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La Biblioteca Central de Cantabria ha organizado un homenaje al escritor Ricardo López Aranda (Santander, 1934- Madrid, 1996) con diversos actos, desde una exposición que ... evoca algunos aspectos de su biografía y producción literaria a un recital poético, una representación teatral y un coloquio sobre su obra. El autor de 'Isabel, reina de corazones' era más conocido como dramaturgo. Sin embargo, además de teatro, escribió guiones de televisión, ensayo, novela y poesía. La poesía le acompañó a lo largo de su vida. Comenzó a escribirla a los 16 años y ya no la abandonaría nunca.
Él mismo alude a ello al afirmar: «...Cuando rebusco en las viejas carpetas y ordeno los viejos poemas, y como me sorprenden los más viejos poemas -los más lejanos-, los que escribí a los dieciséis años, como ése que dice: 'Me has puesto, Dios, colgaduras, de terciopelo negro, en las ojivas de mi catedral de carne', que me ha servido para trazar un arco y dentro de él encerrar toda mi vida y ofrecértela así hecha humo y piedra». De hecho, es probable que fuese en ella en la que mostrase su yo más auténtico, las claves de su obra literaria. Lo curioso es que escribía sin ánimo de publicar. Más de cuarenta libros permanecen inéditos. Tal vez esa actitud de escribir sin pensar en publicar le proporcionase una libertad expresiva para volcar todo lo que sentía.
A los dieciséis años queda finalista del premio Garcilaso de la Vega. No es hasta el año 1995 cuando publica 'El crisantemo y la cometa' en la colección 'La sirena del Pisueña' y, más tarde en 'Cantabria 4 estaciones' de la Universidad de Cantabria, una antología con cuarenta y cinco poemas de catorce de sus libros preparada por Arturo del Villar acompañada de un estudio sobre su poesía.
Si hay un tema que predomina en la poesía de López Aranda es la muerte. Aparece reiteradamente en todos sus poemarios. En muchas ocasiones hay alusiones autobiográficas, puntos de partida para hablar de ella. El libro antes citado, 'El crisantemo y la cometa' lo escribe en 1971, en los meses posteriores a la muerte de su tercer hijo. Estrechamente relacionado con la muerte es el tema religioso. Sus versos están poblados de ángeles y arcángeles, de referencias a las escrituras sagradas, repite con frecuencia expresiones que remiten a la Pasión, como la palabra crucifixión, dedica varios libros y cita profusamente las catedrales, símbolo de liturgias y de permanencia en el tiempo, pero de un modo casi continuo, las referencias a Dios: le pregunta, se rebela contra sus designios, le pide que le explique tanto dolor, tanta incomprensión, tanto miedo. Me recuerda ciertos poemas de Unamuno y, sobre todo, de Blas de Otero. López Aranda fue seminarista, estudio en Corbán, tuvo un sentimiento religioso profundo que con los años se fue transformando. La muerte prematura de amigos y de familiares próximos influyó en sus convicciones.
El paso del tiempo es otro de los territorios abordados. Los sueños incumplidos, la imposibilidad de recuperar el pasado, los paraísos perdidos, los juguetes que permanecen en la memoria como metáfora de un pasado irrecuperable.
Además de la mitología cristiana puebla sus poemas la mitología clásica lo cual revela su amplio bagaje cultural. Algunos de sus poemas tienen una composición que recuerda a las canciones populares, invitan a ser cantados, especialmente los que se dirigen a los niños, las nanas. Su hija Verónica cuenta cómo de pequeño escuchaba canciones populares en casa.
El amor, los sueños, la crítica social -la pobreza, un poema sobre Vietnam-, el infinito o el vacío, son otros temas abordados en los que aparecen una serie de símbolos recurrentes -espejos, alas, piedras...- que provocan una riqueza de imágenes de gran belleza que no excluyen en ocasiones escenarios desgarrados surrealistas.
Los libros inéditos que se conservan, que la familia ha donado a la Biblioteca Central, están ordenados numéricamente, pero no fechados, lo cual impide establecer una relación entre la evolución poética y la biográfica. En cualquier caso, estamos hablando de un discurso poético intenso y coherente. Escribe: «Al releerlos todos -Dios mío, casi dos mil poemas- me ha dejado perplejo observar la insólita unidad de todo -en el fondo somos desde la pubertad los mismos- [ ... ] el hombre maduro -los cuarenta- que hoy relee y el que a los dieciséis trazó los planos -sin saberlo-de estas diez catedrales de mi vida».
Leopoldo Rodríguez Alcalde preparó una antología de sus poemas de cara a una posible edición. Rescatarla y publicarla completarían el merecido homenaje.
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