticas muy de moda?
-Ante la idea de la muerte sólo cabe lo que es esencial para cada uno. La vida pivota, nos guste o no, alrededor de esa idea de la muerte. La muerte nos enchufa a lo que es verdaderamente esencial en la vida y eso se traduce en mis poemas. Nuestra sociedad vive de espaldas a la muerte y por eso, pienso, a veces la frivolidad se convierte en el centro de tantas vidas. Toda vida necesita de frivolidad, la mía en primer lugar, pero que todo giré alrededor de la frivolidad nos conduce al vacío.
-Ahora, tras el premio y la publicación, ¿ve su poemario de otro modo?
-Tengo ciertas contradicciones. Por una parte siento alegría por poder compartirlo, por otra me da cierto pudor, no tanto porque revele en el libro aspectos de mi intimidad sino, mas bien, porque dudo de que ese puñado de poemas puedan ser valiosos e interesar a alguien. Pero el impulso vanidoso vence y por eso el libro se publica.
-Siguiendo sus versos, ¿hay un 'abrazo incompleto' en cada poema que se escribe?
-Un poema siempre es algo fallido. Hace unos meses escuché a Caballero Bonald decir que lleva setenta años intentando escribir un buen poema.
-'Escribo para ver a través del lenguaje', dice. ¿Acaso no es eso el hecho poético?
-Sí, la poesía es un ver a través del lenguaje. Pero las palabras en los poemas no son ventanas por las que vemos el mundo sino herramientas para destruir los espejismos de la vida aprendida y sustituirlos por otros espejismos distintos que nos iluminen con una nueva claridad.
-¿Hay un cierto derrotismo en su poemario cuando el periodista/poeta admite que las preguntas son las mismas?
-No sé si es derrotismo pero es lo que me ocurre. Las preguntas se repiten, me paso la vida intentando contestarlas y no teniendo nunca del todo claras las respuestas.
-«Para vivir, a veces, hay que huir del lenguaje». ¿Y entonces qué queda?
-Queda una vida desprovista de orden, de clasificaciones, de significados. Sin lenguaje queda la pura transparencia, pero esa pura transparencia es insostenible, insoportable, y las palabras vuelven pronto para nombrar y poner las cosas en su sitio. En el libro está muy presente esta tensión entre la necesidad de ver la realidad libre de significados y, al tiempo, la necesidad de poner nombre a las cosas para dar sentido a la realidad.
-Su nuevo libro ha coincidido con su paternidad. ¿El mundo ahora merece otra mirada?
-La mirada poética te entrena en el extrañamiento, es una mirada muy parecida a la del niño que se sorprende ante todo y que tanta alegría genera en los padres. Así que imagino que mi forma de mirar será la misma, la que parte de esa premisa de no dar nada por sentado y de sentir sorpresa ante todo, empezando por la contemplación de ese pequeño ser vivo que comienza a crecer. Lo que sí creo es que la mirada poética me ayudará a disfrutar con más plenitud de la paternidad, ya veremos si la paternidad me lleva a poner mi mirada en otros asuntos. Lo iremos viendo.
-¿Ha perdido peso la poesía en su vínculo con lo cotidiano? (sólo hay un poema 'social' en su libro...)
- Es cierto que en 'Desguace' pesa más lo reflexivo, también ciertas ensoñaciones, que en anteriores libros. Pero el vínculo con lo cotidiano sigue ahí. Hay muchos poemas en 'Desguace' que nacen de experiencias comunes: ascender un puerto en bicicleta, ir a ver la crecida de un río, un funeral, una conversación en una boda, una ecografía,...por citar algunos ejemplos. La poesía no nace, en mi caso, de una abstracción pura sino que mantiene ese vínculo con la vida cotidiana, con experiencias concretas más o menos camufladas en las que me apoyo para construir el poema. No sabría separar la poesía de la vida.
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