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Hace algo más de quince días Estrella Ortega García recibió un mail en su trabajo que le pareció bastante sospechoso. Llegaba del Museo Nacional ... y Centro de Investigación de Altamira y la citaban para visitar la cueva original atendiendo a una solicitud que envió hace... 21 años. «Estaba convencida de que era un timo. Hasta el novio de una mis hijas me dijo que si me pedían un número de cuenta no se me ocurriese darlo por si acaso». Dos semanas después, ella, sus dos hijas y sus respectivas parejas, incluido el más suspicaz, se ataviaban con botas y mono blanco esterilizados, para entrar a contemplar durante 35 minutos la considerada capilla sixtina del arte cuaternario y disfrutar de una visita personalizada que ya casi ni recordaba haber solicitado. «Todavía no nos lo podemos creer», comentaba el grupo a su llegada al Museo. Hasta el año 2002, que se decidió cerrar las visitas al público ante la degradación de las pinturas, para poder contemplarlas había que inscribirse en una lista. Una larga relación de nombres de todo el mundo que se seguía por riguroso orden. Diez años después se abrió de nuevo. «Entre los años 2012 y 2014 se llevó a cabo el Programa de Investigación para la Conservación Preventiva y Régimen de Acceso a la cueva. Uno de sus objetivos era la medición del impacto de la presencia humana y por eso en 2013 se iniciaron una serie de visitas experimentales con público. Una visita de cinco personas, una vez a la semana, durante 37 minutos, de los cuales sólo 8 son bajo el techo de polícromos, y cuyo acceso se realiza con un protocolo de indumentaria e iluminación específico. Tras ese periodo, en marzo de 2015 el Patronato del Museo aprobó este sistema de visitas limitado y controlado y, desde entonces, se han venido repitiendo todos los viernes siguiendo este mismo modelo, lo que supone un acceso de entre 250 y 255 personas al año», recuerda la directora de Altamira, Pilar Fatás. Entonces se acordó elegir a esos cinco privilegiados por sorteo entre los visitantes que llegaran al Centro de Investigación los viernes, un plus que cada semana reunía cientos de interesados que depositaban su nombre en una urna con la esperanza de ser uno de los afortunados. Con este sistema, desde el 17 de abril de 2015 hasta el 6 de marzo de 2020 accedieron a la cueva un total de 1.235 personas.
Y así se siguió haciendo hasta que la crisis sanitaria que paralizó el país obligó también a cerrar el Museo y las visitas a la cueva original. «Una vez alcanzada la nueva normalidad, el Museo reabrió el 9 de junio de 2020. Entonces se decidió no retomar inmediatamente las visitas a la cueva, pero finalmente la dirección junto con el equipo técnico del museo concluimos que no era necesario modificar el sistema que veníamos haciendo puesto que el protocolo de acceso ya incluye medidas higiénico-sanitarias acordes con las establecidas por Sanidad de Cantabria, pero que sí era necesario modificar el sistema de selección puesto que era inviable reunir a los visitantes en el vestíbulo del museo donde hubiera sido imposible mantener la distancia social », recuerda Fatás. Entonces, y tras consultar a la comisión permanente del Patronato, se decidió que la forma más segura para todos era recurrir a la cita previa y se retomó aquella lista con las peticiones recibidas entre 1999 y 2002 y que permanecía en una base de datos custodiada por el Museo, con número de registro de la fecha de recepción y ordenadas cronológicamente.
El listado consta de 4.521 peticiones, que corresponden a más de 26.000 personas pues antes del cierre en 2002 se podían solicitar cuantas plazas se deseara, considerándose solicitudes individuales aquellas en que se solicitaban hasta 20 plazas.
Y así es como se empezó a llamar a los componentes de la lista, a Estrella Ortega, a Aurelio Ibeas, a María Ángeles Gómez... Hasta la fecha se ha tratado de contactar vía telefónica o por correo postal con 149 solicitantes, de los que 92 han sido localizados (un 61% del total). De esas 92 solicitudes, han visitado la cueva un total de 51 aspirantes con sus acompañantes, los cinco últimos ayer mismo, lo que supone un total de 165 personas.
Una tarea casi detectivesca por parte del Museo y que ha sorprendido a todos los que tanto tiempo después han recibido la llamada. Para aquellos casos que se localizaba a los peticionarios pero el titular había fallecido, se estableció la norma de que la cita pudiera ser traspasada a sus familiares de primer grado: cónyuges, padres e hijos, según especifica Fatás. Es el caso de la vallisoletana María Ángeles Gómez, que participó en una de las primeras visitas según este sistema y también de las más emotivas porque fue su marido, ya fallecido, el que lo había solicitado. Antonio Garrido ya conocía la emoción de contemplar los bisontes originales en compañía de la propia María Ángeles, pues habían estado en varias ocasiones. La última, acompañados de su hija que no pudo acceder por la edad, así que decidió volver a apuntarse para que la niña también pudiera vivir más adelante la misma conmoción que él sentía bajo las pinturas. «De vez en cuando miraba a ver como iba la lista y se disgustó cuando se anunció que se cerraban las visitas», recuerda su viuda. Así que cuando recibió la llamada del Museo de Altamira diciéndole que por fin había llegado su turno no pudo rechazarlo. «Era un privilegio para nosotras y un homenaje a él». Siguiendo la petición de entonces para tres personas, visitó la cueva original con aquella niña que se quedó a las puertas y con su otra hija que nació después. «Fue muy emotivo para nosotras».
A Estrella Ortega y sus cuatro acompañantes también les pareció todo muy emocionante. Su localización fue bastante más complicada. Hace 21 años se puso en contacto con el Museo por medio de un fax que envío desde su trabajo, es médico, y cuando escribió a Altamira lo hizo desde la desaparecida Residencia. Dos décadas después ni su teléfono ni su dirección es la misma y la única pista que tenían en el Servicio de Reservas de Altamira era ese puesto de trabajo que aparecía en la carátula del fax. «Las nuevas tecnologías y Google hicieron el milagro y aunque parezca increíble con esa referencia consiguieron localizarme», explica aún sorprendida.
A su llegada al Centro, Marta Martínez y Beatriz Cobo, las mismas empleadas del Museo que la habían localizado, hicieron una visita guiada al grupo por la réplica como aperitivo de lo que les esperaba después en el interior de la cueva original donde fueron divididos en dos grupos. «Al llegar a la sala donde están los polícromos pusieron en marcha un cronómetro y nos dejaron ocho minutos para contemplarlos. Jamás se me habían hecho tan cortos tantos minutos», aseguró a la salida Teresa López, una de las hijas de Estrella, quien por su parte salió valorando la experiencia como «un lujo extraordinario» y «un regalo».
Algo que compartieron sus cuatro acompañantes. «No sé como vamos a pagar a Estrella el que nos haya traído», aseguró Ángel Vidal quien confesó que ya había estado de pequeño, «pero que la sensación que he vivido hoy ha superado y de lejos el recuerdo de entonces».
«En general, la gente recibe nuestra llamada con mucha educación e intenta mantener las formas, pero muchos de ellos están convencidos de que les estamos tomando el pelo». La que habla así es Beatriz Cobo, una de las encargadas de localizar a las personas que pidieron visitar la cueva original de Altamira entre 1999 y 2002. Una labor que bien podría protagonizar uno de los episodios de la serie CSI. En aquella época y en este país muy pocos eran los privilegiados con teléfono móvil o correo electrónico por lo que todas aquellas solicitudes llegaban al Centro por correo postal «o en el mejor de los casos por fax», explica.
Así que su trabajo y el de sus dos compañeras, Marta Martínez y Elena Gil, no está exento de complicaciones ya que la mayoría de las veces los solicitantes han cambiado de número de teléfono, de dirección o incluso han fallecido. Pero ellas que se lo toman con un gran optimismo no cesan en su empeño. «A veces nos encontramos con fax en los que la tinta está prácticamente borrada y falta alguno de los números», comenta.
Una vez localizados, se ponen en contacto con ellos por teléfono y correo electrónico. Y ahí empieza un anecdotario casi tan largo como ese listado. «A todos les sorprende la llamada casi de la misma forma que les ilusiona», comenta. Y hasta ahora nadie ha rehusado la visita. «Sólo una señora nos dijo que con el covid no están las cosas para visitar cuevas».
Marta Martínez y ella misma son las encargadas de acompañarles al interior de la cavidad y aseguran estar encantadas con la cara de felicidad y emoción que se les queda a los grupos cuando salen de visitar el techo de polícromos. «Hay personas que hasta lloran, pero a mí lo que más me ha impresionado ha sido una familia, de aquí, de Santillana del Mar, que entró recientemente y que permaneció en silencio y de la mano durante los ocho minutos que estuvieron bajo el techo».
Y ella misma, que por su trabajo ha entrado en la cueva decenas de veces, confiesa: «Se me sigue poniendo la piel de gallina».
Y por si acaso había pocas dificultades para localizar a todas estas personas, la limitación de entrada a la comunidad el 30 de octubre de 2020 por el covid, vino a complicarlo más y hubo que reestructurar el calendario para las solicitudes de otras autonomías, medida que aún hoy se mantiene. «Y la limitación de movilidad por municipios entre el 18 de noviembre de 2020 y 16 de diciembre del mismo año, obligó también a restringir las citaciones solo a los residentes de Santillana», puntualiza la directora del Centro. Eso permitió que muchos vecinos a menos de un kilómetro de la cavidad pudieran por fin conocer la sensación que se vive en su interior.
En la actualidad hay 30 solicitudes cuya residencia es de fuera de Cantabria, que ya han sido localizados y que están pendientes de recibir su cita cuando se levanten las restricciones de movilidad.
Entre estos peticionarios incluso se han localizado a extranjeros, en concreto un francés y un norteamericano, que vendrán cuando las circunstancias sanitarias lo permitan. Entre los que sí pudieron hacer la visita antes de esta normativa está José Antonio González Oreña, cántabro residente en Asturias, que afirma que también se siente afortunado. Él es natural de Oreña, muy cerca de Santillana y aunque de niño las pudo visitar quiso volver a verlas de adulto. Se apuntó en el año 1999 y ya pensaba que no podría hacerlo. Por suerte conserva el mismo número de teléfono de entonces. «Así que la llamada fue una agradable sorpresa, un regalo que pude compartir con mi familia porque había solicitado cinco plazas».
Además de la experiencia recalca la amabilidad y el trato que les brindaron las guías del Museo durante todo el tiempo que permanecieron en él. «Me siento un privilegiado, aunque he esperado veinte años para serlo».
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