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La sevillana Rosa Berbel irrumpió con apenas veinte años en el mundo de la poesía y lo hizo como un torbellino: su primer libro 'Las niñas siempre dicen la verdad' (Hiperión, 2018), de estilo claro y fuerte contenido reivindicativo, se llevó el Premio Andalucía de ... la Crítica a la mejor Ópera Prima y el Ojo Crítico de Poesía 2019 de RNE, además de vender por miles un poemario, algo insólito en el panorama editorial nacional. En 2022 dio el salto a Tusquets, ahora en la órbita multinacional de Planeta, para presentar 'Los planetas fantasma', un poemario muy condicionado por la pandemia, en el que a la temática feminista se añade la sociopolítica. Ayer abrió una nueva edición de las Veladas Poéticas de la UIMP en La Magdalena
-Se diría que su último libro, más que atravesado, está provocado por la pandemia. ¿Las tragedias colectivas se deben leer en clave personal?
-Bueno, creo más bien que esa separación entre lo personal y lo colectivo siempre acaba siendo tramposa. Al menos creo que he tratado de impugnarla de algún modo. No me interesa demasiado esa relación causa-efecto con la pandemia, porque creo que el proceso de escritura poética siempre es infinitamente menos lineal. Hay poemas en el libro que preceden a la pandemia y otros que están escritos durante el confinamiento más duro, de ahí quizá la tensión que hay en él entre la claustrofobia y la inmensidad de los paisajes que no se acaban nunca, los desiertos, las llanuras, el mar. Desde luego, muchas de las obsesiones pandémicas se filtraron en los poemas, a veces de forma más explícita y a veces más oblicua, pero la pandemia ha sido una tragedia de magnitudes tan colosales que es inevitable que no haya trastocado todos los lugares.
-Leyendo algunos pasajes apocalípticos, uno se pregunta: ¿qué viene después del fin del mundo?
-He querido pensar que después del fin del mundo viene un nuevo comienzo, la posibilidad del renacimiento, de la reaparición, como un fantasma. Las imágenes del fin del mundo nos persiguen desde todos los frentes, es difícil remontarlas. Las distopías nos han dejado una idea más o menos clara de cómo será la destrucción de nuestro mundo, pero no tenemos tantos referentes afirmativos de lo que viene después, de cómo sobreponernos al desastre, ni siquiera de cómo evitarlo. Me interesaban estas posibilidades políticas de lo 'post' y explorar qué hay más allá de la retórica de la supervivencia.
-También habría una lectura política. ¿Es tiempo de tomarse en serio el presente, en lugar de hablar del futuro?
-Lo interesante del futuro es que no existe, por eso es tan interesante para la poesía, porque es puramente imaginativo, lúdico, fantasmal. Hay tantas posibilidades dentro de él que todo es verosímil. Pero estamos en un presente decisivo para la humanidad, desde luego hay que tomárselo en serio.
-En su poesía sorprende el uso de algunos recursos poco habituales, como el humor o la fantasía.
-No sé si poco habituales, pero sí que me interesó en el primer libro desviarme de la denuncia política más solemne, o ponerla en crisis con algunos recursos que tienen que ver con la ironía o el sarcasmo. En el segundo libro quizá he trabajado más con la paradoja, que a su manera es otra forma de humor.
-¿Qué diferencia a este nuevo libro del anterior?
-Me resulta difícil marcar esta ruptura de forma tajante y todavía me cuesta más cuanto más tiempo pasa. Diría que el sujeto lírico de 'Las niñas siempre dicen la verdad' se ha vuelto más abstracto, quizá menos mimético, y le interesa explorar otros espacios para lo político. Toda la sección final sobre el lenguaje y el campo semántico de la fiesta me parece una transición significativa con respecto al realismo y la narratividad de mi primer libro. Esto no es mejor ni peor, pero responde a dos búsquedas distintas, aunque luego haya también muchas afinidades entre ambos.
-Hace algún tiempo declaró que a las poetas jóvenes se les trataba «como animalillos exóticos». ¿Sigue manteniendo esa percepción?
-Sin duda. Y resulta extraño en un panorama poético como el actual en el que hay cada vez más mujeres jóvenes publicando y alcanzando cierta notoriedad. Pero es difícil luchar contra ciertas inercias y la poesía sigue siendo en el imaginario algo de señores muy serios y de cierta edad.
-Para su tesis doctoral estudia las relaciones entre literatura y ecología. ¿Qué es un ecopoema?
-Un cajón de sastre en el que cabe casi todo y casi nada a la vez.
-Ahora hay muchos talleres de escritura creativa. ¿Se puede enseñar a escribir poesía?
-Confío en los talleres como espacios estimulantes de reunión y de intercambio de intuiciones y sensibilidades. Escribir un poema no deja de ser el resultado de un proceso más largo que involucra a menudo muchas cosas que no tienen que ver necesariamente con la poesía. Los talleres te ayudan a iniciar el proceso, te dan lecturas, herramientas, críticas, alguna que otra certeza. Luego, puedes escribir poesía o no, y esa poesía puede ser mejor o peor, pero en mi opinión es importante habilitar espacios compartidos para que esos procesos puedan iniciarse.
-En su anterior libro jugaba con los conceptos de verdad y mentira. ¿Puede la poesía ser también una forma de ficción?
-Lo interesante de la poesía es que juega siempre con el límite entre la realidad y la ficción. Sobre todo teniendo en cuenta lo poroso que es ese límite en la actualidad.
-Por cuestión generacional, habrá quién se pregunte qué hace usted publicando en Nuevos Textos Sagrados y no en Instagram...
-Instagram está cada vez menos interesante... Si publicara en una red social, ahora exploraría TikTok.
-En poesía, ¿influye el medio?
-En poesía influye todo, qué material tan extremadamente sensible es el poético.
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