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La conversación con la filósofa Ana de Miguel (Santander, 1961) se desarrolla en una estupenda terraza de El Sardinero, de clientela escasa aún en las primeras horas de la mañana. En una mesa próxima, cuatro hombres, de edades respetables y voces en elevado volumen, discuten ... sobre la eterna crisis de la educación en España. Entre ellos, destaca un sacerdote católico, vestido a la manera fetén (boina y alzacuellos) que guarda un extraordinario parecido a Leonardo Castellani. Durante la entrevista, miro a veces de reojo al cura, preguntándome qué pensaría de las ideas de mi interlocutora, tan radicalmente comprometidas con la forja de una cultura que reconozca, por fin, la participación de las mujeres en la reflexión moral. Profesora en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Ana de Miguel propone en su libro más reciente, 'Ética para Celia' (Ediciones B), un acercamiento conjunto e inclusivo al pensamiento filosófico.
-'Ética para Celia' se vincula con Aristóteles y con Savater y aquellas otras éticas dirigidas a Nicómaco y a Amador. Sin embargo, en esta ocasión, Celia no es el nombre de su hija.
-Lo escribí pensando tanto en mi hija como en mi hijo. Pero ella tiene 22 años y me pregunté: «¿le gustará el título o le va a condicionar?». Mi hija no tiene por qué llevar, como Paquirrín, la señal de ser la niña de la filósofa. Los pensadores siempre mantuvieron que las mujeres no éramos sujetos morales porque en nosotras coincide lo que deseamos con lo que debemos hacer. Esto lo pensaba, por ejemplo, Hegel. Es decir, las mujeres deben cuidar a sus hijos, pero, como también quieren hacerlo, sus acciones al respecto no tienen valor moral. Esta idea está presente también en la Biblia: «no desearás a la mujer de tu prójimo». Nosotras, como supuestamente no deseamos a nadie, no entramos en el mandato. A los filósofos les debemos el habernos conceptualizado de una manera que ahora da vergüenza. Las mujeres nos planteamos lo que debemos hacer y nos ponemos mucho en el lugar de los otros, que es clave en la reflexión moral. Yo me puse en el lugar de mi hija, que se llama Julia. Me encantaba eso de 'Ética para Julia', como me encanta la canción 'Palabras para Julia', de la que, por cierto, mi amiga Lourdes Pastor ha hecho una versión bellísima. Pero me he limitado al respecto. Esto de imponernos límites es lo que hemos estado haciendo siempre las mujeres. Pero, los hombres no se han impuesto ninguno en su trato con nosotras. De ahí que existan la prostitución o la violación, que los chicos jóvenes se sienten legitimados a cometer esos actos. El problema de la humanidad en toda su historia es que los hombres no se ponen en el lugar de las mujeres. Y eso lo corrompe todo.
-El subtítulo del libro menciona la 'doble verdad'.
-Sí. En primer lugar, se educa de manera diferente a hombres y a mujeres. A ellas les dicen que cuiden de los demás. Mientras que a ellos se les anima a pensar en sus deseos y en sus proyectos de vida. Por otro lado (y esto es crucial), como a las mujeres nos prohibieron todo, sólo ellos han hablado de lo que es bueno y valioso. A nosotras se nos limitó, sin dejarnos opinar sobre cuál es el sentido de la vida. Todo lo han definido hombres que nunca han cuidado a nadie. Han podido salir a salvar el mundo, pero sin ser capaces de salvar a su familia de nada.
-Esto está presente, incluso, en los cuentos populares. En 'El padre de Blancanieves', novela de Belén Gopegui, se evocaba precisamente la ausencia del padre del engranaje familiar.
-Eso es. Los hombres se van a lo público, que es un espacio muy agradable porque los hijos te sacan de quicio. Como decía William Thompson, uno de aquellos socialistas maravillosos del siglo XIX, «a lo largo del día, las mujeres que están condenadas únicamente a cuidar pasan alternativamente de esclavas a tiranas». Todo está deformado, pero el mundo está hecho a lo que los hombres pensaban que era su medida.
-La idea ha sido que el hombre tiene un destino heroico, mientras que la mujer es una herramienta doméstica.
-De ahí el mito de Ulises, el héroe que está tantos años fuera para vivir con amplitud. El consejo que, aún hoy, dan las madres a sus hijos es: «no tengas prisa en casarte, conoce mujeres...».
-El clásico «vive la vida».
-Claro. No se lo dicen, quizás, expresamente. Pero esta idea se transmite. A veces, el deporte más querido de las mujeres, cuando se reúnen, ha sido el de poner a parir a sus maridos. Pero, en el fondo, eran sus sirvientas devotas.
-Casi como el rol clásico del teatro, en el que los criados critican a los amos.
-Sí, es sensacional. Pero las mujeres tienen un mandato y una responsabilidad muy fuerte hacia sus hijos. De asumir que una mujer es un ser para los demás, es decir, para cuidarlos bien, se ha pasado a considerarla un objeto de deseo. Esta es otra manera de entregarse. Ojalá, las mujeres se conociesen más a sí mismas y los hombres dejasen de mirar tanto para fuera, en su afán por coleccionar mujeres como sello de triunfo. Las revoluciones del siglo XVIII ya se venían preparando en los salones donde las mujeres invitaban a Rousseau y compañía. Sin embargo, durante la Revolución Francesa, los jacobinos prohibieron estos salones. Todos coincidieron en enviar a las mujeres de vuelta a la casa. En el siglo XIX, sin embargo, no será así y se considerará que ellas deben compartir con los hombres los cambios políticos, que es donde surge la humanidad de verdad, con sus dos mitades. A los hombres les gusta estar entre ellos. Luego, hay algunos a quienes les gusta estar en compañía de mujeres. Estos son los que van a cambiar el mundo.
-Usted sostiene que ha sido más difícil asumir la igualdad que el hecho de que la tierra sea redonda. Slavoj Zizek dice algo parecido: es más fácil pensar en el fin del mundo que en el fin del capitalismo.
-Yo soy marxista acérrima, porque de Marx he adoptado herramientas que me permiten conocer e interpretar el mundo. Entre ellas, aquella idea de que al ser humano le guía su interés. Y, para pensadores y filósofos, su interés es que las mujeres les cuiden. Zizek, por ejemplo, sale con una chica treinta años menor que él. Cuando habla del capitalismo y del estado del bienestar lo hace muy bien, pero se le va la olla cuando se refiere al sexo y las mujeres, porque está con tías cada vez más jóvenes, que podrían ser sus nietas, y eso le deforma la visión. La gran Virginia Woolf decía que los hombres han convertido a las mujeres en sus espejos, donde se miran al cuádruple de su tamaño. Es un sistema de dominación en el que, como asegura Celia Amorós, por tener, los hombres tienen hasta bula estética.
-La segunda parte de 'Ética para Celia' aborda la implementación de la autonomía personal en un entorno que hoy es profundamente hostil para alcanzar una vida buena.
-Efectivamente. Los discursos positivos sobre la globalización (todo aquello de que estamos interconectados y que habitamos una comunidad humana) han desembocado en la destrucción de países enteros. Ha sido una tomadura de pelo. Bajo la excusa de que ahora estamos en un mundo más solidario, en Europa y España (y eso que supuestamente es la época de mayor igualdad) ninguno tenemos salario suficiente como para mantener una familia. Nos convierten en elementos atomizados. De tu salario, si acaso, sólo puedes vivir tú. En el libro mantengo que la seguridad es la principal necesidad de un ser humano. Toda la historia de la ciencia y la tecnología nace de la necesidad de proporcionar seguridad. A partir de ahí puede empezar uno a soñar. Las mujeres no hemos escrito nuestra Ilíada y nuestra Odisea; nuestros sueños. Los hombres han soñado con viajar, con explorar, etc. Todavía no sabemos qué mundo imaginamos las mujeres. Por el momento, sólo nos hemos defendido y luchado por la igualdad.
-Según afirma, el feminismo niega que el hecho de nacer niño o niña predisponga un determinado tipo de comportamiento. ¿No hay nada biológico en la diferencia de roles?
-No creo que exista ninguna programación biológica en el hecho de que nos gusten las motos, el fútbol o la poesía. Los hombres lo han diseñado todo y nos vemos tan diferentes que nos parece obvio que esas especificidades existan. Si vamos al Museo del Prado, por ejemplo, en los cuadros no vemos ninguna mujer vestida de rosa. Este color relacionado con lo femenino existe desde hace cincuenta años y nace con la aparición de la sociedad de consumo. La minifalda, por otra parte, es una prenda que vestían los guerreros, desde los legionarios romanos al Mío Cid. Los ilustrados iban con tacones y medias. Lo que está claro es que nosotras somos las reproductoras de la especie. Tenemos los hijos y eso es una gran responsabilidad. No todo es construido, como mantienen algunas teorías 'queer'. Tenemos los límites de nuestro cuerpo. Tampoco realmente podemos cambiar de sexo.
-En España ha sido dura la polémica con la 'Ley Trans'.
-Tenemos una ley hace tiempo en la que se acepta la transexualidad. Pero, como feminista que soy, considero que el género es lo que nosotras queremos destruir y cambiar. No somos constructos ni robots. Somos animales con nuestros límites y no podemos destruirlos imponiendo límites a los demás. Además, estoy totalmente en contra de la censura. Si la 'Ley Trans' incluye alguna cláusula en la que criticar la norma se considere transfobia... Eso, en ningún caso. Todas las leyes deben poder ser criticadas.
-En los últimos tiempos, el feminismo ha chocado muy duramente con la justicia (la 'Manada', el #MeToo o la violencia de género) ¿No se corre el riesgo de comprometer la independencia judicial?
-Creo que no. Tenemos nuestros mecanismos para pensar con profesionalidad e independencia. Como profesoras, a nosotras nos evalúan nuestros estudiantes. El otro día, a una compañera filósofa de Madrid, Luisa Posada, la han tildado, en los comentarios de su evaluación, de 'terfa', es decir, de estar supuestamente en contra de la 'Ley Trans'. Ella nunca ha tocado este tema en clase. Quieren condicionarnos al etiquetar a una profesora por su forma de pensar. Que haya compañeras a las que se acuse de este tipo de cosas y que los estudiantes se sientan crecidos... De todas formas, dicho esto, los movimientos sociales presionan sobre lo que consideran injusto. Hay que aguantar y resistir. La Universidad y la Justicia deben contar con el apoyo social para tomar decisiones, pero entiendo también que, sin la presión de la calle, aún estaríamos en el siglo XIX.
-Ante todo lo que está pasando en Afganistán, donde una vez más parece que las mujeres van a ser sometidas bajo un régimen teocrático ¿cuál debe ser el compromiso del feminismo occidental?
-El feminismo es un humanismo que lucha contra todo lo que vaya en contra del derecho de cada persona, de cada hombre y cada mujer, a considerarse un ser humano igual a los demás, ni por encima ni por debajo de nadie. Me da igual el origen (cristianismo o islam); la religión no puede ser un manto legitimador. Separar la religión del estado ha sido crucial para nuestra historia. Lo que puede hacer el feminismo occidental es apoyar a las mujeres que luchan en esos lugares.
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