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Ha muerto Julio, ha muerto Maruri. El pasado 16 de julio cumplió 98 años, y era, muy probablemente, el decano de los poetas españoles. Casi un siglo lo contemplaba, y en este sentido su muerte no ha sido una noticia inesperada para los que ... le queríamos y estábamos en contacto con él.
Pero si en este caso el pellizco desolador de lo inesperado no ha tenido lugar, el peso tangible de un enorme vacío sí se ha instalado en mi interior y lo ha hecho para quedarse, para habitarme definitivamente, para sumarse a esa vasta región de recuerdos, amistad, afecto y amor que va creciendo con el paso de los años en ese pequeño interior sensible e inteligente que cada uno de nosotros posee. Hoy Julio ya habita para siempre en el territorio de mis afectos, y a la vez es un vacío irremplazable en esa creciente geografía de vacíos en la que va convirtiéndose la vida cuando se alcanza la madurez.
Entré en contacto con Julio Maruri gracias a Pablo Beltrán de Heredia. Fue en 1994 cuando la colección de poesía La Sirena del Pisueña editó prácticamente a la vez tres libros: 'De la consolación por la poesía en la última página de la noche', de Arturo del Villar; 'El abandono está lleno de rosas', de Guillermo Balbona; y mi segundo poemario, 'La rama ausente'. El director de la colección, Fernando Gomarín, sugirió que el presentador de los libros podría ser Beltrán de Heredia, y con tal propósito visitamos a Pablo en su piso junto a la plaza de Cañadío. Ya contaré algún día por extenso mis recuerdos de Pablo, pero hoy sólo toca decir que presentó nuestros libros en el vetusto salón de la vieja Cámara de Comercio de la Plaza Porticada (el 13 de septiembre, para ser exactos), que sus comentarios literarios no fueron ni tontilocos ni traídos por los pelos, que así se inició una relación que duró hasta su muerte en 2009 y, por último, que fue él quien me instó a escribir a Juliuco, el viejo poeta «proelista» que sobrevivía en París y al que, sin duda, le alegraría recibir cartas de un poeta santanderino mucho más joven que él. Pablo me proporcionó la dirección y dio así comienzo una relación epistolar que duró cuatro años, desde el 27 de marzo de 1995 hasta el 11 de diciembre de 1999, generando un corpus epistolar que, dado su objetivo interés, quizá me anime a publicar en un único volumen si las circunstancias son propicias.
De nuevo Pablo debe aparecer en el relato desempeñando un destacado papel. En diciembre de 2002 Julio regresó a Santander por unos días. No puedo recordar el motivo, pues aún faltaban meses para que se instalará a vivir definitivamente en su ciudad natal. Sin embargo, recuerdo con inusual nitidez que yo estaba con Pablo en su piso aguardando con cierta intranquilidad para conocer, por fin, al poeta en persona. Era un pequeño acontecimiento: Maruri, el poeta y pintor de Proel, regresaba después de varios años de ausencia a Santander. Balbona esperaba también en la habitación para hacerle una entrevista. Por fin apareció Julio con un enorme pañuelo de colores sirviéndole casi de capa, pero cuando nos presentaron, el saludo me pareció un tanto frío y distante. Asistí al intercambio de preguntas y respuestas al lado de Balbona y, cuando tocaba despedirse, me acerqué y le recordé quién era y la relación epistolar que habíamos mantenido. El rostro, de pronto, cambió por completo, y una sonrisa enorme iluminó su cara y acabamos fundimos en un abrazo. Había estado tan nervioso, me dijo, que pensó que yo también era un periodista que estaba por allí.
A partir de esa fecha, diciembre de 2002, ya no dejamos de tener un estrecho contacto personal. Contacto que se hizo habitual cuando Julio se instaló en Santander no mucho después de la gran retrospectiva que le dedicó el entonces Museo de Bellas Artes de Santander en la sala de exposiciones municipal que mantenía en el Mercado del Este (18-12-2003 al 28-2-2004). Una retrospectiva comisariada por Salvador Carretero y José María Lafuente, en cuyo catálogo tuve la suerte de poder colaborar con un pequeño texto del que casi tres lustros después no me desentiendo del todo.
Precisamente fue José María Lafuente quien, junto a la familia de Julio, más ha hecho por posibilitar los últimos años de vida del poeta y pintor en Santander. Unos años en los que ha estado acompañado por parientes y amigos, en los que recibió el reconocimiento público a su labor creativa y en los que, gracias al impulso decisivo de José María Lafuente, también vio cómo su bibliografía se acrecentaba gracias a la edición de su correspondencia con Pablo Beltrán de Heredia (1950-2004) (Ediciones La Bahía, 2009), sus memorias de infancia De un Santander perdido (Ediciones La Bahía, 2010), o la Antología Poética (Visor, 2014) de la que Lorenzo Oliván y yo fuimos editores literarios. También Lafuente estuvo detrás de la última gran exposición de Julio, 'Presencia', que tuvo lugar en la galería Siboney de Juan Riancho en la primavera de 2012.
Hoy, el archivo personal de Julio Maruri forma parte del corpus documental relacionado con Cantabria que atesora el Archivo Lafuente. Un archivo personal que está integrado por autógrafos, obra original, carteles, correspondencia, fotografías, libros, catálogos..., y que sin duda es en estos momentos esencial no sólo para estudiar en profundidad la obra poética y pictórica de Maruri, sino también el contexto cultural en el que Julio desarrolló su trabajo.
En el final de la introducción a su última antología, Oliván y yo escribimos lo siguiente: «que la creatividad de Julio Maruri, su concienzudo y concienciado tejer espacio y tiempo mediante palabras, trazos y colores, habita siempre un mismo ámbito: el del vuelo herido o, como dice el propio poeta, el de un corazón maltrecho. Alado, pero maltrecho». Ese fue Julio Maruri, el poeta, el pintor: un corazón con alas siempre bellamente heridas.
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