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Carlos Alcorta (Torrelavega, 1959) es responsable de las actividades del Aula Poética José Luis Hidalgo y artífice de la vitalidad de las Veladas Poéticas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Autor de 'Cuestiones personales', 'Compás de espera', 'Sutura' o 'Sol de resurrección', catorce títulos y ... una antología integran sus trayectos en los que caben el poeta, el editor, el crítico. En otoño publica 'Acto de presencia', título que reúne su poesía completa tras casi cuarenta años de creación. Su palabra protagoniza las Veladas en el Hall del Palacio de la Magdalena (19 horas). En paralelo a esa edición Alcorta ultima un ensayo y afronta ya la escritura de su primera novela.
–Reúne ahora la obra completa.
–En 'Acto de presencia', que será publicada por la Editorial Trea con el apoyo de la Fundación Gerardo Diego, recojo mi poesía publicada a lo largo de casi cuarenta años. Sin embargo, han quedado fuera de esta compilación, el libro 'Variaciones y reincidencias' y la plaquette titulada 'Ritual de la luz', por considerarlos más que como poemas, fragmentos de un diario interrumpido, microrrelatos y, en el caso de los textos más extensos, cuentos en sentido estricto. También han quedado fuera tanto los haikus y otras formas breves incluidos en 'Tiempo vivo', como los numerosos poemas de circunstancias algunos felizmente inencontrables―escritos a lo largo de casi cuarenta años dedicados a la poesía.
–¿El poeta, frente al pasado, se convierte en revisionista, en militante de cierta redención?
–En mi caso, soy un revisionista permanente. Corrijo los poemas prácticamente cada vez que, por circunstancias diversas, me enfrento a ellos, aunque hayan sido publicados recientemente. 'Revision is inspiration', decía Robert Lowell, y yo hago mía esta idea. Por otra parte, las revisiones que realizo en el poema nunca cambian su sentido primigenio.
–¿Qué significan en su vida las Veladas Poéticas?
–Las Veladas Poéticas comenzaron en el año 2002 del profesor Domingo Sánchez Mesa. A lo largo de estos años se han consolidado con una de las ofertas más atractivas y más seguidas de las Actividades Culturales de la UIMP. Yo me incorporé a ellas en 2006, lo cual representó en su momento, y en la actualidad, un auténtico placer y un no menor agradecimiento a quienes siguen pensando en mí como la persona idónea para coordinarlas. Durante estos años han pasado más de cien poetas de todas las generaciones y de todas las estéticas que conviven en el panorama de la poesía española. La diversidad está en el ADN de la Universidad.
– ¿Cómo plasma su preocupación por el lenguaje?
–Muchos de mis poemas asumen el análisis metapoético en un intento, siempre frustrado, de desvelar la fórmula que propicie esa combinación perfecta. En mis primeros poemas dicha análisis se reproducía en la página de una manera elíptica, con especial apego a la oscuridad semántica ―como diría Eliot, me imponía el deber de decir las cosas de manera difícil―, acaso fruto de una impericia manifiesta para dominar el lenguaje, para expresar mis emociones con pasión y ritmo. Posteriormente, he intentado conciliar fondo y forma, pero en mis poemas siempre he dado prioridad a lo primero. Me interesa más trasmitir la emoción que provoca el nacimiento del poema que ser estrictamente fiel a los patrones estróficos o rítmicos tradicionales. El poema es un artificio, un molde y, si no se transgrede, sus estrictas reglas impiden en no pocas ocasiones escribir con naturalidad. Desde mi punto de vista, cuando hay que tomar partido, la idea debe prevalecer sobre la forma, lo que no significa que apueste por un verso libre desbocado, en absoluto, porque creo que ser fiel a dichas convenciones favorece también ser más exigente en cuanto al lenguaje, a la búsqueda de la palabra precisa. De lo que huyo es del hermetismo que esconde el vacío, de la retórica que embellece las pompas de jabón.
–Trabaja en una novela. ¿Tan grande es la tentación de contar como para arrinconar la poesía?
–Mi poesía tiene un carácter narrativo y no puedo descartar la idea de que ese carácter me ha inducido a plantearme la escritura de una novela, una novela que lleva varios años fraguándose, que está perfectamente estructura en mis notas, y a la que le falta lo más importante, encontrar el tono adecuado para que fluya sin interrupción. En los últimos meses parece que ese tono que tanto se me ha resistido, ha comparecido en la página. Ahora, solo falta encontrar el tiempo necesario para aventurarse.
–Prepara un ensayo ambicioso sobre epistolarios de poetas. ¿En qué se fundamenta?
–En los últimos han visto la luz una serie de epistolarios de poetas que admiro, por ejemplo, T.S Eliot o Phlip Larkin, ramilletes de cartas privadas que han escrito a personas muy relevantes en su vida y, que, por diversos motivos, han permanecido alejados de escrutinio público. Con el acceso a ellas el investigador puede comprobar el alcance de esa correspondencia y en qué medida, y esto es lo que realmente me interesa y sobre lo que estoy trabajado, afecta a la escritura de sus poemas.
–¿La poesía debe ser el gran aliado de la memoria?
–Yo diría que no solo la poesía, sino todo tipo de experiencia artística, son los mejores antídotos contra la falta de memoria, contra la tiranía del olvido..
–¿Cuál debe ser la acción de la cultura frente a la regresión y la censura tan inquietantes?
–El verdadero compromiso del poeta debe ser, en primer lugar, con su obra. Otra cosa es que, como ciudadano, adopte un compromiso ético y civil, por otra parte, semejante al de cualquier otro ciudadano. La cultura, como comprobamos en las últimas semanas, está seriamente amenazada por quienes quieren imponer sus propias idea ―de tinte retrógrado, como se ve. Por lo tanto, debe ser un espacio de convivencia, de respeto a los otros y, si resulta necesario, de reivindicación y de lucha por mantener las libertades de las que gozamos en la actualidad.
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